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Región  |  25 enero de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Un ataúd para papá

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Desde aquí puedo ver a los dos auxiliares de policía que de nuevo han llorado esta noche como debe habérseles vuelto usual desde anteayer a las trece y diecinueve horas como dicen ellos y tras los treinta y dos segundos que han apuntillado esta región que ya desayunaba almorzaba y comía desesperanzas por la crisis cafetera sin que llegáramos a presentir que esta maldita realidad miraría por encima del hombro todas las enseñanzas y advertencias y premoniciones que nos acompañaron desde siempre y que tampoco me sirvieron para nada porque lo único que puedo hacer es percatarme de que los policías bachilleres cumplen su turno de vigilancia y control en este coliseo deportivo de la Universidad del Quindío que ha sido transformado en anfiteatro merced al desastre y ahora es lugar de concurrencia de miles de personas que han acudido a ratificar la fatalidad ante el descubrimiento de otros cadáveres de familiares y amigos en esta feria del dolor en tanto que un vigilante insomne ha dejado colar en el reverberante recinto “Adiós Nonino” el tango de Piazzola mientras busca noticias en su radio portátil y que suena más burlesco que coincidente cuando parece ambientar el encuentro del hombre de la cachucha conmigo que soy el N.N. que hace intuir a todos los concurrentes un finiquitado destino de desempleo y recurrentes hambres de viejo pobre abrazado por el hombre de la cachucha entre esta mortal pila de cuerpos que han dispuesto en la primera fila porque fuimos los últimos recogidos entre los escombros del edificio Grancolombiano que también tuvo que arrodillarse ante el segundo sacudón de la tierra anteayer a las cinco y veinte de la tarde lo que me aterra aún más al comprobar que son las once y media de esta noche que ha comenzado a poblar de gritos el hombre de la cachucha mientras se toma con violencia la cara y prosigue con su ensordecedor papá papá no es posible te fuiste mi viejo y ahora qué vamos a hacer en la casa y con tanta pobreza papá papá que con holgura se sobrepone al desconcierto de voces y ayes que colonizan el recinto ante un nuevo embate del hombre de la cachucha que ahora grita y ahora cómo voy a enterrar a mi viejo por Dios por favor un ataúd y abre las manos y gesticula mientras tres presurosos funcionarios de la Red de Solidaridad acuden a nosotros y uno le alarga un formato para que firme en tanto que los otros dos le entregan una de las cajas mortuorias que ostentan la sobria información de que han sido donadas por el gobierno de la República del Ecuador y en la que de inmediato el hombre alberga mis escasos cincuenta kilos que sin dificultad sobre sus hombres y con tanta prisa como vigor moviliza hacia la salida del recinto rumbo a los matorrales adyacentes a la Facultad de Ingeniería que también exhibe la vergüenza de las heridas sísmicas en su estructura y donde el hombre de la cachucha realiza su propósito por el que habrá de ser reconocido pasado mañana en la plaza de toros que habrá sido convertida en escenario clausurado a las lágrimas y allí entre trescientas personas en medio de un aire que también estará recluido porque olerá a bazuco y marihuana y sudor y deyecciones y en donde a instancias del Fiscal Local los policías bachilleres cumplirán el mandato judicial de asumir el reconocimiento en fila de personas del presunto autor de las conductas punibles agravadas y en concurso por la indebida sustracción y arrojamiento de un cadáver a un matorral y la tentativa de comercio ilegal y especulación con bienes muebles donados por gobiernos extranjeros para la atención de desastres.

Circasia, junio de 1999.

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