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Editorial  |  14 julio de 2018  |  04:27 AM

Se fue un amante de Armenia

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Aurelio Mejía tenía una connotación de apego y amor a la ciudad desde su niñez.

Este pueblo nuestro de Armenia es muy ingrato. La muerte del ingeniero Aurelio Mejía García pasó casi desapercibida para la mayoría de la dirigencia política, el gobierno, los gremios y la sociedad en general. Fueron pocas las manifestaciones de pesar y menos las alusiones históricas que se hicieron del nombre de Aurelio Mejía García en el momento de su muerte y sus exequias.

Aurelio Mejía tenía una connotación de apego y amor a la ciudad desde su niñez, cuando un desalmado, dicen que por orden de los ‘matarifes’ que tenían negocios en la plaza de mercado o galerías, le disparó varias veces a su padre Gabriel Mejía, y lo mató.

Aurelio creció huérfano de padre, pero con un portentoso amor por la ciudad, el mismo por el que se había sacrificado la vida de su progenitor. Gabriel Mejía murió siendo gerente de Empresas Públicas Municipales de Armenia, y en defensa de una causa de ciudad. Había disgustado con los inquilinos de la plaza porque quería que ese lugar mejorara y, para tal efecto, había dispuesto un pequeño canon de arrendamiento, casi que simbólico. Y por eso lo mataron.

Con ese amor, con esa defensa de los intereses de la ciudad, también creció el hijo de Gabriel, Aurelio Mejía, que se hizo ingeniero civil y le dio a la ciudad varias obras, en su mayoría construcción de vivienda y vías. Por su experiencia fue llevado a la administración municipal en varias ocasiones, en los gobiernos de César Hoyos Salazar y de Álvaro Patiño Pulido. Director de Valorización, secretario de Obras Públicas, fueron, entre otros cargos los que ocupó.

Sin embargo, su mayor trabajo fue contra la corrupción. Fue uno de los más grandes veedores que tuvo la ciudad, especialmente en los últimos diez años. Estuvo atento a las licitaciones públicas, a los pliegos de condiciones de las obras, a los sobrecostos, que denunció con entereza y sin miedo. Fue Aurelio Mejía uno de los más importantes denunciantes del descalabro de valorización en los dos últimos gobiernos. Los organismos de control tuvieron en cuenta sus sesudos análisis, muy especialmente alrededor de los sobrecostos de las obras.

Tenía ideas permanentes sobre la solución a los problemas de Armenia. Su figura de Quijote con ojos azules se le veía, en los últimos meses, un poco tambaleante, siempre proponiendo, siempre hablando de la ciudad, siempre deshojando un cúmulo de pensamientos orientados a mejorar las condiciones urbanísticas de Armenia y, por ese conducto, la de sus habitantes.

Aurelio tenía una esperanza: que los armenios lo acompañaran a la alcaldía de Armenia en un proceso electoral, seguramente para poner en orden la ciudad frente al desgreño administrativo y la corrupción que la embargan. No se le dio, se fue de este mundo con esa ilusión.

Muchos criticarán su vida personal de bohemio, pero ese examen, desde esta tribuna, se lo dejamos a Dios. Lo que sí queremos resaltar es su profundo amor por Armenia, su preocupación ciudadana permanente, sus propuestas y sus deseos por ver una mejor ciudad. Se fue un amante de Armenia, uno de sus mejores amantes, que reemplazarlo será difícil, y mucho más con la indolencia que nos invade, con esa apatía terrible que nos arropa, tanto que, ni siquiera fuimos capaces de reconocer en Aurelio Mejía García, a la hora de su muerte, al maravilloso ser humano y mejor ciudadano que fue.

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