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Columnistas  |  17 febrero de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Nancy Ayala Tamayo

Endulzar la palabra

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Nancy Ayala Tamayo

Eso debió pensar la señora Hutchinson cuando el pequeño Davy, sus otros dos hijos y su esposo Bill empezaron a apedrearla; cuando sintió sobre su sien el golpe de la primera piedra; cuando escuchó al guardián de las costumbres, el señor Warner, azuzando “¡Vamos, vamos, todo el mundo!”; cuando, instantes después, y a pesar de sus exclamaciones “¡No es justo! ¡No hay derecho!” todo el pueblo cayó sobre ella. "Era una mañana clara y soleada, en la que las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso; esa mañana en la que la gente del pueblo empezó a congregarse…”.

El anterior es un relato de Shirley Jackson que narra la costumbre de un pueblo conformado alrededor de prácticas atávicas. Que se negaba a escuchar que en otros lugares estas habían desaparecido, e insistía en realizarla cada año a través de las reglas de “La lotería”: a quien le tocara la ficha debía ser linchado en el marco de las reglas de un juego macabro en el que sus propios hijos, esposo o esposa, podrían escogerlo para el suplicio del linchamiento a través de la lapidación; estos últimos pudiendo incluso tirar las primeras piedras.

Podría estar tentada a considerar que lo descrito es un caso extremo, que ya no ocurre, que nuestra racionalidad nos ha puesto a salvo de situaciones semejantes. Pero no. Circunstancias de reciente ocurrencia lo actualizaron. Me refiero a los casos del señor Timochenco y la señora Ayda Abella, actores sociales que participan en la actual campaña política en representación de opciones alternativas al establecimiento colombiano. Es como si permaneciéramos en un estadio evolutivo en el que, la incomprensión de las fuerzas que rigen nuestro mundo, nos obligara a repetir el rito de ofrecer una víctima propiciatoria a los dioses, con el propósito de calmar su furia. Pero no entendemos que esta furia contiene el signo de un llamado a la calma y a la reflexión. Nos confundimos. Entonces lo que regurgita en nuestro interior bifurca hacia el miedo, la rabia y la venganza. La necesidad de desahogo nos lleva a “echarle la culpa a alguien” por los males que nos aquejan, para así restablecer o mantener el orden. El ciclo parece repetirse indefinidamente. Se sale de nuestras manos el suceso, este se vuelve en nuestra contra, porque no hacemos conciencia del momento en que empezó a suceder.

Tampoco nos damos cuenta de que una situación crea automáticamente otra aunque parezca contraria, pero que en realidad es igual en su lógica. Así es nuestra historia de violencia.

Por suerte no estamos condenados a permanecer en modelos mentales que nos encajonan. Un bello y complejo movimiento de comprensión del mundo en que vivimos ocurre desde hace mucho tiempo al interior de nuestro país. Un tiempo que coincide con el momento en que los españoles organizaron la empresa de conquista de América. Parece inexplicable que luego de más de cinco siglos de haber iniciado el exterminio de los indígenas que aquí habitaban, y de los intentos de convertir a la esclavitud a los negros traídos de África, no lo hubieran logrado. Para estas comunidades ha sido un proceso rico en experiencias de hacerse y rehacerse, de pensar y pensarse, en el que han aprendido a actuar. Es cierto que aún son muy vulnerables, aunque también es evidente su fortaleza, el fruto de sus acciones en su pervivencia. Pero ¿cómo lo han conseguido?

El Museo Nacional de Colombia abrió al público una exposición producida en asocio con el Centro Nacional de Memoria Histórica con el nombre “Endulzar la Palabra, memorias indígenas para pervivir”. Luego de leer el catálogo de la exposición creo haber entendido lo que ellos quieren decir con esta bonita expresión. En términos de la biología del conocer, de lo que trata el lenguaje no es de transmitir información o mensajes con contenido; de lo que trata es de coordinar comportamientos y acciones entre personas, entre distintas entidades. Los indígenas también parecen haber encontrado a través de sus búsquedas el valor de la palabra. Lo expresan así: “Todo lo que hagas se tiene que hacer con el corazón frio. Se tiene que hace con el corazón dulce. Y se tiene que hacer con ese corazón de estimación del otro. Eso quiere decir que entre los dos mundos hay cosas de palabra caliente y de palabra fría. Palabra caliente es todo lo negativo y palabra fría es todo lo positivo. Cuando se altera ese orden entonces decimos que hay que enfriar la palabra, hay que endulzar la palabra. Pero no desde la palabra, sino desde el concepto del conocimiento del cuidado de la palabra de vida, del cuidado del aire de vida”.

Endulcemos la palabra con contenidos de vida; como si fuera el aire que nos da vida. Utilicemos las palabras para dar paso a la coordinación. El escenario menos apropiado es el de una reunión política en la que de antemano se tantea la posibilidad de linchar al otro.

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