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Columnistas  |  09 abril de 2020  |  12:59 AM |  Escrito por: Elison Veloza Lifad.

NUESTRO FRACASO

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Elison Veloza Lifad.

Lo que cada uno de nosotros realmente buscamos mientras vivimos es solo una cosa: la salvación. Pensemos en esto: estamos siempre en situaciones. Las situaciones van cambiando, a veces no tan seguido, a veces tan aprisa que nos asustamos. En ocasiones, las situaciones parecen eternas, o se suceden unas de otras en cadenas interminables de sufrimientos, de frustraciones o emociones intensas de cualquier tipo; a veces aprovechamos algunas y a otras no, y éstas, cada una de éstas, se van y no vuelven nunca más. Podemos trabajar en ellas, aprender algo para la próxima situación, pero siempre sabiendo que nunca una situación es idéntica a otra y que cada una trae consigo su propio paquete de emociones y sentimientos.

Pero hay otras situaciones que son esencialmente permanentes. Aún cuando intentemos ocultarlas o distraerlas con colores, aún cuando nos engañemos y nos digamos que es transitoria, que pasará como pasan las demás situaciones, que el tiempo todo lo alivia, que no hay mal que dure cien años, no podemos ocultar la verdad de que tenemos que morir, que el padecimiento es inevitable, que luchar es un imperativo, que hundirse en la incertidumbre es frecuente y que la culpa es nuestra última experiencia cada noche justo antes de dormir. Son situaciones de las que no podemos salir, ni cambiar, ni alterar.

En la vida corriente huimos frecuentemente de ellas. Cerramos nuestros ojos, tapamos nuestros oídos y nos pavoneamos cándidamente como si no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos que nuestro tribunal de la consciencia nos tiene un pliego de acusaciones por responder; ocultamos nuestra incertidumbre lanzándonos a la aventura del trabajo y a las mismas formas de diversión de cada fin de semana. Entonces, solo quedamos de frente con situaciones concretas, que podemos controlar, que podemos manejar según las disposiciones del mundo, movidos por nuestros intereses personales y nuestras necesidades vitales. Nos damos cuenta de las situaciones permanentes cuando ya no hay escapatoria, cuando la desolación nos invade, cuando la tristeza se prolonga y nos turba, cuando el sinsentido se hace presente.

En el trabajo y la diversión, o más bien, en la parte de nuestra vida que controlamos, subsiste la amenaza: no hay manera de acabar con el peso y la fatiga, con el aburrimiento y el estar con nosotros mismos, con la vejez y la enfermedad, con la soledad y la muerte. Todos nosotros nos reunimos en conjunto para poner límites a todo ello, pero también en el conjunto está la desolación de la mentira: ningún otro es para nosotros cuando requerimos solidaridad, afecto, honestidad y comprensión. En ninguna parte del mundo está Dios, el Estado no se hace responsable de nada y la sociedad nos mira y nos toma fotos mientras nos ahogamos de angustia: no hay nadie ni nada que nos pueda librar de nosotros mismos, de nuestras propias e individuales situaciones.

Es decisivo para cada uno de nosotros la forma en que afrontamos el fracaso: o hacer todo lo posible por seguir manteniendo ocultas las situaciones permanentes, o darle soluciones transitorias para que brinden una tranquilidad ilusoria, o bien, aceptarlo honradamente como el límite constante de nuestra propia existencia. La forma en que experimentamos el fracaso es lo que determina en qué es lo que acabaremos. Y allí, de facto, o bien, tenemos que vérnoslas con la nada, la muerte prematura, o tenemos que encontrarnos por fin con lo que realmente existe, por encima incluso, de todo acontecer mundanal.

Lo que cada uno de nosotros realmente buscamos mientras vivimos es solo una cosa: la salvación. Nuestra propia salvación. El camino para buscarla conduce al acto de la conversión de cada uno de nosotros. Es toda una filosofía superar el mundo, nuestras turbaciones y conmociones interiores, pero cada una de ellas tiene su propia verdad, su propia idea y lenguaje, y es justo allí que el camino empieza a despejarse. Cuando empezamos identificar esto, cuando participamos con nosotros mismos y oímos, se hace evidente el sentido absoluto de todos los fines: el interiorizarse el ser, la claridad del amor y la plenitud del reposo. Solo allí está nuestra salvación.

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