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Editorial  |  03 noviembre de 2017  |  12:00 AM

Estamos viviendo un holocausto

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Hay una íntima relación del consumo de drogas alucinógenas y de la comercialización de las mismas, con la cantidad de muertes que se presentan a diario en nuestro entorno social, tanto por homicidio como por suicidio. Las muertes violentas por causa del conflicto armado disminuyeron de una forma absoluta. Hoy en Colombia prácticamente no hay muerte por ese conflicto entre el Estado y los grupos al margen de la ley que quisieron hacerse al poder por la fuerza. Esa causa de muerte en Colombia empieza a ser un hecho del pasado.

Ahora hay que pensar, con todo el criterio científico y académico que les debe caber a los gobernantes, cómo detener la otra violencia, aquella que se produce día a día en la calle, en medio de la guerra por la venta de alucinógenos, o en el silencio de los cuartos de las casas, donde cientos de adolescentes se están suicidando. Unos mueren en la guerra del comercio de las drogas, otro en el conflicto consigo mismo por el consumo de esas mismas drogas.

El drama que viven los adolescentes y jóvenes del Quindío, y de toda Colombia, frente al grave problema de las drogas, nos recuerda el drama que narra el escritor francés Patrick Modiano, ganador del premio Nobel de Literatura en 2014, en su pequeña novela Dora Bruder, que narra la historia de una niña de quince años que desaparece en la París de la Segunda Guerra Mundial y que es víctima del holocausto Nazi.

La foto de Dora Bruder se registra en los diarios, como desaparecida, buscada por sus familiares. Y como ella, cientos de niños y adolescentes de descendencia judía, que son llevados a los campos de concentración y luego asesinados. Un drama similar sucede hoy en nuestras ciudades. Cientos de adolescentes, cientos de Doras Bruder desaparecen a diario en Colombia, en el Quindío, quienes van a buscar la muerte en medio de la guerra de las bandas criminales por el control del comercio de la droga, o se auto eliminan por el sufrimiento que les provoca la dependencia de esas drogas.

Estos hechos se presentan en todos los estratos sociales, pero no nos digamos mentiras, los más afectados son los niños y adolescentes de los estratos más bajos. Es allí donde está el más grande problema de homicidios y suicidios. La lógica nos dice que el problema del comercio y el consumo está más asociado a la pobreza que a otros factores. Claro, repetimos, muchos adolescentes de estratos 4,5 y 6 son víctimas del flagelo del consumo, casi nunca del comercio, pero por su condición social no están expuestos de forma contundente a la muerte temprana.

A Dora Bruder la llevaron los Nazis a los campos de concentración, y como a ellas a miles de niños y adolescentes, que murieron en ese holocausto que no se nos puede olvidar, para no repetirlo. En Armenia y el Quindío, a los niños a los Dora Bruder se los está llevando la droga, el comercio y el consumo, y los condena a muerte antes de llegar a la edad adulta.

Estamos viviendo nuestro propio holocausto, sin que haya poder humano que lo detenga. Infortunadamente, poco hacen nuestros gobernantes para encontrarle una solución social efectiva. La solución queda en manos de los padres, ante el desamparo estatal, lo que cada vez es más difícil, por el terrible avance de la pobreza y la falta de educación.

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