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Columnistas  |  08 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

NOTAS DESENTONADAS A LA PARRILLA

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Libaniel Marulanda

Por Libaniel Marulanda

Los músicos quindianos en tiempos de cometa

Tercera parte

¡Este gusano de cartón donde tengo el alma mía!

La historia del género tropical en el Quindío, que no es tan vieja, está atravesada por multitud de episodios en los que un instrumento fue protagonista por la contundente razón de su sonoridad. La música, trátese de la que se tratare, siempre necesitó tener fuerza suficiente para ser oída cuando se ejecutaba en público. Cuanto mayor el escenario, tanto mayor debía ser el número de ejecutantes, con la excepción de los instrumentos de percusión y de viento. La capacidad de hacerse oír a buen volumen hicieron desde su aparición a los acordeones los instrumentos óptimos para la música popular y folclórica. Tal es el caso de la antigua Unión Soviética. Colombia es uno de los mayores compradores de acordeones diatónicos. De ahí que la marca Hohner creó el modelo “Rey Vallenato”. Los conjuntos pioneros de la vertiente tropical del Quindío orbitaron en derredor de estos instrumentos originarios de Europa.

“Se escucha en la lejanía el eco de un acordeón”

(*) Álvaro Pava Trejos tenía todas las virtudes de hijo de familia piadosa; quince años, el talento y las ganas excedidas para dejarse picar de aquella música que comenzaba a convocar a la generación de los sesenta. Primero fue una dulzaina (armónica) “Relámpago” en la que comenzó su incursión; luego el afortunado encuentro con el abogado Silvio Fernando Trejos, su tío, quien celebraba la designación como Magistrado y presidente de la Corte Suprema de Justicia, que en su alborozo le cedió un acordeón de teclado piano que el enfebrecido sobrino vendió para acceder a los ochenta pesos que le cobró don José Geney Patiño por un Hohner de dos hileras de botones. La suma, para la época, equivalía a un 40 por ciento de un salario mínimo, que era de 198. En aquellos años maravillosos de cosas simples, un acordeón rasgando el anochecer era una convocatoria a la muchachada del barrio.

Los lerdos caminantes del séptimo piso

Cada instrumento tiene un listado de melodías que son claves de acceso a su conocimiento. Si los guitarristas de los cincuenta tenían en el pasillo Esperanza su diploma de primaria, La cumbia sampuesana era para los acordeonistas una izada de bandera. Poco a poco, a lo Darwin, en los barrios se daba la selección natural de los muchachos que conformaron la generación de la música bailable en la región. A Álvaro Pava lo honra ser uno de los primeros de ese otro “gran combo” de quienes ahora caminamos arrastrando los pies por el séptimo piso. Vivía en la calle dieciocho con carrera 23 y allí fundó en 1960 el conjunto Los Embajadores del Ritmo. Sus integrantes de mayor recordación fueron Cristóbal Ávila, Gildardo Arango, Roseli Uribe, Hernando Buriticá, Lorenzo Flórez, Ferney Giraldo, Alfonso Quintero y Gonzalo González. Algunos son músicos todavía, aunque su fundador colgó el fuelle cuarenta años atrás.

Entre la minoría de edad y la pobreza adolescente

En menos de dos años, aquellos jóvenes músicos a su vez conformaron otras tantas agrupaciones. La generosa receptividad que lograron Los Embajadores del Ritmo coadyuvó a que la ola se expandiera. Los músicos empíricos, pese a que ostentan como los demás artistas ciertas vanidades y canibalismos, en general están dispuestos a compartir conocimientos. En aquella época, a quienes comenzábamos a estirar los fuelles y a digitar, así como a elaborar las primeras planas de percusión al lomo de bongós o tumbadoras, ante la ausencia de academias o maestros competentes solo nos quedaba el recurso de confraternizar con los iniciados y de practicar el voyerismo musical por las rendijas del esterillado de las casetas de acción comunal. Ser menores de edad y cargar una pobreza adolescente eran un impedimento más para el aprendizaje. Por suerte, al convertirnos en amigos de los músicos mayores, su complicidad era un pase en primera fila.

Cambio y cambeo, decía una vieja en el rodeo

Entre los personajes cercanos a mis querencias, uno ocupa un lugar al borde de la tarima existencial. Llegó con su familia de Manizales, no prosiguió el bachillerato y en cambio se empleó como ayudante de construcción con un hermano mayor que entonces le pagaba trece pesos semanales. En cuanto pudo ahorrar lo suficiente viajó a comprar en Cali su primer acordeón. Le costó sesenta pesos, un precio cómodo si tenemos en cuenta que el salario mínimo era de $ 198. Pronto el acordeón de Gonzalo González, que es el aludido personaje, fue vendido a Álvaro Pava, porque a falta de vicios repudiables éramos enfermos por el cambalache. Justo en aquellos días yo estaba tratando de meterle el diente al repertorio de Los Alegres del Valle y cambié de acordeón con Gonzalo. Y aunque el trato fue equitativo, obtuve la desmesurada ganancia de muchas lecciones de ejecución y una amistad cincuentenaria.

En tiempos de La paloma guarumera

En la primera de estas crónicas aseveramos que no fue la música vallenata ni sus pioneros quienes sembraron en el Quindío el género tropical. Fue al son de guarachas y cumbias que fuimos seducidos por la onda caribeña. Con los carnavales de octubre llegaban a la ciudad músicos y reconocidas agrupaciones contratados por Bavaria, la Licorera de Caldas o Pilsen Cervunión. Los costeños eran expertos en afinado y reparación de acordeones. Para entonces estaba de moda someter los fieles instrumentos a una modificación que los foráneos llamaban “transportar”, para que el digitado del acordeón sonara a dos octavas. Esta suerte de “mecánica nacional” fue mandada al zarzo por el auge del vallenato folclórico y los festivales de Valledupar. Gonzalo González Gómez, exintegrante de Los Embajadores del Ritmo, fue quien primero tuvo su instrumento “transportado”. Eran los tiempos de Alfredo Gutiérrez, Los Corraleros de Majagual y de La paloma guarumera.

(*) Nota del autor: Álvaro Pava Trejos murió el pasado 14 de julio en Armenia. Ver: https://www.elquindiano.com/noticia/20094/murio-alvaro-pava-trejos-pionero-de-la-musica-tropical-quindiana-en-los-anos-sesenta

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