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Editorial  |  22 junio de 2022  |  07:49 AM

El fin del estigma del guerrillero

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La elección de Gustavo Petro como presidente de la República es el comienzo del fin del estigma de guerrillero en Colombia. Ese estigma lo cargaron en la República Conservadora de los primeros 30 años del siglo XX los guerrilleros liberales que participaron en la rebelión que provocó la ya legendaria Guerra de los Mil Días, tanto así que un hombre que se perfilaba como presidente de Colombia, Rafael Uribe Uribe, y que había comandado las huestes liberales en esa guerra, fue asesinado en plena calle séptima de Bogotá, con armas cortantes y contundentes, en 1914. Uribe se había rebelado no solo contra los conservadores, sino también contra la cúpula de su propio partido Liberal.

Coronado el triunfo liberal de 1930 con el presidente Enrique Olaya Herrera y las revolucionarias propuestas sociales de su sucesor Alfonso López Pumarejo, el estigma aún rondaba la cabeza de los contrarios para entonces, los conservadores, pero muy especialmente de los terratenientes, que se opusieron política y militarmente a la reforma agraria planteada por López en la denominada Ley 200 o Ley de Tierras. Los odios no se aplacaron, por el contrario, se avivaron y el país vio caer a otro líder de la revolución liberal y pacífica en Colombia, Jorge Eliécer Gaitán.

Es a partir de este momento que las guerrillas vuelven a aparecer en Colombia, ya no como aquellas voluntades de cambio del siglo XIX, sino como guerrillas modernas, organizadas en ejércitos independientes, por fuera de los mandos principales de los partidos, como las guerrillas liberales del Llano al mando de un campesino, Guadalupe Salcedo, que tuvo vigencia entre 1949 y 1953. Pero Salcedo, que se acogió a un armisticio ofrecido por el gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla, fue asesinado, después de desmantelar su ejército y acogerse a un proceso de paz.

La llegada de la Revolución Cubana y las traiciones a las guerrillas liberales, provocaron el nacimiento de las guerrillas comunistas o de izquierda de los años sesenta, Las Farc y el ELN. El robo de las elecciones de 1970 donde la gente había depositado en las urnas mayoritariamente el voto por el General Rojas Pinilla en contra del candidato del establecimiento Liberal-Conservador Misael Pastrana Borrero, originó la creación de la guerrilla del M-19, a la que más tarde se afilió el actual presidente electo de Colombia Gustavo Petro, siendo apenas un muchacho de 17 años.

Por más que ha habido procesos de paz, amnistías, como la que firmó en 1990 el presidente Virgilio Barco con el M19, a la que se acogió Petro, y la que recientemente firmó el presidente Santos con las Farc, el estigma del guerrillero ha seguido rondando en la cabeza de muchos colombianos. Guerrillero como hombre malo, asesino, secuestrador, asaltante de pueblos, violador y comunista.

Aquellos que se acogieron a las amnistías o firmaron la paz no los miran como exguerrilleros, ni mucho menos como personas que contribuyen a la paz dejando las armas, ni como colombianos que se integran a la vida civil, sino que los han seguido mirando con su connotación anterior, de la que se retiraron y pidieron perdón, la condición de guerrilleros. Por esta razón, la izquierda en Colombia jamás pudo acceder al poder, porque la mentalidad de los colombianos estaba mucho más acentuada en los recuerdos de los horrores de la guerra que en la alternativa social de la paz que proponían.

Pero, llegó el momento, el comienzo del fin del estigma de guerrillero que se le ha asignado a la gente que piensa distinto a lo que ha sido el establecimiento liberal-conservador y sus derivaciones en los partidos de derecha. La elección de Gustavo Petro como presidente de Colombia, seguramente, hará desaparecer los miedos de tener un presidente guerrillero, procurará desaparecer los odios viscerales que nos carcomen y que no han permitido el verdadero desarrollo del capitalismo en Colombia, con equidad y justicia en la repartición de la riqueza que genera ese capitalismo.

Si Colombia supera, como parece que lo va a superar, el estigma del guerrillero, el país se apresta a inaugurar una nueva época, una época social de una vida más civilizada, una sociedad más tolerante, para vivir una ciudadanía más armónica, más solidaria, con menos odios y con el mejor destino de América Latina.

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