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Editorial  |  12 octubre de 2017  |  12:00 AM

Qué viva nuestro hermoso mestizaje

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Tradicionalmente, hoy 12 de octubre celebramos en Colombia el Día de la Raza, en conmemoración del llamado Descubrimiento de América en 1492. Se supone que en América se encontraron tres importantes razas: la blanca, proveniente de Europa, la negra, que fue traída de África por aquella, a la fuerza, y la indígena, que vivía en el continente americano, que para entonces no tenía ese nombre.

Hoy, 525 años después, esas razas prácticamente han desaparecido, en la pureza de su origen. Son pocas las personas que conservan intacta su condición de blanco, negro o indígena en América. En cambio, ha crecido el denominado mestizaje, que es la oposición más bella y romántica a la idea de la pureza de la raza. Y decimos bella y romántica porque esa diversidad que llevamos por dentro se opone a las ideologías limitadas y totalitarias, a la existencia de hombres superiores, a las discriminaciones por color de piel y pensamiento.

Ya lo hemos dicho en otros espacios, pero es necesario, un día como hoy, repetirlo: nos debe llenar de alegría al sabernos diversos, al sentirnos mestizos, porque percibimos una sensación encantadora de alfombras voladoras, de lunáticos quijotes, de estrambóticos negros danzarines, de guerreros indígenas pletóricos de naturaleza. Somos hijos de mil culturas. Todo se combina en estos seres colombianos, para formar un canto iridiscente que se entona con orgullo desde los bellos riscos del Quindío.

En verdad, somos la diversidad. Somos mestizos, los más diversos del mundo, incluso de América Latina. En casi todo el orbe se conservan, de alguna forma, las razas. En África predomina la negra, en Europa la blanca, en Asia la amarilla. En México, Guatemala y Centro América, como en Ecuador, Perú y Bolivia hay mayoría de indígenas. En el Caribe y Brasil sobresalen los mulatos, en países como Argentina, Chile, Uruguay prevalece también la blanca europea, pero en Colombia la mayoría somos mestizos. Y no podemos decir que el mestizaje es una raza, sino que se trata de un hecho cultural, porque, como dice William Ospina en ese bello libro “Los nuevos centros de la esfera”, somos hijos a la vez de las víctimas y de los verdugos, de los invasores y de los invadidos. “Esa cultura mezcló en el bolero la ternura cortesana con la sensualidad africana”.

Por eso, es bueno que sepamos, que seamos conscientes que en cada colombiano suenan tambores africanos, tal vez por eso nos apegamos tanto a los cantos del Pacífico y de la Costa Atlántica. Pero, al tiempo, en cada colombiano retumban ocarinas indígenas cuyo espíritu deambula por los parajes verdes de viento y sol de nuestra tierra; y en cada colombiano se rasgan las cuerdas de guitarras españolas cargadas de la cultura morisca que les dejó 800 años de ocupación árabe a esa, la península ibérica.

Aquí, en Colombia y en América Latina en general, hablamos una lengua donde el principal origen de las palabras es el latín, seguido por el árabe y el indígena con no menos vocablos africanos. Tenemos una piel que no es senegalesa, ni española, ni morisca, ni indígena. Somos la diversidad.

En cada colombiano y en muchos latinoamericanos hay una historia universal, milenaria, donde se conjuga todo: los secretos de la selva africana y sus costumbres, las altas cortes españolas, las mil y una noches de los pueblos árabes, las bondades musulmanas, las ceremonias católicas y la santería africana, la Pachamama inca, el respeto y adoración que los muiscas y quimbayas tenían por los animales, todo se combina en una extraordinaria forma universal de ser.

Es una lástima que un día como hoy, de tanta trascendencia en nuestra Historia, pase casi desapercibido, cuando deberíamos celebrarlo en grande, embriagarnos, no de los malos recuerdos de las cosas feas y tristes que nos trajo la conquista española, sino de los grandes aportes culturales, que hoy nos identifican como lo que somos. ¿Quiénes somos? Para saberlo, es necesario auscultar la historia que empezó el 12 de octubre de 1492, un día como hoy.

 

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