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Editorial  |  30 julio de 2018  |  07:03 AM

Estamos perdiendo la ciudad

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La desaceleración económica en Armenia y el Quindío es evidente.

La desaceleración económica en Armenia y el Quindío es evidente. Uno de los grandes indicadores es el empleo, y el Dane nos acaba de entregar los resultados del último trimestre, y dice claramente que somos segundos en el concierto de la nación, solo después de Chocó.

Lo más preocupante es el aumento de por lo menos tres puntos porcentuales en la tasa de desempleo en los últimos dos años, pues al comenzar el 2016, este indicador estaba en 13,4%, y en el 2018, el Dane nos dice que ha subido al 16,4%. Cifras absolutamente contrarias a lo que pasa en otras partes del país, donde el desempleo se ubica desde hace más de cinco años en un solo dígito.

La caída, desde hace 22 meses, de los precios del café y las consecuencia que esto tiene para la economía local, aunque cada vez dependamos menos de este producto, se refleja en el aumento del desempleo. Adicionalmente, las medidas tomadas por el exalcalde Carlos Mario Álvarez con relación a la construcción en altura y los retiros de los cuerpos de agua en la ciudad, desaceleró por completo este sector, dejando decenas de proyectos paralizados y, por supuesto, perdiéndose cientos de puestos de trabajo.

El conflicto interno, local, generado por los actos de corrupción descubiertos alrededor de la contribución de valorización y la puesta en la cárcel de los dos últimos alcaldes, incluyendo el que elegimos para el cuatrienio que está vigente, ha generado una desazón absoluta, una pérdida de confianza total. Y, por supuesto, nadie con cinco dedos de frente se atreve a invertir en una ciudad con semejante monstruo encima: corrupción, por un lado, inseguridad jurídica, falta de planeación y un tenaz enfrentamiento entre los grupos de poder político.

Hay, además, un aprovechamiento malsano de la situación política y judicial para atacar al contrincante, frente a una sociedad no solo indolente, sino ignorante, que se traga entero las mentiras de los mensajeros idiotizados por unas pequeñas dádivas que les ofrecen aquellos que perdieron el poder y que utilizan sus medios para tratar de rescatarlo.

Sabemos que ante el avance de ese monstruo de corrupción, defendido desde diferentes tribunas, a pesar de ver a sus jefes en las cárceles, muchos empresarios, con la desesperanza que produce la crisis política local, con la sensatez de la racionalidad económica, han decidido buscar otras ciudades para poner sus capitales.

Ya sucedió en la década del 90, cuando todos los empresarios de la confección, ubicados en el gran centro de la confección en la zona de Jardines de Armenia, decidieron marcharse, dejando cerca de 1.000 personas sin empleo. Y esa decisión, en ese momento, también fue motivada por la desazón que deja el conflicto político local y la corrupción, por un lado, y la falta de motivación y normas claras para hacer empresa.

Si seguimos en este canibalismo, promocionado por políticos sin alma, por empresas electorales con ambiciones maledicentes, y con mensajeros indolentes, mercenarios de estómago, la ciudad seguirá en un declive sin par, sin solucionar los graves problemas que nos afectan, y con una economía tan pobre como nunca la habíamos tenido, con tenaces consecuencia sociales, como la drogadicción y la criminalidad generalizada.


 

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