Como lo hemos dicho antes, en estas elecciones ganó parcialmente el know how, es decir, los conocedores del oficio, los expertos. Aunque repudiamos algunas cosas de la democracia como esta, no nos digamos mentiras: en muchas partes ganaron los que conocen el oficio, es decir, ganaron los que saben hacer elecciones. Camilo Mejía Duque, inolvidable maestro pereirano de los comicios, decía: “manzanillo es el que le gana a uno”.

Sin embargo, quedan un montón de líderes muy importantes, muy inteligentes, muy promeseros, a quienes podemos llamar como la reserva moral de los quemados.

Pero en esta procesión de expectativas caben varias clases de quemados: los quemados pobres y los quemados ricos. Me da pesar de los primeros quienes tienen que empezar a ver cómo pagan sus deudas y responden a sus familiares. Los otros apenas sacrificaron unas cifras en su presupuesto de gastos e ingresos, pero se recuperarán pronto.

Hay los quemados satisfechos y los insatisfechos: los unos porque encontraron aceptación entre los suyos y lograron mejorar en algo su autoestima; los otros porque se habían ilusionado demasiado.

Hay los quemados maduros y los inmaduros: los primeros son capaces de aceptar las reglas de la democracia con las cuales unos ganan y otros pierden; los otros se están desvelando todavía para encontrar un culpable que no sean ellos mismos.

Hay los quemados simpáticos y los irascibles: los unos saben que no están viviendo una tragedia, y los otros no permiten que se les hable más del episodio del domingo.

Finalmente están los quemados con esperanza y los que no tienen ya ninguna: los primeros creen que pueden servirse de su votación para un pequeño regateo; los otros saben que esta fue tal vez su última oportunidad de pasar al infierno de los olvidados.

Toda esta gama de inquietudes sigue haciendo parte del paisaje electoral. Y de allí no salimos por mucho que la democracia quiera purgarse de sus propios defectos. Así que a prepararse para los otros comicios, son una fatalidad.