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La Cosecha  |  03 diciembre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

La última partera de Barragán

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Por Miguel Ángel Rojas Arias

Cuando uno llega a la fonda de Barragán, no sabe con exactitud si está en el municipio de Pijao, o en Génova, o en Caicedonia. Lo único certero es que allí todo el mundo conoce a la abuela Rosa María Palacio, la eterna partera de Barragán. Por las callecitas del caserío y por los caminos veredales de estos tres municipios se encuentran familias enteras, cuyas abuelas, madres e hijas fueron traídas a este mundo con la ayuda de la abuela Rosa María, pues en sus apuntes hay más de 500 partos asistidos. “Aquí todos fuimos traídos a este mundo por la abuela Rosa María”, dice un hombre cincuentón que saborea un café en la fonda.

La abuela Rosa María tiene noventa y siete años y una mente con la claridad de la luz. Desde la puerta de su casa, al otro lado del puente sobre el río Barragán, en el camino hacia Caicedonia, Rosa María va saludando a las personas que pasan, recordando sus nombres y los detalles de su nacimiento, pues ella fue su partera. Son tantas, que se podría afirmar que Rosa María es ‘la madre de todo un pueblo’.

En su memoria mantiene los nacimientos que sus manos y su sabiduría propició, porque una noche de 1970, como en la vieja canción cubana del Cuarto de Tula, dejó la vela prendida, se quedó dormida y se incendió el cuaderno donde llevaba anotados todos los partos asistidos, 59 hasta la fecha. “No volví a anotar los partos, pero son muchos, en una sola casa recibía seis, siete. Y no solo aquí en Barragán, también me llamaban de Armenia, Calarcá, Sevilla y norte del Valle”, relata esta mujer que se duele de la artritis y de azúcar en la sangre, pero conserva una voz clara y una mirada diamantina.

Había venido de Santa Isabel, Tolima, al finalizar la década de los años treinta del siglo XX. Su precisión para diagnosticar el estado de las mujeres en embarazo, la posición de la criatura en el vientre y las enfermedades de ambos con solo el tacto u oyendo el latir del corazón del bebé, hicieron posibles que la dirección del hospital San Juan de Dios le diera la licencia de partera, a finales de la década de los sesenta. “No hice cursos para ser partera, porque estos los programaban en el casco urbano de Pijao, y yo andaba muy ocupada, y no tuve tiempo”, explica Rosa María, sentada en la mecedora de su sala.

En su lista de partera no hay mujeres o niños muertos. “Me llamaban cuando la embarazada ya tenía por lo menos siete meses. La visitaba, la sobaba, le ponía el oído, y sabía cómo estaba el bebé, le sentía el corazón, observaba muy bien la respiración del bebé y ahí me daba cuenta si la señora tenía la tensión alta o baja. Cuando estaba próximo el alumbramiento, si la tensión estaba alta, las hacía meter los pies en una ponchera con agua fría, le ponía el oído en la barriga para oír el niño, y si bajaba la tensión, le atendía el parto, si no, recomendaba echarla para el hospital de inmediato, por eso nunca se me murió una paciente ni su bebé”, anota esta mujer trajinada por los años.

Sin embargo, tuvo momentos críticos: “Me tocó un parto de un bebé que venía sentado. En la finca El Tesoro, de Pijao, con una tempestad tremenda. El niño venía sentado y yo no había visto antes a la señora. Le pregunté al esposo, ¿qué hacemos, en medio de esta tempestad? Le sugerí: ‘saquémosla para el hospital’. Les dije, hagan una hamaca para llevarla. En tanto, me eché la bendición, prendí una velita, y me puse a bregarle, le saqué un piecito al niño, luego el otro, luego un bracito y después el otro, y con mucho cuidado extraje la cabeza. El señor me ayudó, y los dos quedaron muy bien”.

Rosa María cree que siempre tuvo un Ángel en el cielo, que le ayudaba. “Tibiaba aceite Nujol y lo frotaba en el cuello uterino y en las partes íntimas, iba abriendo la cavidad en el parto, se ablandaba toda el área por donde venía el bebé, eso nunca lo hacen en los hospitales. Además, antes del parto ordeno que tomen bebidas frescas: linaza, cebada, nada ácido”.

En Barragán siempre prefirieron a Rosa María porque los partos se hacían sin rasgaduras ni bisturí. Ella fue la primera y la última partera de Barragán. “El último que recibí está estudiando, debe de tener unos diez años, llama Nelson, ese día me gané 50.000 pesos, mientras que en el primer parto me habían pagado 2 pesos”, recuerda, con la alegría de un adolescente y dice: “Me siento feliz, muy contenta con todos estos muchachos, le doy gracias a dios por haberme dado este don”.

 

(Publicado en la Revista ASÍ SOMOS de Comfenalco Quindío)

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