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Editorial  |  15 octubre de 2017  |  12:00 AM

La fiesta cuyabra

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La fiesta cuyabra debe de tomar mucha más fuerza. Frente a la globalización, es necesario, diríamos que urgente, fortalecer las identidades locales. Solo es posible protegernos, cultural, política y económicamente, frente a esa globalización y el salvajismo del neoliberalismo, bajo dos mantos: la asociatividad y el fortalecimiento de las identidades locales, especialmente con nuestros niños y jóvenes.

Por eso, nos alegra el desfile cuyabro, con todo y sus problemas internos, las denuncias de malversación de fondo y la falta de seriedad en los pagos a los artesanos y artistas que trabajan en este proyecto. Este desfile, nacido hace seis años, debe ser el adalid de las fiestas de Armenia que, definitivamente, deben llamarse fiestas cuyabras. Y todo debería de tener ese nombre. Las casetas de baile, trago y diversión deben de tener el nombre de casetas cuyabras y los folcloristas deberían de crear un baile cuyabro.

Es evidente la influencia de los tres más importantes carnavales del país en el desfile cuyabro. Copiamos un poco el Carnaval de Barranquilla, el Carnaval de Blanco y Negros de Pasto y el famoso Carnaval del Diablo de Riosucio. Debemos hacer esfuerzos para rescatar mucho más lo nuestro, de ir a la historia escrita, la historia oral, las tradiciones, la cultura y las costumbres para que la puesta en escena del desfile cuyabro sea mucho más auténtico.

Todos sabemos que Armenia y el Quindío son una mezcla de culturas que no les han permitido aún encontrar una verdadera identidad. A esta tierra llegaron primero los caucanos, provenientes de la antigua provincia de Cartago, en el Estado Soberano del Cauca. Luego vino la llamada colonización antioqueña. Y unos años después se presentaron las grandes migraciones de vallunos, tolimenses, huilenses, cundi-boyacenses y santandereanos. Aquí se conjugaron sus folclores, sus más íntimas expresiones del arte y la cultura.

La verdad es que es poco el tiempo transcurrido desde las fundaciones de los pueblos, apenas un poco más de un siglo, para haber consolidado una cultura propia, una identidad local. Somos muy jóvenes, pero con quienes más nos identifican es con los antioqueños. Por eso, tenemos que hacer esfuerzos para tener una identidad más local, partiendo de la integración de esas culturas que se encontraron en nuestro territorio. Y para tal fin, bueno sería ser muy cuyabros.

Mirar la quindianidad y, muy especialmente la cuyabridad, como un verdadero proyecto, que rescate los principales elementos de esa cultura dispersa, cargada del folclor de otras regiones. Hay algunos mojones que empiezan a establecer esa quindianidad y esa cuyabridad, como el paisaje mismo, las flores, las fincas cafeteras con su arquitectura, el yipao, la danza de los macheteros, la gastronomía basada en fríjoles, maíz y café, la relevancia de la guadua y la palma de cera, las fondas camineras, la música y el rápido desarrollo agroturístico. Y eso, se debe conjugar en las Fiestas Cuyabras y, por supuesto, en el Desfile Cuyabro. No podemos, por ejemplo, dejar a un lado, en el desfile, al famoso carguero del Quindío.

La construcción de la identidad cultural de la quindianidad y de la cuyabridad es un compromiso que debe mover a todas nuestras autoridades, pero muy especialmente a las nuevas generaciones de hombres y mujeres que habitan esta tierra. Y hacerlo en aras de la cultura, pero sobre todo de fortalecernos en nuestra identidad local, frente al peligro de la globalización.

 

 

 

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