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Editorial  |  20 enero de 2018  |  01:13 AM

Quindío, homenaje al esfuerzo

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e trata de un símbolo a una nueva cultura que había nacido del encuentro de diversas culturas.

Muchas personas que visitaron a Armenia en la última temporada de vacaciones, se preguntaron por el significado de la estatua que yace en la plaza Bolívar y que se denomina Monumento Al Esfuerzo. Respuesta que, infortunadamente, casi nadie sabe dar. La plaza de Bolívar de Armenia se agrandó desde la década de los setenta y la estatua de El Libertador quedó perdida en la gran mole de cemento y ladrillo y árboles de guayacán. Unos pocos años después sucedió lo contrario. El gobierno contrató con un escultor la elaboración del Monumento Al Esfuerzo, cuya voluptuosidad achiquitó la plaza. Pero ahí están. El pequeño en un pedestal tan alto que apenas sí lo deja ver. Y en un montículo, El Esfuerzo que empalaga con su babilónica figura.

El Monumento Al Esfuerzo fue diseñado y construido en bronce por el maestro antioqueño Rodrigo Arenas Betancourt en su taller de Medellín. La idea nació de una calarqueña, Lucelly García de Montoya, quien fuera gobernadora del Quindío en la presidencia de Alfonso López Michelsen.

En la discusión sobre el monumento se propuso hacer una alegoría a los fundadores de la ciudad o un monumento a Manuelita Sáenz, con el argumento feminista de que esta mujer debería de acompañar en la plaza al Libertador Simón Bolívar. Finalmente se decidió por El Esfuerzo. Se trata de un símbolo a una nueva cultura que había nacido del encuentro de diversas culturas regionales: antioqueña, cundiboyacense, caucana, tolimense y santandereana. El objetivo era resaltar el nacimiento de la quindianidad en un Estado moderno, donde ya el tronco y el hacha hacían parte de un pasado que podía avergonzarnos por ser un símbolo antiecológico.

La obra fue calculada estructuralmente por el ingeniero Ariel Gutiérrez, que se negó a hacer una base de cemento para sostenerla y se propuso elevar un monumento casi suspendido en el aire, como en efecto lo es. Para tal fin creó un soporte de hierro que coge, por dentro, las tres partes del objeto, en una perfecta medición física, tanto que ha resistido decenas de temblores y el terremoto del 25 de enero de 1999 sin necesidad de reparaciones. Sobre este soporte trabajó el maestro Arenas Betancourt y diseñó tres piezas.

 

Las tres piezas del monumento son: un tronco hecho de hierro y concreto, pintado de negro y que recoge el simbolismo pasado del desbroce de la selva; un hombre inclinado como lanzando una jabalina, que tiene los pies sobre el tronco pero puestos en forma sutil, vestido con ramas de cafetos, y que representa la fuerza y el trabajo; y una mujer mirando hacia el cielo en posición horizontal, cargada por el hombre, sostenida por encima de la cabeza de él, vestida ella con un traje de gala enterizo ceñido al cuerpo. De su espalda salen unas alas de ángel que hechizan la imaginación del visitante. Pareciera que el hombre la fuera a lanzar hacia el cielo y ella, como cualquier ser alado, estuviera lista para volar. Ella representa el esfuerzo, es decir la entereza, la voluntad, la perseverancia para triunfar y llegar lejos, como lo hicieron los colonizadores y fundadores de los pueblos del Quindío.

 

Qué bueno recordar los significados de este monumento, para recobrar las ganas de seguir trabajando para formar una identidad que nos una. En ese monumento hay mucha historia, pues significa esa tenacidad de llegar a una selva, tumbar el monte, hacer una choza, sembrar una finca y, finalmente, crear un pueblo, todo en medio de la adversidad. He ahí el homenaje al esfuerzo.

 

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