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Columnistas  |  13 enero de 2018  |  12:59 AM |  Escrito por: Horacio Gómez Aristizábal

La televisión no educa

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Horacio Gómez Aristizábal

La radio y la televisión tan adecuados para la educación, se han convertido en instrumento de perturbación. Entre nosotros, como en América Latina, el cine y la televisión constituyen la diversión esencial y casi única de la gran masa. Los distribuidores de películas se deciden por el lucro, prefiriendo invariablemente aquellas cintas “taquilleras” por su carácter sensacional y escalofriante. Pistoleros del oeste de los Estados Unidos, guerras de la antigüedad pagana, los siete machos, la novelística bélica, el gansterismo americano y los inagotables problemas policíacos con su bagaje de perversiones, delitos, técnicas y tácticas del crimen en grande escala. Todos los modus operandi delictuosos son descritos, enseñados y explicados.

Y no podemos olvidar que el cinematógrafo posee un poder sugestivo que no guarda relación con ningún otro vehículo de expresión. “Después de la realidad es el agente más fiel y eficaz de las emociones. Pues actúa sobre los órganos que reciben más vívida, más evidentes, más rápidas las sensaciones”. Si confrontamos este hecho con el espíritu de imitación, la curiosidad y la sugestibilidad excepcional de niños y adolescentes, ocurre que el cine resulta un prodigio como escuela de la corrupción y el delito. Hace algún tiempo robaron un importante banco de Cali. Los autores del delito confesaron al Juez investigador haber utilizado los mismos métodos aprendidos en una película vista por ese tiempo en una sala de la ciudad vallecaucana.

“Para el niño, dice el padre Valtierra, el cine es algo decisivo. Los sentidos están frescos, dispuestos, ávidos de imágenes y movimientos. El niño tiene sed de conocer directamente las cosas y de verlas representadas al vivo. Por eso su vida es movimiento y es curiosidad, y por eso la televisión que se acerca tanto a la vida tiene una fuerza de fascinación tremenda. Se ha dicho que el niño es el espectador integral, no pierde nada del espectáculo, sus sentidos están agudizados con una fuerza de intuición superior a la del adulto. Ellos pueden explicar el desarrollo de una película de una manera perfecta, les es familiar la técnica y las sugerencias, atan escenas con milagrosa facilidad y nada se les escapa. El adulto cuando ve la televisión, lo hace con sentidos fatigados, con mucha carga de pensamientos, preocupaciones, prejuicios; la imagen, muchas veces, apenas le deja impresiones pasajeras. El niño la recoge toda, entera lo ve todo y lo capta todo. El hombre moderno y cultivado recoge de la escena especialmente aquello que se roza con su especialidad: la parte literaria, pictórica, musical, etc. El niño es total, como el film, se entrega a él incondicionalmente y la película penetra en su alma de una manera integral, total”.

La inseguridad en los campos y el clima de amenaza que se respira en las zonas de la violencia, ha obligado a una enorme masa de campesinos a desplazarse a las ciudades produciendo otro mal gravísimo llamado comúnmente el “hacinamiento en tugurios”. El fenómeno consiste, en síntesis, en la formación, en las afueras de las urbes populosas, de grandes “ciudades fantasmas” o “cinturones de miseria”.

 

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