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Columnistas  |  27 septiembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Juliana Giraldo Vélez

PAN COMIDO

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Juliana Giraldo Vélez

Juliana Giraldo

Cuando no sabemos mucho de algo sentimos una gran barrera y una indiferencia hacia ello. No saber no significa que la información no esté ahí, pero una vez leemos un poco nos damos cuenta que se trata de una cortina muy delgada entre el aprender y el desconocimiento. Esto es lo que nos pasa cuando hablamos de hacer pan en casa, una práctica que se ha perdido con el tiempo. Hasta se ha vuelto un tabú para muchas personas pero apenas entienden cómo funciona la ciencia de hacer pan, esta cortina cae dejando desnuda la creatividad y el conocimiento.

El pan es quizás uno de los alimentos que más ha enseñado a la humanidad a aprender a trabajar en comunidad. Antes de la industrialización del proceso, en los pueblos las personas contaban con un horno comunal donde cada uno llevaba su moje para ser horneado. En este proceso de meter el moje, sacar las hogazas y llenar las cuadras de ese rico aroma, se tejieron relaciones entre los miembros de la comunidad compartiendo sus secretos, generando un gran conocimiento sobre recetas de tortas, pan y galletas.

A partir del siglo XVIII, la industrialización cambió por completo la forma en la que vivíamos, todo era producido en masa y a gran velocidad. Quisiera mentirles, pero los primeros panes que se fabricaron eran rendidos con tiza y huesos en polvo de diferentes animales, degenerando así el proceso de hacer pan casero y nutritivo para toda la familia. La receta dejó de ser harina, agua, aceite y sal para ser un pan estéticamente “lindo”, blanco, grande y esponjoso. Aunque hoy en día la industria ya no utiliza tiza y polvo de hueso sí sigue en la búsqueda de crear un pan “lindo”.

Esto nos hace pensar en los productos que está utilizando la industria para hacer pan. Un pan puede llegar a ser barato pero que dure más de tres meses en una bolsa y que sea extremadamente blanco es algo que por lo menos a mí me preocupa porque no es posible que estas características se den a menos que haya químicos de por medio. Es un tema bastante amplio y del que debemos leer ya que nuestra salud y la de nuestra familia se ven comprometidas con productos como estos.

Los que hemos abierto una pastelería o una panadería, tenemos la responsabilidad (si así lo queremos) de cambiar el rumbo de la salud de muchas personas. En un acto tan sencillo como volver a hacer pan fresco, no los estoy invitando a crear una línea fit o saludable pero sí a ofrecer cosas sencillas, familiares y reales a nuestros clientes. Grandes imperios han basado su dieta en el trigo pero hoy ofrecer una tajada de pan es casi un atentado. Lo que no sabemos es que ese pan nos cae mal por los químicos y los procesos poco naturales para su fabricación.

Entonces es más fácil decidir no volver a comer pan que hacerlo en nuestras propias casas. Es ahí donde las pastelerías y las panaderías tenemos la responsabilidad de abrir nuestras manos a servicio de la comunidad y ofrecer pan que nutra a las personas porque si no lo hacemos entonces la dieta de los grandes imperios y el horno comunal de los pueblos pasarían en vano por nuestra historia y las enfermedades causada por el pan industrial seguirían su rumbo como si nada.

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