• VIERNES,  19 ABRIL DE 2024

Editorial  |  24 diciembre de 2017  |  12:00 AM

El Niño Dios y Buenavista

0 Comentarios

Imagen noticia

Desde lo más alto del monte Carmelo se puede divisar un inmenso valle, el valle de Jezreel, y, por supuesto, el mar Mediterráneo, que en primavera tiene un sol tan grande que pareciera abrazar toda la pequeña ciudad de Haifa, en Israel.

Ese mismo panorama, sin mar, pero con un valle similar, el valle de Maravélez, se puede divisar desde un monte que en el Quindío llamamos Tolrá, en la antigüedad, y que hoy conocemos como Buenavista, por el pueblo que está asentado en esa ladera de la cordillera Central.

Uno y otro nos muestran paisajes extraordinarios, sitios maravillosos. En el primero, muy cerca de allí, en Belén, nació Jesús de Nazaret, hace 2.051 años, según la historia bíblica. Nacimiento que celebramos esta noche y el día de mañana, el día de la Navidad.

Pero, el Señor pudo haber escogido un suelo tan maravilloso para nacer como Buenavista, con la misma visión paisajística del Monte Carmelo, en Israel, en la región de Judea, muy cerca de Belén. Y es que el espectáculo que nos ofrece Buenavista, en el Quindío, es tan maravilloso que parece provenir del mismo designio divino de la tierra Santa de Israel.

En Buenavista, sus habitantes disfrutan del paisaje más hermoso del mundo sentados en sus muertos. A las cinco de la tarde, cuando el viento de la sierra se ha llevado la neblina para el alto del Oso en Córdoba, las gentes de Buenavista se van a su cementerio y suben por unas escaleras de concreto al techo aplanchado de las bóvedas, y se sientan allí, encima de sus muertos, a ver el atardecer que se pierde allá abajo en el más esplendoroso y significativo mar de tonalidades verdes serpenteadas por ríos y quebradas en un valle interminable, en colinas azuladas y en las pequeñísimas casas y edificios que conforman conjuntos separados que se integran en lo que llamamos los municipios del Quindío y norte del Valle. Casi todos esos municipios se ven desde la plancha de las bóvedas.

El cementerio y su mirador simbolizan sin saber un profundo sueño. Sueño, abajo en las bóvedas por las honduras de la muerte, por el descanso eterno, por la simpleza de los huesos o la complejidad de las cenizas que están en abismos insondables para el hombre. Pero, arriba, en la plancha mirador, hay una belleza incalculable, un paraíso imaginado donde aletean en lontananza los sueños del país más hermoso, del territorio más diverso, de una tierra tan pródiga, tan verde, tan robusta y prolija como la que Dios le prometió a Moisés y a Jacob, la tierra considerada su morada. “Duerme tranquilo hermano debajo de mis pies que yo, aquí arriba, abro asombrado los ojos para morirme de la dicha de saberme vivo sólo al contemplar este paisaje sin par”.

Y más arriba del cementerio, en el mirador Alto de la Cruz, el paisaje se abulta, empalaga, atraganta de emoción, se vuelve mar de miel, país de cucaña, sonrisa, terrón de azúcar, dulce mujer, besos, amor, canto de gorrión, vida por encima de la vida. Es un paisaje para no olvidar jamás. Aquí cobra vigencia en la sustancia misma de las palabras el pensamiento aquel de que “para disfrutar el paisaje hay que subir la montaña”. ¡Vaya si se disfruta!

Buenavista es un pueblo pequeño, tal vez el más pequeño del Quindío, pero con el más grande de todos los paisajes colombianos, no lo dudamos. Su fundador, José J. Jiménez, terco como prolijo (tuvo 25 hijos) le hizo prometer a su hijo, del mismo nombre, que se opusiera a la creación del municipio si sus coterráneos insistían en el topónimo de Tolrá. Y tenía razón, la buena vista que tiene este rincón sureño del Quindío no le permitía llevar sobre sus lomas un calificativo diferente. No podía tener otro nombre. Buenavista tiene presencia solamente en el mapa, olvidado por las gentes del Quindío que se volvieron citadinas, minimizado por la miopía política regional, pero se engrandece en la retina de todo aquel que sube hasta el mirador del cementerio o del Alto de la Cruz. Cuando vayas a Buenavista, no mires para el suelo, ni repares en las gentes, pregunta por los descendientes de Francisco Emilio Jiménez, el último fundador de pueblos del Quindío, quien murió hace poco a la edad de 97 años, ellos le puede enseñar el más grande paraíso que Dios hizo en la tierra y que nos cedió para el goce eterno. Feliz Navidad.

 

PUBLICIDAD

Comenta este artículo

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net