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18 septiembre de 2017  |  06:15 AM |  Escrito por: Edición web

De abogado en Venezuela a vender arepas en Armenia

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De abogado en Venezuela a vender arepas en Armenia

Andrés, a sus 25 años, sabe que ningún trabajo es malo, que mientras sea honrado, es digno.

En noviembre del año pasado, Andrés Eloy Carrillo se graduó como abogado de la Universidad de Carabobo (Venezuela). De inmediato comenzó a trabajar en un bufete y luego fue contratado en la Contraloría del Estado donde se ganaba 200.000 bolívares al mes ($59.000 a precio de hoy), que apenas le alcanzaban para comer.

“Con eso podía comprar un kilo de arroz, un kilo de pasta, un pollo y un kilo de carne. Eso no alcanzaba para todo el mes, así que algunos días debía comer solo una arepa y, cuando me rendía más, pasta con mantequilla. La carne, el pollo, el jamón y el queso eran prácticamente un imposible”, relata.

En ese tiempo vivía en su natal Valencia, la capital del estado de Carabobo y la tercera ciudad más poblada de Venezuela, reconocida en antaño como la capital industrial del país. Al ver su calidad de vida en un franco declive, sumado al ascenso de la inseguridad urbana, un día se cansó de trabajar solo para comer y decidió venir a Colombia a buscar nuevas oportunidades, pero la situación no mejoró.

Encontrar trabajo en Cúcuta es muy difícil, afortunadamente mis tíos me tendieron la mano y, gracias a que mi papá es colombiano, obtuve la nacionalidad rápidamente. Aunque eso no sirvió, duré 27 días, entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde, repartiendo más de 80 hojas de vida, y solo me llamaron de un lugar, la primera empresa donde la llevé”.

Se trataba de Claro donde le ofrecieron trabajar como asesor de ventas, lo cual aceptó sin problemas.

El trabajo era bien, lo único malo era que pagaban horrible. Sin sueldo fijo, sin prestaciones. Era vender o no ganar nada”.

Solo aguantó 5 meses, pues llegaba a pasar hasta tres días seguidos sin una sola venta, la poca plata de las comisiones, $400.000, al mes se le estaba yendo en pasajes.

Decidió volver a Venezuela, donde evidenció que sus amigos de siempre, se habían ido, al igual que la vida como la recordaba.

“Yo en Valencia vivía en la casa de mi mamá con mi hermano mayor y teníamos todas las comodidades, pero cuando regresé vi cómo todo estaba decayendo, por apagones inesperados se había quemado una nevera y dos aires acondicionados”.

Ante la necesidad, se le ocurrió llevar comida desde Cúcuta hasta Valencia y aunque en un principio le iba bien, la Guardia empezó a quedarse con un porcentaje muy alto.

“Entonces le dije a mi mamá, me voy definitivamente para Colombia, yo no voy a trabajar toda mi vida para mantener un gobierno”.

La madrina de bautismo le recomendó viajar a Armenia, y le ofreció vivienda y apoyo, mientras se establecía, eso fue hace ya casi dos meses.

“Empecé a trabajar en un reconocido hotel de la ciudad como bartender, me ganaba el mínimo con todas las prestaciones, pero el horario era muy difícil, desde las 2 de la tarde hasta las 11 de la noche. Así que dije no más, me dediqué a buscar otras opciones hasta una tía me dio la idea de vender arepas venezolanas”.

 

Dejando el pudor a un lado, olvidándose de que estudió Derecho cinco años, y con el pensamiento de que en Armenia nadie lo conocía, se lanzó al ruedo. Preparó 15 arepas y las vendió en menos de una hora. Al ver los resultados, incrementó la producción y hoy por hoy recorre el centro de la ciudad, vendiendo, entre 35 y 40 arepas venezolanas: con huevo, con carne desmechada, con pollo y hasta con camarón. Tampoco gana mucho, alrededor de $40.000 diarios, pero se siente bien y tranquilo.

Andrés, a sus 25 años, sabe que ningún trabajo es malo, que mientras sea honrado, es digno, no obstante, su objetivo es poder ahorrar para apostillar sus títulos y poder montar su bufete, junto a un colega venezolano, que está viviendo una situación parecida en Pereira.

“El dolor que causa separarse, en estas condiciones, de la familia es indescriptible. En mi caso, dejé a mi mamá, a mis hermanos y a mi novia y llegar a un país que uno nunca imaginó es como volver a nacer de nuevo, pero sin nada. Por eso mi única esperanza es seguir pidiéndole a Dios que me dé fortaleza para trabajar, no importa que sea vendiendo arepas”.

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