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Columnistas  |  14 febrero de 2018  |  12:24 AM |  Escrito por: José Soto Giraldo

Caminar la ciudad

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José Soto Giraldo

No es lo mismo caminar la ciudad para unos que para otros. No es la misma ciudad para las mujeres que arrastran carritos vendiendo tintos que para quien tiene todo el tiempo del mundo y se lo toma para hacer la “mejor” fotografía.

Caminar la ciudad es una actividad que cada día crece más. Este concepto no es solo caminar para no contaminar. Va más allá. Promueve el disfrute del conjunto que la conforma. Caminar, parar, mirar hacia arriba y ver la totalidad del edificio incluido el fondo azul del cielo. Olerla y palpar sus texturas, sentirla. No desde una cámara o un vehículo, no. En vivo, en tiempo real.

Si El Caimo es urbano entonces empecemos por él. Salir de El Caimo caminando brinda la oportunidad de ver el hermoso paisaje de la cordillera Central de dos tipos; cercano, cultivos y un borde de tráfico vehicular intenso. Después, la zona industrial. Desaparecen los cultivos y sembrados. En su lugar hay talleres, el cementerio, el Club de Tiro, Caza y Pesca, la sede educativa Juan Pablo I, hasta llegar al barrio Arenales. No hay un solo andén. No hay nada para el peatón.

Desde Arenales hasta el PEP de La Secreta es otro mundo. Pensado para el peatón este recorrido permite ver el paisaje del cañón del rio Quindío y la montaña, nuestro tesoro paisajístico. Es un espacio pensado para el disfrute del paisaje y la recreación pasiva; parada obligada de las rutas de buses para intercambio de pasajeros: Un pequeño terminal. Al otro la de la carrera 18 el desarrollo no es tanto. Pero ha aumentado su demanda después de haberle construido andenes y una ciclorruta. Pero faltan las nuevas construcciones.

Duro de ahí hasta los puentes de la 26. El borde oriental de este tramo del recorrido, no es fácil de caminar, falta infraestructura además la estigmatización y las cifras de los barrios del sector lo hacen percibir como peligroso. El primer tramo, del PEP hasta el templo de la parroquia el Carmen. En el segundo tramo entre esta y la calle 30, la situación mejora, comercio a los dos lados de la vía, aceras y un sensual trazado curvo y ondulado que produce paisajes urbanos cambiantes y sorprendentes. El tramo final, hasta los puentes de la 26 es el caos, andenes invadidos por carros de compra venta que ocupan además media calzada para anunciarse. Estacionados todo el día todos los días encima de una carretera nacional. Más adelante el panorama es de venta de lavaderos artesanales en un entorno caracterizado por la indigencia, consumo y tráfico de drogas y tugurización.

Los puentes de la 26 unen vehicularmente la ciudad, pero para los peatones la parte en dos. Y tampoco facilita el recorrido hacia sus laterales, es una solución pensada solo para vehículos, no para caminantes. Casi todos los que pasan por allí lo hacen por obligación porque les toca o porque no hay mas opciones.

Los otros, muy pocos que pasan caminando por allí lo hacen para mirar hacia la montaña, en el lado oriental o para mirar los espectaculares atardeceres enmarcando el conjunto de la antigua estación del ferrocarril. Mirando hacia el pasado, añorando lo que no volverá.

 

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