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Cultura  |  06 diciembre de 2020  |  12:16 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo “Y así te vas a quedar”

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“Y así te vas a quedar”

Por Libaniel Marulanda

“Y así te vas a quedar”

Los tiempos de la agonía comenzaron para los Rodríguez a partir de aquel lunes 18 de abril de 1992, cuando Manolo, desde el hospital Federal, se vio forzado a aceptar que su taxi Vocho fuera arrastrado hacia una chatarrería, como destino final, con la ayuda del camión de su compadre y vecino del inquilinato en el Barrio Viejo Guadalupe, zona deprimida por la pobreza y el terremoto de ciudad de México. Luego del ineludible choque con el camión de pasajeros, en la congestionada avenida que desemboca en el Parque Morelos, poco quedó sirviendo del viejo Vocho que generaba los exiguos ingresos de Manolo Rodríguez, Lupe Navarro, su mujer, y sus cinco hijos, de manera deliberada llamados Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José.

Con los incontables destrozos del coche, Manolo sufrió una cortada profunda en el antebrazo, perdió mucha sangre y tuvo que abandonar el escenario del siniestro en una ambulancia de los Seguros Sociales. Desde el Hospital Federal, mientras esperaba ser atendido, telefoneó a Lupe, le encomendó lo del remolque, la encargó de las gestiones ante el corrupto Departamento de Tránsito y, de paso, le refirió el accidente.

Luego se comunicó con Atilano Yépez, propietario, administrador y barman del Happy`s Night, reconocido bar del Distrito Federal. Atilano se enteró de los pormenores del accidente y enmudeció al saber acerca de la profunda herida de Manolo.

Coincidiendo con los peores vaticinios de Manolo, el viejo taxi quedó listo para el cementerio de coches, y su herida comenzó a propiciar interconsultas, repetidos exámenes y juntas médicas en el Seguro Social.

Para el viernes 22 de abril, ya los médicos adscritos al Hospital Federal del Seguro Social tenían una respuesta científica, cruel e incuestionable. Por eso lo citaron bajo especiales condiciones, lo enteraron de cuanto era preciso y lo recluyeron de inmediato.

Un día después, tomando de la mano a sus dos hijos menores, mientras los tres restantes parados a su lado, tensos y curiosos, tenían su vista fija en las cámaras, Lupe Navarro, sin ponerle restricciones a su convulsivo mundo interior, se volcó en palabras y sollozos, al tiempo que demandó la solidaridad de los millones de amas de casa mejicanas que a esa hora y desde el confinamiento de sus hogares veían el noticiero de Televisa.

Y allí, ante las cámaras, declaró todo, para sorpresa de los mismos periodistas que no esperaban tal torrente noticioso.

Lupe Navarro de Rodríguez, condimentada morena de 29 años, natural de Aguas Calientes, madre de cinco hijos, esposa fiel y ferviente devota de la Virgen de Guadalupe, denunció ante la sorprendida opinión pública mejicana cómo su legítimo esposo, chofer de taxi, ex patrullero de tránsito, auténtico macho mejicano de pistola y bigote a lo Pedro Infante, ese marido sorprendido por ella en tres ocasiones con sendas amantes, que pasado de tequilas solía propinarle feroces y rutinarias palizas los fines de semana, vivía una doble vida, tenía compañero permanente y días antes, inculpándola por sus irrefrenables celos, lo había confesado todo, y lo peor: les legaba a ella, y tal vez a sus hijos, el incurable virus de moda en aquellos años noventa.

Bogotá, abril de 1992

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