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Cultura  |  02 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Notas de la peste III

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Debemos cuidar a quienes nos cuidan

Por Enrique Barros Vélez

Las preocupaciones y conflictos derivados de la pandemia me han puesto a pensar en nuestro comportamiento social. En su largo proceso evolutivo los primates tuvieron que adaptarse a las condiciones cambiantes y conformar grupos para protegerse de sus depredadores. La agrupación social surgió, entonces, como un mecanismo de defensa de la especie. Con el paso del tiempo a sus características biológicas se les sumaron las reflexiones, las ideas. Y sus actuaciones se fueron adaptando a la coexistencia con otras especies y con el planeta. Ya como especie humana trascendieron ese mundo natural y originaron un mundo cultural. Su inventiva les permitió imaginar formas de progreso cada vez más complejas y especializadas que, en su desarrollo, fueron dejando de lado el norte ancestral que había originado las agrupaciones: la búsqueda de protección y de condiciones de supervivencia para todos. El modelo actual privilegia la ambición personal sobre el bienestar de las comunidades. Y ese proceder ha propiciado la desarticulación del tejido social, pues la inequidad desequilibra la adecuada relación entre las personas y las sociedades.

La epidemia nos está mostrando la profunda grieta social que existe entre los que pueden cuidarse y los que, además del virus, deben enfrentar el hambre. Aunque la cuarentena comenzó a regir desde el 25 de marzo de 2020, las desigualdades económicas han propiciado el desacato y, con ello, la expansión del contagio. Con otro agravante: ha estado tomado fuerza un absurdo rechazo hacia el personal médico, sin importar que hoy las cifras sean tan aterradoras: hasta el 25 de julio de 2020 se han confirmado 240 795 casos, de los cuales 8269 han fallecido y 119 667 se han recuperado gracias a la labor decisiva del personal médico que diariamente se expone para proteger nuestras vidas. A pesar del cansancio, del miedo y de la impotencia al ver aumentar los contagios y las muertes, su responsabilidad los mueve a ser parte primordial del personal que enfrenta la fase más crítica de la pandemia. Trabajan sin descanso, en condiciones adversas, arriesgando su vida y la de sus seres queridos, incluso sin contar algunas veces con los recursos básicos para su protección. La pandemia incrementó el personal de atención médica en un 260%, requiriendo, además, equipos de psicólogos para atender el deterioro de la salud mental, como efecto colateral de la pandemia.

Aun con esta deuda de gratitud hacia ellos, numerosos ciudadanos los están tratando con temor en la calle, en la casa, en su vecindario y algunos de sus pacientes sienten miedo ante su presencia y al ver sus uniformes se distancian, aunque lleven puestos los elementos de protección.

Un reciente informe del Instituto Nacional de Salud (INS), sobre trabajadores de este sector afectados con el nuevo Coronavirus, indica que al 23 de abril había 306 personas infectadas, las cuales representan el 6,7 % de los casos diagnosticados en el país. Otra muestra de lo mucho que se han arriesgado con su valiente desempeño.

Por ello es urgente tomar conciencia de que tenemos que cuidar a quienes nos están cuidando. De lo contrario vamos a quedar a merced de la enfermedad. Ellos son los verdaderos héroes de nuestra realidad. Los soldados anónimos de esta guerra invisible. Decirlo puede parecer algo innecesario, pero callarlo es un acto de injusticia que desconoce una severa advertencia vital…

Armenia, Julio 25 de 2020

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