• JUEVES,  02 MAYO DE 2024

Cultura  |  23 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Notas de la peste - I #BiodiversityDay *

0 Comentarios

Imagen noticia

Por Enrique Barros Vélez

Vivo en un edificio frente al Parque de la vida. Y al amanecer me despierto con la algarabía de las aves sobresaltadas cantando al unísono. Desde mi alcoba escucho cómo los gorjeos descompasados se van disminuyendo a medida que aclara el día, hasta quedar reducidos a unos pocos: los de los carpinteros de cuello amarillo, de las caravanas, de los azulejos, de las tórtolas, de los sirirí y de las mirlas, los que, ocasionalmente, son ahogados por los profusos trinos que alertan sobre la presencia amenazante de un gavilán en los alrededores.

Temprano en las mañanas voy a caminar al parque. Éste fue concebido para exaltar la cultura del café y la flora de los suelos cafeteros. Es un parque de recreación pasiva. Por sus canales, cascadas y lagos recircula agua captada en el sitio, que rememora la abundancia de ésta en la zona cafetera. Mientras lo recorro las aves ocultas entre el follaje entonan diversos cantos. Y me emociono al percibir cómo las ramas de los árboles se van entrelazando en un enmarañado manto vegetal: las de los guamos se entretejen con las de los yurumos, y las de éstos con las de los aguacates y las de éstos con las de los mangos y guayabos de la parte alta de su topografía. Unidas, formando un todo con las ramas más altas de los árboles que germinaron en la hondonada, cuyas hojas multiformes y traslúcidas contribuyen a mantener húmeda, y en penumbra, la superficie que cubren. Y cómo las ligeras y amarillentas hojas del guadual contrastan con las tonalidades verdes de los arbustos que crecen en torno suyo, junto al lago que navegan los patos que merodean por sus orillas. Es una minúscula selva, rica en sonidos, flora y animales silvestres. Mamíferos, aves y reptiles que han sido expulsados de la ciudad y debieron refugiarse en estos pequeños bosques de bordes de quebradas. Gozan su exilio en aparente paz y su forma de vida es bastante discreta, pues su invisibilidad es lo que les garantiza su supervivencia. Sin embargo algunos de ellos han perdido su natural desconfianza y me acechan durante mi recorrido por este ámbito de extensas penumbras y ocasionales aberturas que impactan el suelo con luz radiante.

Muchas de las aves que anidan, o merodean por este acogedor bosque, visitan a diario mi balcón. Allí encuentran alimentos. Si éstos ya han sido consumidos esperan pacientemente a que se los vuelva a suministrar. Estos seres alados saben esperar sin prisa. Mientras unos comen, otros, acomodados en las alargadas barras, trinan una y otra vez, saltando a la espera de su turno para hacer lo mismo. O miran abstraídos y silenciosos el horizonte, con su plumaje esponjado, como si estuvieran dormitando. Yo los alimento y ellos me acompañan. Somos dos mitades de una extraña unidad. Integramos una fraternidad entre vecinos que no se conocen.

Gracias a sus intermitentes, pero continuas presencias, desde el interior de mi apartamento escucho sus melódicos trinos que, sumados al vistoso colorido de sus plumajes, contribuyen a darle mayor calidez a mi recinto, pues el regocijo de sus canturreos ahuyenta el cotidiano silencio de mi íntimo y solitario refugio…

Mayo 19 de 2020

*Convocatoria que hizo LALI -iniciativa latinoamericana del paisaje- para conmemorar el 22 de mayo, día internacional de la diversidad biológica, con una carta amorosa de la naturaleza.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net