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Editorial  |  19 agosto de 2018  |  12:00 AM

Nuestro turismo y la cultura

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La diferencia sustancial entre el animal y el hombre es la cultura. El hombre, a diferencia del animal, utiliza símbolos que le permite configurar el mundo cultural. Y, aunque la cultura puede definirse de muchas maneras, es necesario que miremos su perspectiva artística, para mejorar nuestra apuesta turística. La expresión artística ha sido, a lo largo de la vida del hombre, una locución clara de sus propios anhelos, de sus temores, sus sentimientos, sus dichas y alegrías, sus desgracias y esperanzas. En Armenia, existen muchas manifestaciones artísticas que por ser populares carecen de apoyo. Hombres y mujeres que se tiran a la calle a explotar su vocación como medio de subsistencia. Qué bueno sería reunirlos, no atacarlos como ha sucedido en algunos momentos este año. Reunirlos en un mismo espacio y un tiempo para que sean protagonistas del deleite del público, por una parte, y se destaque su labor.

El filósofo español Leonardo Polo asegura que “el hombre es un ser que segrega cultura, pero la segrega, la produce, justamente porque es hombre. Si el hombre no segrega cultura, ni es fiel a su íntima constitución biológica ni es capaz de sobrevivir”. Así mismo nos habla de la sonrisa como un elemento sólo factible en el ser humano. El hombre está hecho para sonreír. “En la sonrisa se expresan muchas cosas de una manera más o menos potencial; pero fenomenológicamente en la sonrisa está la gratitud, el reconocimiento placentero del otro, está la expresión de la felicidad interna”. Estos dos elementos naturales, biológicos y antropológicos, la segregación de cultura y la sonrisa, por parte de los artistas populares y del público en general, es lo que debería producirse en los momentos más representativos de las temporadas altas de turismo en la región. ¿Quién lo hace?

En Freud encontramos otra caracterización de la cultura. “La valoración de las actividades psíquicas superiores, de las producciones intelectuales, científicas y artísticas, o por la función directriz de la vida humana que concede a las ideas. Entre éstas el lugar preeminente lo ocupan los sistemas religiosos”. (Freud. 1980).

Es fácil partir de este último concepto para mirar sin mayor esfuerzo la producción intelectual de nuestros antepasados recientes y la producción artísticas de nuestros abuelos precolombinos, lo mismo que las manifestaciones religiosas de unos y de otros. Los cantos, los ritos, la música, la danza, los juegos, hacen parte de este acervo que conjuga un segmento de la cultura que heredamos. ¿Dónde encontramos estas manifestaciones en el Quindío? Muy poco. Hay que construirlas.

“Otro rasgo de la cultura es la forma en que son reguladas las relaciones de los hombres entre sí, es decir, las relaciones sociales que conciernen al individuo en tanto que vecino, colaborador, miembro de familia, o de un Estado”.

Otras manifestaciones artísticas también las podemos hallar en la identidad. La identidad es un conjunto de rasgos propios de una colectividad que la caracteriza frente a las demás. En otros términos, la identidad es ser uno mismo, distinto a los demás. Pero esa identidad tiene una íntima relación con la cultura. Ésta, la cultura, trabaja, contribuye en la formación de identidad. Contribuye con ella en la generación y formación de sentidos, significaciones y rasgos.

“La identidad constituye una dimensión importante del desarrollo regional. Sin identidad no hay autonomía y sin autonomía no puede haber participación de la población en el desarrollo de su región. Lo que equivale a decir que no puede haber un desarrollo endógeno sin identidad colectiva”.

La cultura contribuye en tres estadios para la formación de la identidad. El primero de ellos es el de la memoria histórica colectiva. Es el modo cómo, a través de representaciones colectivas o imaginarios, las sociedades y los diferentes grupos elaboran sus mitos fundacionales, sus héroes y antihéroes, sus hitos, las fechas conmemorativas, etc.

El segundo estadio está dado por la representación del presente. Son los sentidos y significaciones que le damos a los hechos del presente, que empiezan por tener representaciones simbólicas, como íconos que se instalan en las mentes de los miembros de una comunidad determinada. Los medios de comunicación de masas son responsables, en gran medida de estos sentidos y representaciones. La apertura y la globalización han permitido, a través de los medios, formar identidades más universales, especialmente en los jóvenes. Actuamos según lo que nos dicen los medios. Se trata de mirar la sociedad consumista que somos, absorbidas en gran parte por las culturas foráneas.

El tercero es la visión de futuro. Son las utopías que se cuecen en los cerebros de los gobernantes o de los líderes, que se convierten en imaginarios con alguna opción de ser alcanzados. Son las ideas movilizadoras, los mundos posibles, que en las sociedades serias están arraigadas en los planes de desarrollo a largo plazo.

En resumen, podemos afirmar que la cultura es el producto de un conjunto de actividades, cada una de las cuales se ejerce por ella misma. La cultura es pues, en términos dialécticos, causa, consecuencia, conformante y conformada, condición y resultado, fin y comienzo, que se forma en las relaciones sociales de producción, en la intersubjetividad, en la acción de los unos con los otros en el contexto social y político.

Para hacer del Quindío y su producto turístico un mejor lugar, más atractivo, es necesario que pensemos, en serio, no solo como un producto mercantilista barato, en la cultura, en nuestra cultura, como ícono y bandera para crecer como individuos y como sociedad.

 

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