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Columnistas  |  21 octubre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: José Jota Domínguez Giraldo

LA NOTA DE JOTA

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José Jota Domínguez Giraldo

Jota Domínguez Giraldo

Ganamos y no estamos felices.

El país quedó desconcertado con los dos primeros partidos jugados por la selección colombiana de fútbol de mayores, en el torneo clasificatorio al mundial de Qatar en el año 2022, evento que le ha permitido acumular cuatro puntos a la selección, resultado de una victoria de tres puntos frente a Venezuela que aunque se ganó es sufrido para los hinchas porque es contra Venezuela y el otro punto por un empate frente a Chile, que me parece extraordinario ya que en mis cuentas y antes de jugarlo lo daba por perdido.

Y decía que el país podía estar desconcertado con esos dos primeros partidos, no por el resultado, el juego o los puntos, sino porque los colombianos obligadamente se quedaron en sus casas con motos y carros guardados porque el covid y las autoridades no les dejan salir a celebrar y eso se extraña.

Los excelebrantes, casi todos a bordo de motos, no han podido tirar Maizena ( y eso tiene enojados a los fabricantes), no han podido dañar carros con sus manijas, no han podido estrellarse entre sí, no han podido volarse los semáforos en rojo, no han podido mentarle la madre a los policías y no han podido atrancar las vías; y los que van en carros no han podido dañar el carro que va adelante, los pasajeros no han podido caerse de las ventanas donde van sentados, no han podido volarse los semáforos en rojo y no han podido gritarle “tombos” a los policías, los que despectivamente miran todos estos desmanes con un ojo, mientras con el otro ojo miran su celular. Este tipo de manifestaciones, con tantos problemas son tan normales en Colombia, que las autoridades no le ven ningún problema.

Todo eso se extraña.

Los triunfos de Colombia en esos dos primeros juegos no han tenido para los hinchas el sabor de otras épocas. El estadio de “Quilla, la bella” vacío, triste, sin hinchas de los equipos, sin aficionados al fútbol y sin el “bullarengue” ese propio de los costeños, nos puso a tomar tinto y café con leche en vez de vino, la cerveza, el “guaro” y el “whijky”. Hasta con un televisor al frente, hay frialdad en la celebración.

Ya no se grita “gol de Colombia hpta”; hoy simplemente decimos “Hola, Colombia acaba de hacer un gol”. “Vamos ganando”. Recuerden que en ambos partidos contra Venezuela y Chile hemos hecho el primer gol del partido.

La afición por el fútbol en vivo, quien lo creyera, la ha ido acabando el televisor, el mismo medio que hoy la sostiene. Por la época en que en Colombia apenas empezaba el sistema de parabólicas (años 1998 o 1999) había unos pocos canales de televisión de programas deportivos y en ellos veíamos los partidos del Boca contra River o de San Lorenzo contra Racing de Argentina o de Independiente contra Estudiantes de La Plata y los aficionados colombianos, muy buenos para copiar lo malo, empezaron a animarse para imitar a los argentinos con las llamadas “barras bravas”

Esos colombianos hoy excelebrantes, en esas épocas lo echaban a uno de los estadios. Asistí a un partido de Millonarios contra Deportivo Cali en El Campín de Bogotá, año 1999 y los llamados “hinchas” de Millos en coro le mentaron la madre 5.400 veces durante 5.400 segundos a Rafael Dudamel arquero del Deportivo Cali. Ese día me pregunté si en el próximo partido esos hinchas iban a matar a un hincha del equipo contrario y como efectivamente eso ha sucedido, decidí no volver a los estadios en Colombia, porque los vándalos, a quienes les dicen “hinchas” nos han sacado de taquito. He incumplido porque he regresado pero la expectativa del goce palpitante por ver fútbol no es el de antes, porque las barras bravas han ido acabando con eso que nosotros llamamos afición por el fútbol.

Recuerdo que los partidos comenzaban en los hogares desde el sábado (únicamente se jugaba los domingos a las 3:30 pm), porque al día siguiente “el papi se va para fútbol y solamente cuando regrese salimos a comer algo, y eso si es que gana el equipo de sus amores. Así que háganle barra a su papá”.

