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Cultura  |  13 septiembre de 2020  |  12:59 AM |  Escrito por: Edición web

Una bella melodía al anochecer

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Por Enrique Barros Vélez

Al final de la tarde, mientras intentaba disipar mi confinamiento, escuché unas solitarias notas musicales que provenían de la calle, apenas audibles, ejecutadas con pericia con un sencillo instrumento de viento. Su intérprete era un joven flautista bastante flaco y algo gibado, de mochila y gorra que, emocionado, entonaba con gracia los acordes de una canción folclórica. El bajo sonido que producía su instrumento requería atención para escuchar la secuencia. Su presentación no atrajo público a los balcones. Pero su entrega parecía no necesitar de esa audiencia, aunque se trataba de un músico sin recursos que solicitaba, con dignidad, la ayuda del vecindario para conseguir medios para su sustento. Desentendido por completo de la inasistencia se sumió en un goce musical, extasiado con las melodías que entonaba con destreza, al tiempo que la precaria luz del atardecer derivaba, inevitablemente, en oscuridad nocturna. Este breve tránsito amplificó su resonancia, pues en el silencio de la noche sus notas se escuchaban como estimulantes cantos de esperanza que enfrentaban la incertidumbre y la desesperanza que esta crisis ha desencadenado, neutralizando, además, la zozobra que produce la oscuridad del ocaso, la muerte del día. Sus magistrales notas se escuchaban ahora con vehemencia y los sonidos de vida que emanaban de su flauta se esparcían como ingrávidas semillas con mensajes de sueños y esperanzas para alentar la germinación de un nuevo rumbo colectivo. De pronto se encendieron las primeras luces y, casi al tiempo, éstas se fueron multiplicando en las acristaladas aberturas de los edificios, salvando al modesto músico de quedar oculto en la penumbra. Cuando culminó su acto no recibió aplausos, pero unas discretas señales lo animaron a acercarse para recibir retribuciones. Y la calle volvió a quedar desprovista de musicalidad y parcialmente invadida de penumbra. En la panorámica de la ciudad las iluminadas aberturas de sus edificios, semejantes a grandes velones, se replicaron en las montañas con diminutos resplandores titilantes que, como velitas, parecían haberse sumado al ritual fúnebre de velar la noche de este día.

Armenia, Junio 12 de 2020

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