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Columnistas  |  15 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

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Libaniel Marulanda

Por Libaniel Marulanda

Los músicos del Quindío en tiempos de cometa

Cuarta parte:

El antiguo testamento según San Álvaro

 

 

Álvaro Valencia, “El capitán Valencia”

Entre todos los artistas que pueden ufanarse de haber sorteado la artritis, los infartos, las trombosis y los primeros cincuenta y seis años de buenos aguardientes y malos gobiernos, Álvaro Valencia Muñoz sobresale en el prontuario de la música tropical del Quindío. Pertenece al clan de los Valencia, del parque Uribe de Armenia. Su padre tocaba guitarra y su madre sabía también cantar. Tres hermanos suyos comparten el inventario de estas historias; Julián, el menor, continúa activo y, como es normal y necesario para la subsistencia de los músicos colombianos, toca en dos o tres agrupaciones al tiempo: hoy por hoy, al conocimiento hay que añadirle el don de la ubicuidad. Si algún sector de la economía ha llevado del bulto, el de la música en vivo abre el desfile de la penuria, y su gente debe hacer uso obligado de la patente de corso que la angustiosa actualidad impone.

Álvaro Valencia, años sesenta

La música también es el arte de combinar los horarios

En la década durante la cual Álvaro Valencia dio sus primeros acordes de guitarra, el talento era condición suficiente para conseguir escenarios y sustento. Cincuenta años después no conozco a más de cinco colegas que pueden demostrar que viven del arte de las artes… O es que usted, querido lector ¿conoce alguna actividad estética que produzca tanta plata como la industria del espectáculo, incluidos los medios y la fonografía? (¿Alguien dijo plusvalía?). Como ese es otro paseo, volvamos al maestro Álvaro Valencia, que madrugó en 1960 a ejercer el arte de combinar los sonidos y en este 2016 también domina el arte de combinar los horarios. Tras un efímero paso por Los Alegres del Quindío, fue cofundador de Ritmo Antillano, una agrupación que pisó los escenarios desde 1963. Su propietario, gestor y regente fue el abogado Carlos Alberto López, un personaje que comparte el mismo nombre con cinco músicos más.

Álvaro Valencia, en la icónica Yamaha YC-10.

Un debut entre cromo refulgente y babas verdes

Carlos Alberto, hijo del conocido abogado José Manuel López, se jubiló en el poder judicial y reside en Armenia. Con justificado orgullo tocaba el acordeón de teclas en “Ritmo Antillano”, su agrupación, que tuvo el privilegio de estrenar instrumentos costosos, importados y refulgentes que nos pusieron a chorrear babas verdes cuando asistimos a su debut. Álvaro Valencia tocaba una guitarra Framus, Filiberto Duque descrestaba con una de las tres primeras baterías importadas, una Trixum, mientras que Aníbal Arias vivía la frustración de extraerle sonoridad a una conga de idéntica marca pero sorda de fábrica. Tal parece que el único instrumento sonoro y de origen humilde, el güiro, lo tocaba Fernando Castaño. Otro guitarrista fue un personaje del parque Valencia, llamado Hugo, conocido como “La ñaña”, cuyo apellido olvidamos, que cambió las cuerdas por el biberón de cobre, se trasteó para Cali con todo y sombrero y es mariachi. ¡Sí señor!

Álvaro Valencia en la caseta del barrio Cincuentenario de Armenia

Y de Cali llegó don Heraclio Restrepo Soto

La capacidad recordatoria de Álvaro Valencia y su voluminosa artillería verbal le han aportado a estas memorias el oxígeno suficiente para que no se pierdan. Por su parte, el Centro de Documentación e Investigación Musical del Quindío logró grabar un video del presente relato. Por ahí en 1964, luego de fungir como empresario de Los Boby Soxers de Cali, llegó un personaje en cuya vida, pasión y muerte, la música y sus cultores fueron desvelos y logros. Se llamaba Heraclio Restrepo Soto y su nombre artístico y empresarial era Hery Resoto. Jamás ninguno de nosotros descubrió en él el talento fundamental para el canto o la ejecución instrumental. Pero su pasión lo llevó a ser el más importante de los gestores musicales. Su primer grupo en Armenia se llamó Hery y su Combo. Tanto él como su familia tenían una buena fortuna, lo que le permitió comprar buenos instrumentos y contratar mejores músicos.

Álvaro Valencia en la plenitud de los años

Hery, la familia Hanryr y la inexequible ley del mamón

Del primer combo fundado en Armenia por Hery Resoto hicieron parte dos hermanos mayores de Álvaro: Javier y Gilberto Valencia, excelentes guitarristas; además Enrique Macías, un trasegado acordeonista, Jairo Arrubla y Guillermo Ángel. Esta nómina artística pertenecía antes al conjunto Los Tibo Raguins, citados en crónica anterior. La calidad de sus integrantes no fue suficiente para impedir que el quinteto se desbaratara tres años después. Heraclio vendió los instrumentos a otro de los grupos existentes; una familia procedente de Venezuela, habitante del barrio El Recreo: los Hanryr. Hecha la venta, a Álvaro Valencia se le alborotó el instinto migratorio de quindiano y le propuso a Hery Resoto que armaran un nuevo conjunto y se fueran a trabajar a Bogotá. Al empresario le sonó tanto la idea que “se le mamó” a la familia Hanryr, reembolsó la plata recibida y emprendió el viaje teniendo a Álvaro como socio y director musical.

Álvaro con Lucho Bowen

De “La casa de las arañas” y sus 35 habitantes

Una vez llegaron a Bogotá, sin titubeos Hery Resoto compró una inmensa casa en el barrio Veinte de Julio. La fachada, recargada de hierro muy a lo bogotano, originó el nombre con el que pasó a nuestra singular historia: “La casa de las arañas”. Aunque el socio tuvo que encomendarle a Javier Duque, otro guitarrista quindiano, su reemplazo temporal mientras liquidaba en Armenia asuntos más pasionales que económicos, pronto se instaló de manera definitiva en la descomunal edificación de lo que comenzó a llamarse Organización Musical Hery Resoto. Para darle al lector una idea de la dimensión de tal sede, sepa que en “La casa de las arañas” vivieron y curaron sus trasnochos muchos años ¡treinta y cinco músicos! Por insólito que parezca, la audacia empresarial de Heraclio logró que en la Bogotá de entonces, cuando no existían horarios de cierre, tocaran simultáneamente cinco conjuntos con cinco músicos cada uno.

Álvaro Valencia, año 2018 en la Casa Museo Musical de Armenia

Una aventura melódica con logros en metálico

En “La casa de las arañas”, además de los veinticinco, músicos de Hery Resoto, también vivieron otros colegas, además de los integrantes del grupo Los Stereos, originario de Armenia y que puso el punto más alto. La organización tenía tal cantidad de instrumentos y equipos que fue indispensable la adquisición de un camión platanero y un carro de generoso baúl para que Hery se desplazara por los sitios donde tocaban sus agrupaciones, cuatro de las cuales tenían un nombre, estilo y permanencia de sus músicos. Fueron: Hery y su Combo, Los Hery Boys, Los Espléndidos y Los Extraños. El quinto grupo estaba constituido por músicos residentes que hacían reemplazos, cubrían eventualidades y tenían un nombre que era mutante. Esta exitosa aventura comercial le reportaba a Hery cuatrocientos pesos diarios por cada agrupación en tarima, mientras que cada ejecutante ganaba treinta y cinco pesos por toque. Corría el año de 1966.

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