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Cultura  |  19 octubre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Rufinistas por siempre

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Escrito por Mharia José Arias Hernández (Ganadora Concurso Rufi-letras), Grado 3-A,

I. E Rufino José Cuervo Centro

Pasaba el verano de 1910 cuando en los horizontes de las cordilleras colombianas se alentaban unos gritos de auxilio, eran unas angustiosas voces que llenos de miedo querían ser salvadas por cualquier cosa. En ese tiempo no se veían en cualquier esquina personas valientes que pudieran rescatar al pueblo. Todos los días las personas del barrio San José, salían de sus casas llenas de miedo, porque no sabían que había más allá de las fronteras de sus vecindades, pero de igual manera tenían muchísima curiosidad por saber quién podía llegar para salvarlos de la monotonía en la cual vivían presos.

Un día cualquiera, uno de los vecinos salió tímidamente de su casa hacia la tienda por unos huevos y un arroz. Cuando de repente vio que desde una de las esquinas del barrio, apareció un hombre. Pero este hombre era algo diferente a todos los hombres que habitaban en aquel lugar. Este personaje a diferencia de los otros caminaba con una vestimenta algo extraña: un objeto cuadrado de cuero, un estilo de capa o túnica blanca, un arma de madera como de 2M, utilizaba algo extraño sobre su nariz con lo que al parecer podía ver cosas sorprendentes de las cuales no podían ver los demás, y entre sus dedos un pequeño objeto que parecía un tallo de bambú joven.

El vecino al salir de la tienda, vio que el extraño caballero no se había retirado de la esquina en donde lo había visto hacía unos minutos. Pero lo más extraño es que se veía que buscaba algo, y no paraba de mirar de un lado a otro. Pasaron como 15 minutos, cuando el hombre se quitó de la cara sorprendido ese objeto de cristal que utilizaba al parecer para ver con claridad, y corrió hacia un lugar alejado un poco de la vecindad de donde estaba.

Al llegar a ese terreno, dejo en el suelo el objeto cuadrado que llevaba y se agachó para abrirlo. Cuando lo abrió, fue mágico. Algo extraño sucedió; luces de distintos colores salían repartiéndose de un lugar a otro, rayos estruendosos se podían escuchar por todo el barrio. La gente asustada y sorprendida por lo que escuchaba salió deprisa para poder ver qué era lo que estaba sucediendo en aquel lugar. Pero cuando llegaron, se quedaron perplejos al ver lo que ya estaba viendo el otro señor desde hace ya más de media hora. Mientras tanto nada paraba, al contrario seguían y seguían saliendo cosas de ese objeto que ya viendo con claridad era un maletín o un portafolios pero muy especial.

El cielo se iluminó y las cordilleras se aclararon con nuevos colores, de montaña a montaña fueron apareciendo arcoíris que hacían parecer que nos encontrábamos en un cuento de hadas. El hombre se levantó y mirándonos a todos, nos sonrió. Volteándose nuevamente, levantó sus manos y como si fuera un mago las comenzó a mover de un lado a otro y a decir unas cosas que a todos nos parecían muy muy extrañas, pero lo más raro de todo, era que con sus manos lanzaba cosas a ese lugar que había en frente de él. Pero en verdad no se veía de donde sacaba nada, sólo serraba sus manos y decía las palabras e iban apareciendo una a una las cosas hechas figuras y se unían formando una nube muy espesa: “ciencia, conocimiento, sabiduría, valores, fuerza, constancia, inteligencia, valentía, templanza”.

Fue maravilloso y realmente inigualable ver como de sus manos salían todas estas cosas. Pero lo más sorprendente, fue cuando la nube que se fue formando bajo hasta el prado y sin más, explotó dejándonos atónicos y perplejos. Entonces, de la nada apareció un enorme castillo con torres y murallas. En realidad todo se veía poderoso, era algo inmenso e imponente. De un momento a otro del cielo fueron cayendo unas luces, parecía como si las estrellas se estuvieran cayendo del universo. Todos gritaban, ¡Es una lluvia estelar, son dioses que caen del cielo!, y si, vimos como esas estrellas se fueron transformando en seres humanos, hombres y mujeres con apariencia de dioses griegos. Se veían fuertes y deslumbraban al caer.

Pasaron unos segundos y cada uno de esos personajes míticos se fue colocando en cada una de las torres de ese castillo y alrededor de las murallas que protegían ese lugar. Cuando una joven aunque llena de miedo, pero arriesgada preguntó: “Señor…, el del maletín… ¿qué fue lo que hizo… quién es usted?” y el hombre se elevó sobre el prado y colocándose en las puertas del enorme castillo, dijo: “¡Yo soy Rufino!, y he venido a cambiar el mundo, he traído mis armas que como herramientas de albañil, viene a tallar las mentes, las almas y los corazones de ustedes. Desde hace mucho tiempo los he visto destruir las horas de sus vidas.

Pero no he venido solo. He traído a mis guerreros supremos, hombres y mujeres sabios y llenos de amor que les sembrará conocimiento en sus corazones. A cada uno de ellos los nombrarán por sus dones y sus poderes. Ellos, tienen el poder de las Matemáticas, Las Ciencias, La Filosofía, el Lenguaje y muchos más que juntos harán de todo este pueblo una inmensa nación. Ellos serán su apoyo por toda la eternidad, sus dones no tendrán límite y los repartirán sin excepción a cada uno de ustedes, a ellos los llamarán Maestros, el título más prestigioso que hay en todo el universo. Y ellos les enseñaran de hoy en adelante.

Y en este castillo serán todos llamados Rufinistas y cada uno alimentará su espíritu y fortalecerá su don, y así será reconocido por todo el mundo como Rufinistas. Y todos querrán venir a éste lugar y convertirse en los mejores, porque el que ingrese a este castillo de conocimiento será el mejor. Y nadie podrá cambiar el poder y la fuerza que habrá en cada uno de ustedes. Y serán inigualables, insuperable, incomparables, serán los mejores, serán luz que iluminará el camino de muchos pueblos y cada uno de ustedes llevara ese don para construir nuevas naciones, nuevos castillo amurallados de conocimiento. Al ingresar, se convertirán en Rufinistas, Rufinistas por siempre”.

Todos los que estábamos allí escuchando a aquel hombre nos miramos felices, porque ya no perderíamos nuestras vidas en la monotonía, sino, que conoceríamos el poder que había en nosotros para transformar el mundo.

Uno a uno se fueron acercando a aquel hombre llamado Rufino las personas del pueblo y cuando ingresaban al castillo sus ropajes eran transformados por vestiduras blancas y sus rostros pálidos se llenaron de color.

Cuando todo el barrio San José ingresó al castillo se escuchó una voz como un estruendo que decía: “Hoy son también mis hijos, porque desde hoy seré Rufino José Cuervo su padre y mis hijos mayores serán sus maestros y ustedes serán a partir de este momento Rufinistas. Rufinistas por siempre”.

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