El equipo América creció en su hinchada cuando estaba en la mala y no precisamente por solidaridad. Los papás para castigar a sus hijos les decían “sigan molestando y los llevo a ver jugar al América”.

Un estudiante me contaba que su profesor universitario los amenazaba semanalmente desde el viernes: “Si el Atlético Quindío pierde este domingo frente a Nacional en Medellín, haré examen de Derecho Constitucional el lunes a las 7 de la mañana”. Por supuesto, los estudiantes escuchaban el partido con una lámpara alumbrando la imagen de San Judas Tadeo, santo de las causas imposibles. El otro imposible era ganar el examen. Por eso la velita se apagaba el lunes al mediodía.

Otra manera de ponerle expectativa a los partidos era apostando. “Apuesto al primer gol, al autogol, a la primera mentada de madre al árbitro, a la primera tarjeta amarilla, al que hace falta penalti y apuesto a que si el local va perdiendo el árbitro echa dos del equipo visitante”. Así se vivía un partido antes.

De manera pues que extraño mucho esa metamorfosis de los colombianos, los que me obligaron a escribir hace cerca de 20 años una columna periodística en la que el suscrito manifestaba que lo mejor que le podía suceder a Colombia era “no ir a los mundiales de fútbol”, pues cada vez que Colombia salía vencedor contra la selección de otra nación, había 60 o 70 muertos en el país, dicen que celebrando por haber ganado el partido. Menos mal que no fue perdiendo. Y si eso era apenas ganando un partido, cómo iba a ser entonces ganando un campeonato mundial. Era mejor no clasificar al mundial.

Casi todo eso se perdió encerrados por el covid, pues no se pudo salir a comer, no estamos asistiendo a las universidades, no pudimos reunirnos para las cervezas, el guaro y la manteca y no nos encontramos para apostar a cual de nosotros es al primero que la señora lo entra del pelo a la casa o lo regaña delante de todos.

Imagino que así como a las sociedades muchas veces son obligadas a cohibirse de ejercer algunas costumbres arraigadas por décadas, esas mismas sociedades también esperan la oportunidad de explotar y sacarse eso que llevan por dentro, es decir, imagino desde ya cómo se pondrá este país si le ganamos a Brasil en Brasil o a Uruguay en Uruguay.

Es mejor que las autoridades vayan elaborando el decreto de toque de queda desde ahora, si es que la vacuna del coronavirus no ha llegado. Si se le gana a Brasil en Brasil, yo también saldría a celebrar.

En fin, estando muy contento por ganarle a Venezuela y no perder contra Chile en su capital Santiago, ambos resultados esperados por cualquier técnico, me parece que me quedaron debiendo algo y fue precisamente el desorden que se armaba por esos resultados y que hoy la pandemia ha evitado.

No es lo mismo ver a Colombia ganar un partido tomándonos un café en la casa con galletas y tostadas y con la esposa haciendo permanentemente de tapabocas, que ganar tomándose un aguardiente con chicharrones de “marrano” y arepa, con las manos untadas de manteca, abrazado con los amigos en casa nuestra o la de ellos y postulando a James o a Falcao para la presidencia. No es lo mismo.

Me parece que a esos dos partidos pasados les faltó algo.

Soy amigo del orden, de las celebraciones pacíficas, amigo de la cultura y el respeto por los demás y por las cosas, miro la tabla de posiciones detrás de Brasil y Argentina, y siento como si ganando no hubiéramos ganado y aunque no perdimos, me parece que no le ganamos a Venezuela y casi que perdimos con Chile.

Extraño mucho ese desorden colombiano, los niños por fuera de los capotes del carro sin el cuidado de los papás y a los jóvenes embriagados amando y jurando amor eterno a la patria solamente cuando juega y gana la selección de fútbol.

También imagino a los estudiantes de Derecho, hoy ya abogados, cada vez que juega el Deportes Quindío, extrañando los exámenes de los lunes y recordando con podrido afecto a su profesor de Constitucional.

¡! Ganó la selección Colombia y me alegro mucho que no hubo desmanes ni vándalos, nos ahorramos 70 muertos en las no celebraciones y el país se siente triste; qué raro ¡!.

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