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Editorial  |  15 octubre de 2019  |  02:05 AM

Armenia, 130 años de progreso y regresión

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El 14 de octubre de 1889, hace 130 años, se firmó el Acta de Fundación de Armenia, acto que tuvo lugar en una improvisada choza de platanilla, ubicada en la carrera 14 a un costado de la actual plaza Bolívar, en donde 40 colonos liderados por Jesús María Ocampo y los hermanos Alejandro y Jesús María Suárez nombraron una Junta Pobladora y abrieron tres libros: el de avecindación, el de actas de reunión y el de adjudicación de solares.

La historia dice que fueron varios los motivos por los cuales los colonos llegaron a las peligrosas montañas del Quindío: en busca de tierras, huyéndole a las guerras civiles, entre liberales y conservadores, que marcaron la principal característica de la segunda mitad del siglo XIX.

El mito fundacional nos habla de la construcción de un puente sobre el río Quindío en el sector de Balboa para solucionar los problemas de aprovisionamiento de alimentos y otros elementos que necesitaban los colonos de la vereda Armenia, para lo cual se invitó a un convite a los calarqueños y estos dejaron metidos al principal líder de esta gesta, Tigrero, y su grupo de colonos. También se habla de motivaciones para la fundación de Armenia las ventajas que otorgaba el gobierno de la época para adquirir terrenos baldíos, o los intereses sociales que los llevaron a formar una comunidad e incluso, el evadir la persecución de la compañía Burila que se decía era la dueña las tierras de la región. Son hipótesis valederas que en últimas llevaron a la fundación de Armenia.

No obstante, vale resaltar que Tigrero, los hermanos Suárez y demás colonos desde antes de la firma del acta de fundación pensaban en grande. Tenían en sus mentes el progreso de la tierra en donde las circunstancias del destino los habían puesto junto a sus familias. La apertura de lotes para lo cual se tuvieron que enfrentar con la agresiva naturaleza, como primera medida, la idea del puente para unirse con Calarcá son entre otras muestras de sus mentes abiertas para sacar adelante la que convertirían en la tierra de sus hijos, de sus nietos y de unas generaciones llenas de temple y de fuerza suficiente para hacer de Armenia un pueblo, un corregimiento, un municipio, una capital.

Desde sus mismos inicios los hijos de Armenia, los herederos de los ‘cuyabros’ lucharon por el progreso de su tierra. El ganado, el cacao, el tabaco, luego el plátano y el café han sido las fuentes económicas que han contribuido con el desarrollo de Armenia, eso sí ligados estos productos a verdaderos líderes empresariales y políticos. Tuvo Armenia una época de esplendor en los años 30, 40 con un embrión industrial que dio origen a fábricas de chocolate, de cerveza, gaseosas, marroquinería, harinas, tabaco, jabón, velas, despulpadoras, arietes, pequeñas industrias que más adelante fueron opacadas por el cultivo del café, por las trilladoras que invadieron ciudad, industria que finalmente se adueñó del mercado laboral de la joven Ciudad Milagro que en pocos años le había tomado la delantera a Salento, Filandia, Circasia y Calarcá.

Fue tal y tan rápido el progreso de Armenia que en 1966 no hubo reparo para ser determinada como la capital del nuevo ente territorial catalogado en el territorio nacional como el Joven, Rico y Poderoso departamento del Quindío.

La cabeza de ese denominativo era lógicamente Armenia, que veíamos convertida en la principal ciudad del Eje Cafetero. Pero el revolcón politiquero y de intereses particulares de los dirigentes de los últimos 20 años convirtió el progreso de Armenia en una regresión sin límites. Por culpa de esos líderes la ciudad se detuvo en la historia, se quedó rezagada en el tiempo, sin dolientes y bajo el amparo de unos cuantos líderes que insisten de nuevo en el favor de los incautos para hacerse al poder y acabarla de exprimir.

En la celebración de los 130 años de historia de Armenia, no hay un logro digno de destacar. ¿Qué celebramos? Nos preguntamos muchos: ¿los primeros puestos en desempleo, una ciudad a punto de colapsar en su infraestructura vial, en su movilidad, un espacio público ocupado por vendedores ambulantes a quienes no se les garantiza una estabilidad, andenes y calles ‘propiedad’ de los talleres de motos y de carros; unas calles imposibles de transitar, unas obras a medias y otras sin comenzar porque la plata se la llevaron esos dirigentes que siguen manejando sus maquinarias desde las cárceles o desde las sombras, una economía agrícola que no sabe para dónde va, o unos llamados ciudadanos cuyo valor democrático es manejado por la amenazas de quedarse sin puesto si su voto y el de sus familias no favorecen a sus siniestros padrinos políticos?

Armenia, y en general el Quindío, tienen que despertar. En los 130 años de fundación de la ciudad, hay que tomar conciencia y aprovechar la oportunidad que tenemos este 27 de octubre de darle un giro a la historia, de acabar de una vez por todas con esos falsos líderes que tiene a la ciudad sumida en la regresión. No podemos votar de nuevo por la corrupción, tenemos la inmensa responsabilidad de darle a Armenia el lugar que se merece, enderezarla en el camino del progreso que como herencia nos dejaron nuestros mayores.

 

 

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