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Editorial  |  04 noviembre de 2017  |  12:00 AM

La Línea, Mutis y el Turismo

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Ahora que se está hablando de la terminación de las obras del túnel de La Línea, según el gobierno en un año, según la veeduría del túnel en Armenia, en dos años, es buenos recordar que hay una obra literaria que, de alguna manera, recorre este hermoso paraje colombiano. Y, con los 22 túneles que se están terminando, más el túnel principal de 8,6 kilómetros y los 24 viaductos (puentes), esta será una de las vías más apetecidas del paisaje colombiano.

Por eso, a propósito del paisaje de La Línea, es bueno decir que el escritor colombiano Álvaro Mutis tenía en su mente clavada las estribaciones de la cordillera Central y específicamente aquellos parajes de la jurisdicción del departamento del Quindío cuando narra las aventuras de Magroll el Gaviero en su novela La nieve del almirante.

Sentado en un banco en la placita de la catedral del mítico Barrio Gótico de Barcelona, con el rumor del Mediterráneo a sus espaldas, Mutis nos cuenta las peripecias de su nostálgico personaje en tierras de Sudamérica, la travesía de un gran río para llegar a un aserradero, pero teniendo como referencia una tienda ubicada en el páramo que tiene por nombre La Nieve del Almirante y donde vive la entrañable amiga del Gaviero, Flor Estévez.

Esa tienda, según toda la descripción, es la misma que está ubicada en El Alto de La Línea, por donde seguramente pasó muchas veces Mutis en sus viajes entre Manizales y la finca de Coello, fundada por su abuelo materno, y dedicada a cultivos de café y caña. Sobre este rincón del Tolima, Coello, Mutis siempre dijo: “Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis temores y mis dichas”. Coello fue para Mutis como Aracataca para García Márquez.

Los siguientes párrafos recortados denuncian claramente el lugar de La Línea en la novela de Mutis: “...la niebla cruzaba la carretera, humedecía el asfalto que brillaba como un metal imprevisto, e iba a perderse entre los grandes árboles de tronco liso y gris...”. “...los conductores de los grandes camiones se detenían allí a tomar una taza de café o un trago de aguardiente para contrarrestar el frío del páramo...” “...viajamos toda la noche. Al madrugar, en medio de una niebla tan espesa que casi imposibilita la marcha...”. “...el camión empezó el descenso. Un olor a asbesto quemado denunciaba el trabajo incesante de los frenos...”. Además, Mutis describe en el libro la mina abandonada de Cocora, que tiene una similitud con la de Salento.

Así como Gabriel García Márquez se ocupó en sus Doce Cuentos Peregrinos de una mujer que se alquila para soñar y que nació en el municipio de Filandia, en los ‘riscos de viento del Quindío’, Mutis evoca los hermosos parajes del páramo en el cruce de La Línea, al que tan acostumbrado estamos los quindianos que viajamos por esta hermosa ruta, y que con la inauguración de los túneles, los viaductos y la dobla calzada entre Cajamarca y Calarcá, será el mejor referente paisajístico colombianos de la cordillera de los Andes.

Pero, de nada sirve tener esa referencia ahí en el libro. Lo que intentamos decir es que aquí, en esta novela de Mutis, hay otro motivo turístico para el Quindío, y en este caso específico para Calarcá. Subir por la carretera hasta el alto de La Línea y ofrecer allí una rica vianda y una pequeña caminata es un atractivo turístico para cualquier visitante anhelante de montaña. Y se puede hacer, a través de La nieve del almirante, que deber ser el nombre que en adelante, y en homenaje a Mutis, debe llevar esa tienda de La Línea. El turismo también se hace de pequeñas cosas que navegan en las páginas de nuestra literatura.

 

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