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Educación  |  29 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Tengo que cambiar mi método de enseñar

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Escrito por Guillermo Salazar Jiménez.

Una vez interactuó con sus estudiantes por whatsApp y dejó los documentos de lectura en la red para discutirlos en la próxima reunión apagó su computador y pensó que la forma de trabajar lo tenía no solo cansado sino inconforme. Criticó la rutina de las charlas interactivas y concluyó que fue contagiado por el desánimo generalizado de sus estudiantes. El proceso de enseñar y aprender tenía que ser diferente para sostenerse con ánimo y reafirmar el interés de sus estudiantes.

Mientras ojeaba el texto Conversaciones de Estanislao Zuleta, donde habla de la educación como campo de combate, consideró que la virtualidad se introdujo como obligación por la pandemia sin mediación pedagógica que permitiera intuir su importancia, determinar los modelos de enseñar y aprender, y valorarla como modalidad pedagógica en la nueva realidad educativa. Supuso que los problemas evidenciados en la educación presencial no podían trasladarse directamente a la virtual.

Pensó que cambiar su forma de trabajar era un imperativo. Tenía que transformarse en un orientador del aprendizaje, a constituirse en apoyo individual y a responder diferentes preguntas según interés de cada estudiante. Que la mayor innovación estaría dada por el aprender fuera de las aulas y de la escuela, de allí que el contexto familiar y social jugaría un nuevo papel protagónico. Por tanto la autonomía del estudiante para decidir qué estudiar y cómo hacerlo tenía que ganarse un espacio especial en la formación y otro en la flexibilidad para enseñar y evaluar la forma de trabajar de los docentes.

“No se puede respetar el pensamiento del otro cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque el pensamiento del otro solo puede ser error o mala fe”, lo recordó del maestro Zuleta y reafirmó su convicción de cambiar la manera de trabajar. Aseguró que en adelante intentaría ser más reflexivo y menos imperativo para convertir las opiniones de sus alumnos en ideas con argumentos para someterlas a discusiones colectivas y análisis crítico. Se convenció que pensar no es aprender a repetir información, en el fondo es debatir, interpelar al otro con respeto, dudar para investigar y reconstruir. Lo mismo con la buena lectura que quiere decir interpretar al autor y dialogar reflexivamente con él porque “siempre hay que leer desde una pregunta”.

Tengo que cambiar mi método de enseñar, reafirmó, para que la educación permita el diálogo y el consenso social, promueva la participación comprometida con las decisiones de la vida ciudadana y posibilite tejer el futuro. Que no solo entregue información, conceptos, y formación profesional para el trabajo, sino que contribuya a rescatar la esperanza por un mejor país, así como también a redimir la solidaridad pedagógica y social.

Entendió que aquello se consigue a través del constante y brillante trabajo del docente porque como lo afirmó el maestro Zuleta:

“De los pocos profesores que a uno le queda un buen recuerdo, son precisamente aquellos que se les notaba que amaban lo que hacían”.

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