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Editorial  |  04 febrero de 2018  |  03:20 AM

La idiotez de las Farc

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El otro error fue mantener la cúpula de las antiguas Farc en los renglones principales de aspirantes

La primera idiotez de los jefes guerrilleros fue dejarle al movimiento político, en la civilización del tercer milenio, en la posmodernidad, el nombre del grupo subversivo: Farc. Una verdadera idiotez de la cual no fueron capaces de zafarse, por más que de todas partes se les advirtió del error histórico, estratégico y político.

Si hubieran cambiado de nombre, si las temidas y odiadas Farc se llamaran hoy, por ejemplo: Reconciliación y Paz, la imagen de la guerrilla, de los asaltos, asesinatos, robos, extorsiones, secuestros, etc., hubiera empezado a cambiar. Pero haber dejado el nombre de Farc para el movimiento político después del acuerdo de paz, es recordarle a todo el país su vida pasada de masacres y terror.

Eso fue como un desafío a la población en general, pero muy especialmente a las víctimas. Negarse a cambiar el nombre, negarse a olvidar a las Farc se convirtió en una afrenta para el país y para el propio proceso y acuerdo de paz. Testarudos, creyeron que la gente los quería y por eso insistieron en recordarles el nombre de las Farc. Equivocación absoluta, error craso y letal.

El otro error fue mantener la cúpula de las antiguas Farc en los renglones principales de aspirantes a los cargos de representación popular, después de firmado el acuerdo de paz. Ninguno de los miembros de la cúpula de las Farc o de los más reconocidos miembros de esta organización, jefes de antiguos frentes de guerra, debieron de haber estado en las listas, y mucho menos poner a su máximo comandante como el candidato presidencial.

Una decisión inteligente hubiera sido escoger candidatos entre personas con reconocimiento social, profesional, empresarial y político para que lideraran las listas y también la candidatura presidencial. Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo fueron candidatos presidenciales queridos, con posibilidades de obtener una gran votación, ovacionados en las plazas, porque siendo candidatos de las Farc, en su transformación en partido político con el nombre de Unión Patriótica, no tenían en sus espaldas el peso de los asesinatos ni las masacres, ni los secuestros. Manuel Marulanda Vélez jamás hubiera aceptado una candidatura.

Claro, es difícil para el colombiano del común ver a un jefe guerrillero caminando por las calles de su ciudad, pidiendo el voto para ser presidente de la República, cuando apenas unos años atrás estaba en carteles en la televisión y en la radio y en los periódicos como un bandolero, asesino y narcotraficante. Ahí, el sentido de la tolerancia ciudadana tambalea porque, seguramente, a muchos de ellos les asesinaron familiares en la guerra.

Si los candidatos fueran personas como Jairo Estrada Álvarez, Pablo Cruz, Judith Maldonado, Francisco Tolosa, Jairo Rivera o Imelda Daza, todos ellos del movimiento Voces de Paz y Reconciliación, y quienes fueron voceros de las Farc en el Senado; o si hubieran sido militantes del antiguo partido Comunista en su activismo partidista en las ciudades, la situación sería diferente.

La arrogancia, la prepotencia y la testarudez de los jefes guerrilleros no les permitió ni una cosa, ni la otra, ni cambiar el nombre al movimiento, ni dejar que la política y las listas las hicieran otros, con nombres limpios, sin las infamias y las muertes y las víctimas históricas regadas por sus cuerpos. Y por este error, el inicio de la campaña en Armenia tuvo esa apertura nefasta, de ser abucheados, tildados en coro de asesinos y genocidas y violadores, además de ser apedreados en la plaza pública.

Razón tenía Albert Einstein cuando dijo: ‘Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo’.

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