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Editorial  |  10 diciembre de 2017  |  12:00 AM

Más Navidad, menos maldad

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Hay un afán desaforado en Colombia, y en casi todos los países latinoamericanos de conseguir dinero fácil, lo que apura la maldad del ser humano sobre el imperativo ético y cristiano de hacer el bien. Nos aterra cada día la cultura narco que se empotró en nuestra sociedad. Adoramos casi todo aquello que está rodeado del dinero obtenido por medios ilícitos, como el narcotráfico, el microtráfico en las ciudades, la prostitución, las apuestas ilegales, el robo, el atraco, el hurto, el paramilitarismo y, sobre todo, la corrupción, el asalto al erario de diferentes maneras.

Y en Navidad se hace mucho más evidente esa cultura. En las fiestas se cambiaron los villancicos y las canciones tradicionales que hablan de la Navidad y el Niño Dios, y se encaramaron en los cerebros de los colombianos los grotescos corridos norteños y los vulgares reguetones, que nos incitan al engaño, a la traición y a la muerte. Por eso, en estos días, infortunadamente crece mucho más la maldad, y disminuye el espíritu de la Navidad.

El alcalde de Armenia, por fortuna, detuvo esa desastrosa noche que se venía realizando cada 30 de noviembre en Armenia, al prohibir no solo el uso total de la pólvora, sino la movilización en motocicleta, por los atropellos que se cometían en este vehículo de dos ruedas. Este año tuvimos una noche tranquila, sin heridos, sin muertos, sin desgracias. Los años anteriores vivimos esa cultura mafiosa de los estruendos de la pólvora, la extravagancia de la maizena, el licor, los pitos y los ruidos estruendosos de las motocicletas aceleradas en las puertas de nuestras casas, y por casi toda la ciudad. Por fortuna, eso parece cosa del pasado.

Por otro lado, este año hemos visto pocos espectáculos públicos que impulsen el espíritu de la Navidad: la reconciliación, el amor, la familia, la paz, la alegría del nacimiento y la esperanza de una nueva vida. Algunos centros comerciales han llenados sus edificios de luces y colores, lo que es muy loable y se les abona como contribución a la alegría y la esperanza de esta época. Esperamos para los días siguientes, no solo en los centros comerciales, sino en las calles y las plazas de la ciudad, más coros infantiles, más música de conjuntos, más teatro, más danza, más espíritu navideño y menos carros con grandes parlantes ‘moliendo’ corridos norteños que hablan de narcos.

Esa cultura de los narcos se ha empotrado no solo en los estratos marginados, como se cree en algunos espacios sociales, sino en todos los estratos, en la clase media y en la clase alta también. En los barrios se nota en los chicos, en los jóvenes y en los adultos, por su forma de vestir, de hablar, por las canciones que escuchan pero, sobre todo, por esa actitud desafiante, intolerante, pedante e inmodesta que dejan salir en sus conversaciones y en las fiestas. Y qué decir de esta misma actitud en los barrios de sectores medios y en los sitios que frecuenta aquellos que siendo ricos se metieron al ‘negocio’ para no dejar de serlo.

Es el dinero fácil el que provoca toda esta cultura, que adora a Pablo Escobar, que defiende al yotuber ‘Popeye’, el jefe de sicarios de Pablo Escobar, y que trata por todos los medios que sus amigos y allegados se enteren que está en el asunto del narcotráfico, porque eso da respetabilidad y estatus. Es una lástima, pero así es. Mientras tanto, el espíritu de la Navidad, aquel del que bellamente nos habló el inglés Charles Dickens desde el siglo XIX, se ha ido apagando, o mejor, cambiándose por otro espíritu: el de la cultura del narco.

Apenas empiezan las fiestas de Navidad y Año nuevo: hagamos esfuerzos, desde el gobierno y la empresa privada, desde la familia y el corazón de cada individuo, para que la alegría, la paz, el amor y la familia prevalezcan en este y todos los diciembres, y rechacemos las manifestaciones grotescas y violentas, que empañan el maravilloso espíritu de la Navidad.

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