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Editorial  |  10 julio de 2018  |  01:42 AM

Una necrópolis llamada Armenia

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Por donde se le mire, Armenia se ha convertido en una necrópolis, en una ciudad de muertos donde reina el silencio de la gran mayoría de sus habitantes, impuesto por una minoría a la que no le alcanza el formol para tapar su podredumbre.

Estamos enterrados bajo los escombros de la desorganización, del abandono y de la ignorancia. Y como toda necrópolis que se respete, les rendimos culto a los monumentos del pasado, a aquellos que hoy identifican a la llamada Ciudad Milagro: la corrupción, la trampa, la mentira, la politiquería, esa misma que alardean aquellos que siguen sumidos en el pasado, impotentes, defendiendo un “líder” no importa que sea deshonesto, corrupto o ladrón.

Armenia es una necrópolis peor que otras, porque hasta la esperanza de la resurrección está perdida. En pleno siglo XXI esa gran burocracia contratista o que ocupa los puestos públicos, diezma a sus padrinos politiqueros; como lo hacen los feligreses con las iglesias de garaje que también pululan en la ciudad y que aprovechan esa ignorancia de la que somos víctimas por los mismos intereses de los que desde hace 200 años se convirtieron en los dueños del tercer Estado: el poder.

Armenia es una ciudad muerta y no tiene dolientes. Las afueras del palacio municipal o CAM es la fiel muestra de la desorganización y del atraso, Armenia no ha sido capaz de superar su condición de pueblo, parece detenida en el tiempo, muerta. La calle 20, la carrera 23 y todos sus alrededores son una muestra fehaciente de ese abandono gubernamental. Los talleres de motos y carros, concesionarias en las calles, ventas de cualquier cachivache sobre la calzada y las aceras son evidencias de una administración vacía, de la falta de políticas serías y de verdaderos profesionales que amen y le den orden a la ciudad, no de charlatanes y cobardes como los que nos han gobernado en los últimos 16 años, que solo persiguen intereses personales así sea pisoteando a los demás.

Armenia es una necrópolis en donde mueren sus parques, sus polideportivos barriales, en donde sus otrora monumentos de orgullo como la plaza de toros, el coliseo del Café y hasta el propio estadio Centenario permanecen sepultados en el olvido y el abandono.

Armenia es una ciudad muerta, adornada con las flores que sus dirigentes a diario anuncian convertidas en proyectos millonarios que justifican la corrupción, tolerada por el canto de una sociedad que el palo y el rejo la enterró en el mutismo de la sumisión y de la desolación.

Ojalá que en ese mismo ‘velorio’ no entre el expresidente Gaviria al escoger la terna para suceder en el cargo al señor Carlos Mario Álvarez, ojalá que ‘La Virgen haga el milagrito’, como dijo en rueda de prensa el gobernador del Quindío, y se le pueda dar a Armenia un alcalde probo, honesto, sabedor de los problemas y las soluciones para la ciudad, de la misma altura del actual alcalde encargado Álvaro Arias Young. Ojalá ‘la Virgen haga el milagrito’.

 

 

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