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Cultura  |  06 diciembre de 2020  |  12:20 AM |  Escrito por: Edición web

XXI. NOTAS DE LA PESTE

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UNOS OFICIOS Y UNAS PERSONAS MUY DISÍMILES

Por Enrique Barros Vélez

Por razones de salud salgo a caminar todos los días al final de la tarde. Y me emociona ver los restaurantes y las cafeterías vecinas con clientes a esa hora. Me dirijo al parque de los Fundadores y lo recorro varias veces. La primera impresión que tengo al llegar es su aspecto escenográfico pues, como ya ha oscurecido, sus circulaciones y arboledas se involucran en un extraño juego de luces altas y sombras bajo los árboles que le confieren un aspecto dramático, fantasmal. Aunque predomina la iluminación de las lámparas, son muchas las áreas que quedan en penumbra. La caracterización de sus espacios varía según quienes los frecuenten a determinadas horas. Su actividad prácticamente es periférica. El costado frente a la iglesia del Espíritu santo es un tanto oscuro y con poca circulación vehicular. Al pasar frente a la iglesia escucho sus bellos cánticos y veo a los cuidadores de carros con los trapos rojos en sus hombros. Más adelante una parejita comparte una banca, con ella sentada lateralmente, con el desparpajo que suelen hacerlo ahora. En otra, dos adolescentes homosexuales se abrazan tiernamente También veo el cuchitril que vende chucherías de comer y atiende a sus clientes con servicio a la banca que tiene enfrente. El recorrido por la avenida Bolívar es más iluminado y bullicioso. Un tumulto de gente espera el bus concentrado obsesivamente en sus celulares. Unos policías buscan congraciarse con unas muchachas que están viendo pasar carros y gente. Un indigente duerme sentado en una banca, junto a su perro; un hombre humilde descansa de su jornada, con sus costales de plástico y su ropa de trabajo. La parte central del parque es oscura, aunque se ve más iluminada donde sus árboles son más altos y distanciados entre sí, cerca de la rotonda. Esta parte es frecuentada por las parejitas de enamorados, o los muchachos que se contonean gestualizando los cantos y el punteo de las guitarras de la música rock que escuchan a gran volumen, mientras aromatizan el aire fresco con olor a marihuana. En un extremo del parque está la rotonda, donde los vecinos se reúnen para escapar del encierro diurno en sus casas. En el escenario algunos saltimbanquis ensayan la función que presentarán en los semáforos. Otras veces tienen pistas musicales y un payaso cantante. Unos extranjeros, con motilado estrambótico y tatuajes en brazos y cara, tratan de impresionar a unas chicas que los escuchan sonrientes.

Mientras camino encuentro personas con las que coincido cada noche, pero fingimos no reconocernos: el vendedor de dulces, con un cajoncito de madera colgado del cuello, cuyo tamaño no supera el de un computador portátil, “tres mentas por $ 300”, me dice al pasar. El muchacho elegante, con zapatos de cuero, que le da vueltas al parque llevando colgado de su mano izquierda un pesado maletín ejecutivo; el tipo alto y fornido que pasa acompañado de un perrito un poco más grande que una rata; el drogo que en ocasiones se sienta a horcajadas en el mango del monumento al hacha y grita y manotea con desespero tratando de llamar la atención; el muchacho que, sentado de espaldas, en un extremo lateral de la banca, se aferra en silencio a la llanta delantera de su bicicleta y parece estar esperando eternamente a alguien; los solitarios vendedores de revistas de crucigramas y sopas de letras o el anciano que pasa sonriente con su carrito de tintos, ajeno al ruido de su música radial. Todo esto haciendo parte del multifacético circo de la vida, del cambiante acontecer nocturno. Con este breve recorrido logro deshacerme del cansancio mental que me produjo la jornada diurna y pensar en lo que haré al llegar a casa, antes de mi merecido descanso nocturno… Armenia, Octubre 6 de 2020

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