En el Quindío hay una desesperanza sin par, no solo por los acontecimientos de corrupción que tienen en la cárcel a una docena de contratistas y exfuncionarios del municipio de Armenia, y por la condición sub judice de otro tanto de la administración del cuatrienio pasado del departamento del Quindío, sino por la confrontación evidente de varios bandos políticos, que tratan de torpedear, desde diversos flancos, los esfuerzos por sacar a flote la ciudad.

Ahí están representados solo intereses personales y grupistas de tinte absolutamente politiquero, de aquellos que han venido privatizando lo público a través del ejercicio electoral de nuestra maltrecha democracia. Esos intereses están volviendo irreconciliables las posiciones, y cada vez más observamos una actitud de prevención, en los más incautos, y de venganza y odio en los más radicales.

Nada es bueno para un sector. Todo el mundo es malo y contaminado. La llegada a la alcaldía en calidad de encargado de un hombre con buenas intenciones, como Álvaro Arias Young, generó optimismo en unos, especialmente gremios y empresarios, pero de inmediato hubo una reacción de aquellos prevenidos, acompañados de aquellos en quienes prevalece el interés personal sobre el bien común, y actúan con el odio y la maledicencia.

Infortunadamente para la ciudad, hay de por medio un personaje funesto, investido de autoridad de control, que gobierna y amenaza, provocando graves y penosos resultados para nuestra sociedad. Esta semana, el personaje de marras, como cualquier mano negra de las horas aciagas del país, hizo circular un panfleto diciendo que los intereses del alcalde Arias eran entregarles a los constructores la avenida Centenario para entre ambos apropiarse de una utilidad de $3 billones de pesos.

Y, muchos se creyeron el cuento y corrieron a repicar el libelo, sin hacer ni un solo análisis. Solo hablar de esa cifra es poner en el tapete un poco más de la mitad del Producto Interno Bruto Regional, que está compuesto por todos los sectores de la economía: agro, industria, comercio, construcción, turismo, bancos, gobierno, etc. Un exabrupto que solo cabe en mentes desequilibradas, que llegaron al Quindío a tratar de descrestar calentanos o a colonizar un territorio que ya ha sido ocupado.

Y como este ejemplo, muchos más. Descalificar al otro parece ser la estrategia, desconociendo por completo las virtudes y las consideraciones humanas. Las exageraciones y mentiras que le inventaron a la directora Administrativa de la gobernación del Quindío Catalina Gómez Restrepo no dejan de ser una infamia. Traer a colación a su padre Germán Gómez, después de 12 años de su desaparición, solo se puede calificar así, infame, pues los hijos no tienen por qué ser responsables de los errores de sus padres. Decir que la doctora Gómez fue una de las grandes aportantes de las campañas del gobernador Osorio y del exalcalde Álvarez, es una calumnia, pues ella trabajó con el primero, en la campaña, y lo que donó fue su tiempo de labores; con el segundo no tuvo nada que ver.

Además, cuestionar su amistad con la familia Valencia Franco, es tan ruin como aquellos que critican y condenan a los amigos del exalcalde Carlos Mario Álvarez, por el solo hecho de haber sido o ser amigos. Pero, para la estrategia de descalificar, de desprestigiar con fines políticos, parece que todo vale. Y en esa línea, la ciudad se desmorona en el odio y la confrontación.

Hay que combatir esa desesperanza, es necesario construir, edificar una sociedad diferente, dialógica, que respete la diferencia, que haga política desde bandos distintos, pero con el respeto y la tolerancia que se merece una sociedad civilizada. Y para llegar a este propósito, es necesario educar, volcarnos a la cultura y al engranaje académico ciudadano y su significado, contando con la ética civil como estandarte y con la moral como escudo.