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Columnistas  |  20 abril de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Populismo impregnador

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

El populismo impregna sociedades de países subdesarrollados, no por la inteligencia de los politiqueros sino por ignorancia del pueblo. Analfabetismo, secuela del sistema corrupto e indiferente, frío y preconcebido con la más perversa demagogia, para mantener la esclavitud mental, social y económica de los gobernados.

Por lo anterior, en estas colectividades es fácil hacer “política”. Solo requiere de personajes sagaces, supuestos prohombres, indiscutibles tramoyistas. No ser sensibles. Consolidar su procacidad, mientras observan la penuria de miles de personas. Desconocer cualquier sentimiento de culpa, cuando cometen el vil discurso de deplorar la tragedia nacional, personificada en las angustias cotidianas de la plebe. Sin escrúpulos secretan dolor de patria, derraman lágrimas y contagian esta agua, salida de la alcantarilla de sus maquinaciones perversas, en rostros golpeados por el sol de la miseria.

Tienen el atrevimiento de clonarse a sí mismos, en los más compasivos redentores. Dan besos, reparten abrazos hasta concluir en calco idéntico de Judas. En campañas desarrollan una enorme capacidad de melodrama y artero manejo de la palabra, tinte del lenguaje vacío, habilidades plagiadas de experimentados mamíferos de la “política”, para ilusionar a ingenuos electores, con futuras comodidades económicas, puestos a miles de desempleados, en un pueblo de una docena de plazas para desempeñar cargos públicos y otras artimañas, prefabricadas a imagen y semejanza del cerebro enajenado. En cada discurso acuñan locuciones preparadas con la más barnizada ternura. Expresiones desechables, prescindibles al realizarse un análisis objetivo. Son magos de tercera categoría. Es decir, farsantes de primera clase.

Esta horda de alienadores es inhumana. Deja a quienes ayudaron a empotrarse, en la clase explotadora, en la misma inopia, con el agravante de quedar sus esperanzas aún más despedazadas. Cada temporada de elecciones, a las suplicas le colocan el sello de “Va a ser una realidad el puente”, mientras la única agua en el contorno es la llovizna de cada siglo.

Mientras más desarrollen las mañas demagógicas, rápido llegan a ser parte del estado opresor. Desde luego, para apoderarse de este codiciado botín es inevitable poseer inusitada soltura delincuencial, estar al corriente de maquinaciones ominosas: en el contexto ideológico, moral y sicológico. Además ser expertos de “butifarras y comidas rápidas”, para ser proporcionadas a sicologías y fisiologías convenientes a sus intereses particulares, receta sutil para aliñar la incultura del pueblo.

La política debe ser el oficio de proporcionar bienestar a los representados. No lo contrario. No revertirse en politiquera, sinónimo de explotación, fétido olor producido por los dueños del poder, mortecina suculenta para el propósito rapaz. El desconocimiento de la política, como ciencia transversal para la prosperidad global de una comunidad, por lógica segrega la catástrofe de postrar un país en la miseria.

Cuando los “políticos” despliegan argumentos a favor del prójimo desnutrido, es simulación perversa. Parafernalia arrojada, desde la careta filantrópica, al rostro demacrado de la necesidad.

Hacer los politiqueros o los sicarios de la economía un razonamiento descarnado, sobre el atraso general de un estado, confrontarlo en el trasluz de la imparcialidad, para advertir su encrucijada, no tiene validez para estos facinerosos de “alta alcurnia”, arrogantes y cínicos. No. Porque el sancocho, el licor, la teja y un mínimo de dinero, son alternativas supremas del individuo hambriento, de la familia con sombrillas agujeradas escampándose bajo el techo de su hogar, del hombre urgido de escapar, por unos instantes, de la tangencial penuria, solución fugaz de parte de estos personajes nefastos.

De esta manera nos gobierna “la voz del pueblo, la voz de Dios”. Y nuestros opresores encantados. Se explaya así la ensalzada ironía de la democracia: Los electos serviles votan por quienes usurpan nuestra libertad, de vivir con dignidad. Por el esclavista. Y cuando gana el tirano de su filiación “política” se soslayan con él, lo abrazan, parrandean y hasta masturban el alma de tanta alegría. Qué bofetada a la dignidad. “Vox populi, vox Dei”, sería una expresión perfecta, legítima y saludable del latín, si no estuviera diezmada por el arponeo de todos los matices, de los politiqueros de turno.

Recapitulo:

¿Cuántos votantes estudian con atención si hay propuestas las cuales enfaticen en soluciones auténticas, coherentes con las escaseces sociales, económicas, políticas, sin la fragosidad de la utopía? ¿Cuántos electores escrutan el engranaje de la maquinaria deshonesta, mostrenca, maquiavélica y la confrontan, después de pasarla por el cedazo de su conciencia, con criterio objetivo, sin ponerle trampas a sus ideales, con decisión inquebrantable de derribar el muro del populismo, de rebatir el espejismo de la oralidad, de no dejarse trepanar el cerebro con pensamientos embaucadores? Pocos…

En condiciones distintas, con políticas sin propensión al desfalco de los recursos económicos del estado, tendríamos asistentes de la ordenanza pública capaces de catapultar hacia las más altas esferas a una nación. No sablistas al manosear el dinero de los contribuyentes. No se necesitaría de estas degradaciones porque la población honesta sería copartícipe de la estructura política, social y económica, con los más altos índices, equiparables a muchos países desarrollados. ¿Por qué? Hay una única razón: Con el dinero sobrante de la no corrupción, se suplirían gastos para eliminar la educación mediocre e instituir una formación humanística, sin el interés mezquino de alienar a los educandos, se tendría capital suficiente para reanimar la salud, se impulsaría la administración de hospitales en condiciones justas, íntegras en el manejo de los recursos, sin la indiferencia de ver morir a los pacientes por culpa de la mafia privada de las EPS. Los tugurios y la hambruna de miles de personas pertenecerían a tiempos remotos, debido al manejo consciente del peculio de cada región. Así, sobraría dinero para impulsar, en todo su contexto, el mundo subdesarrollado. Sé de lo terrorista de esta tesis, según señala el imperio norteamericano, culpable de la miseria en los continentes.

Por último, los medios de comunicación no serían parte de la estrategia artificiosa, a través de noticias engañosas, reality, telenovelas, especiales para idiotizar, aún más, a quienes los sintonizan, desde luego sin dejar aparte la prensa al servicio de la oligarquía. Por el contrario, cada uno de estos acervos de difusión estaría al servicio de la inteligencia, contribuyendo a la evolución mental y la sabiduría política e ideológica de los individuos de cada terruño. En fin, se acabaría con el populismo impregnador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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