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Cultura  |  18 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: En las sombras

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Por Auria Plaza

Desde el día en que me convertí en mi propio asesino vago sin conocer descanso. Una fuerza extraña no me deja bajar las escaleras subterráneas del averno. Siempre vuelvo a mi cadáver que no se descompone a pesar del tiempo. No huele a carroña y los gallinazos no me detectan. ¿Qué maldición me persigue? ¿Acaso no era yo dueño de mi vida y tenía todo el derecho a disponer de ella? Cuando me di cuenta de que ese insoportable disgusto de vivir, ese dolor atroz se negaba a abandonarme y evalué la opción de partir, no contaba con que esto pudiera ocurrir. Quería dar por terminada mi historia. No me abandonaban las pesadillas y la conciencia, atormentada por la culpa, me tenía sumido en una agonía constante. Olvido infinito es lo que quería ¿Por qué se demoraba mi escape total de este mundo? Había supuesto que el mío iba a ser un tránsito expedito entre la vida y la muerte.

Mientras flotaba me dio por entrar a una sala de cine, en la oscuridad de mi butaca, encuentro refugio para esta monótona tristeza. Con ese aire de lejanía de la claridad de la pantalla, luz y transparencia donde, por dos horas, vivo un mundo de ensueño, me alejo de mi realidad o debería decir de mi intemporalidad. Descubro que tengo poder de ir a donde quiera.

A la salida del teatro camino entre la gente, no me ven. Cruzo la calle, me acuesto en el césped. Miro el paso de las nubes que parecen ser siempre las mismas, pero no lo son. Forman figuras y yo las interpreto. Me uno al viento para viajar con ellas. No tengo ni idea, en este momento, de dónde vengo ni para dónde voy; pierdo toda noción de materia. Viene a la memoria un verso de T. S. Elliot: “En el quieto punto del mundo ni carne ni descarnado; ni procedía de mi ni iba hacia…” Ése, que no sabe quién es, que pierde su límite, que no puede reconocer dónde empieza el sí mismo o el otro, desaparece. Ya no hay espacio ni tiempo para el miedo. La desdicha no puede alcanzarme aquí.

Creía que al terminar con el río de la vida llegaría el olvido. Me deslizo entre tinieblas y ahora soy un hijo de las sombras. Me miro en las vitrinas y no me veo; sé que ya no existo. Me pierdo en un paisaje de espesa calima que, si se pudiera tocar, sería fría como la mortaja que necesito, porque no quiero ser alimento de los animales de rapiña. Para distraerme me pongo a cantar la canción de Luis Eduardo Aute: “Hay amor mío/Qué terriblemente absurdo es estar vivo”. Se me viene el recuerdo de mi mujer ¡Cómo pude ser tan imbécil! Mejor sigo cantando: “Que el final de esta historia/enésima autobiografía de un fracaso…” Estoy flotando en el vacío y sin embargo no me parece nada raro en ello. No hay lógica, ni me lo puedo explicar a través de la razón; ahí estoy yo, lo veo todo. Estoy en un mundo sin coordenadas de espacio-tiempo.

¡A ver, hombre! Deja de quejarte, más bien saquémosle provecho a esta circunstancia. No estás muerto, pero tampoco se puede decir que estás vivo. Nadie me ve. Puedo ir a donde quiera y, si mis sospechas son correctas, tengo la oportunidad de arreglar la situación que me trajo aquí. El dinero del robo, y por el cual mi mejor amigo está en la cárcel, lo puedo devolver y presentar su ausencia como producto de una confusión administrativa. Así él recuperaría la libertad.

Encontraré una manera de visitar a mi esposa y despedirme. Sé cuánto daño le hice con mi abandono por seguir tras esa otra mujer que nunca me amó; que sólo me manipuló para satisfacer sus fines codiciosos. ¡Cómo recuerdo sus palabras y cómo me avergüenzo de mi debilidad!:

–Tienes que poner los fondos en una cuenta que tengo en isla Caimán. Para no despertar sospechas viajo yo primero y luego tú me sigues.

Yo le respondí:

–El dinero está escondido en un fidecomiso creado por mí. Lo transferiré de a poco. Pondremos un negocio para no descapitalizarnos. Viviremos con comodidad en la isla del caribe que tú elijas.

– ¿Tú crees que soy tan mediocre como para vivir de un negocito? Yo nací para el goce, para vivir la buena vida. Estoy acostumbrada al lujo.

–Pero tú dijiste que nuestro amor lo era todo para ti.

–No seas tonto… Lo que yo dije… En fin, eso no viene al caso ahora. Si no me das el dinero ¡olvídate de mí!

Qué iluso fui. Me enamoré como un estúpido y encima no encontré otra salida que suicidarme. Lo bueno de este meandro es que, aparte de la desolación, no siento nada más y conservo mis habilidades. Lo primero que tengo que hacer es localizar mi portátil que dejé en el hotel. Espero que si rentaron mi cuarto mis cosas estén guardadas en bodega, aun mejor, ellos no saben que estoy muerto o mejor dicho en el limbo, así que mi cuarto estará como lo dejé.

Después de darme cuenta de que me habían envuelto en el juego más antiguo del mundo, me dio por irme a emborrachar a un lugar sórdido en las periferias de la ciudad. Quería alejarme de todo lo familiar, sin plan preconcebido y terminé en esos matorrales, después de ingerir los barbitúricos que me esperaban ocultos en el bolsillo del saco. Los tenía de mis épocas de insomnio.

En fin… necesito un plan. Hacer que la cuenta aparezca como un error contable es cosa de niños. Luego, cuando encuentren mi cadáver, tendrán muerto a quién echarle la culpa. Lo de mi mujer es más complicado, pero si Vadinho se le aparecía a Doña Flor, pues yo trataré de hacer lo mismo. Pero en mi caso será para decirle adiós, pedirle perdón y dejarle saber dónde está mi cuerpo. Le diré que me asaltaron y me arrojaron allí. Lo más importante es que la declaren viuda, cobre la pensión y el seguro, pero que ni se le ocurra incinerarme. ¡Ajá!, esto es mejor que el pesimismo del principio. Empezaré por el hotel para poner la maniobra en movimiento.

No puedo desaprovechar la oportunidad de ver el mundo con una visión privilegiada, con el ojo de Arquímedes y con una suerte de omnividencia y omnisciencia. Esta experiencia, que al principio me asustaba, ahora me parece interesante. Ser sin existir, ver sin ser visto. Ya sé que puedo ir al cine y de ahora en adelante gozaré las películas. Otro de los lugares que será mi refugio son las bibliotecas. La música, ya veré cómo me las ingenio. ¡Hey! Las posibilidades son infinitas. Seguro que así será lo que sienten aquellos que llaman fantasmas.

Volviendo al poeta “En mi principio está mi fin. En mi fin está mi principio”. Claro que él se refería al paso del tiempo que borda con paciencia nuestro interior y yo estoy pensando en esta vida después de la muerte, que calculada en términos de tiempo terrenal no sé cuántos días tendrá. Así que mejor me doy prisa en arreglar los entuertos y después a gozar de los privilegios, asistir a todos los espectáculos por caros que sean, leer los libros que por falta de tiempo no he leído y conocer el mundo, porque supongo que me podré trasladar a donde quiera.

El Caimo, enero de 2021

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