• JUEVES,  28 MARZO DE 2024

Cultura  |  24 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: El blues del Diablo

0 Comentarios

Imagen noticia

Por Juan Felipe Gómez

El diablo empezó a cantar a la hora indicada. El local estaba medio vacío y Carmen me miraba con ojos de puñal. Había aceptado que llevara al diablo esa noche con la condición de que yo corriera con los gastos. No sería mucho, el hombre sólo pedía un trago de whisky entre canción y canción y algo para comer al final de la noche.

¿De dónde había salido ese negro gigante de voz carrasposa? De la calle, o del mismísimo infierno como lo sugería su apodo. El diablo era un bluesman criollo que sorprendía a los pasajeros del transporte público cantando en perfecto inglés versiones de Robert Johnson y Sonny Boy Williamson. Su guitarra, su armónica y su voz no eran de por estos lados.

Where are you from? Fue lo primero que se me ocurrió preguntarle cuando decidí abordarlo una noche, después de verlo bajar de un bus urbano. Era martes, un mal día para abrir el local, así que me fui a caminar por el centro antes de volver al apartamento. Lo vi recostarse en un poste junto al paradero y empezar a afinar la guitarra. En realidad se veía como todo un bluesman al mejor estilo de los años treinta: traje, zapatos de charol y bombín. Estaba convencido de que era un negro americano que se había volado del delta del Mississippi para traer la esencia del Blues a las calles del sur del continente. Que va. Soy de Buenaventura, me dijo. Su voz perdió resonancia, pero se hizo más cordial. Lo miré de arriba abajo y me sentí diminuto, no por la estatura del negro, sino por la vergüenza. ¿Te gusta lo que canto?, me preguntó. Sí, me gusta el blues y tú no lo haces mal, le dije.

La gente que pasaba quedaba extrañada de ver al diablo hablar con alguien. Casi nunca abría la boca para otra cosa que no fuera cantar. Eso le daba un aire de misterio que lo convertía en un personaje reconocido en la ciudad, aunque nadie lo conociera.

Ya pasada la vergüenza, quise saber más de su vida, tal vez porque no quería llegar temprano a casa esa noche, o quizá porque sentía que el negro tenía algo que contar que podía ser de mi interés. Cualquier cosa era mejor que llegar al apartamento a discutir con Carmen. Claro, había olvidado decirlo, Carmen era mi compañera, un poco más que mi amante, pues vivíamos juntos. Era la dueña del local. Creo que no se atrevía a dejarme porque no era capaz de administrarlo sola. Según ella, nada de lo que yo proponía para atraer clientes era bueno, sin embargo terminaba aceptándolo. Yo la soportaba, me gustaba el ambiente del bar, la noche y la música. También disfrutaba haciéndole el amor.

Sigamos con el diablo. Esa noche dimos vueltas por la manzana donde quedaba el bar y me contó pedazos de su vida. Todo lo que sabía lo había aprendido en el puerto de Buenaventura. El inglés lo hablaba gracias a que había tenido numerosos trabajos en los barcos extranjeros. Había llegado al blues más por azar que por vocación. En uno de esos equipajes que no son de nadie me encontré esta guitarra, la armónica y unos cuantos discos, me contó. Yo era un muchacho ignorante y lo primero que se me ocurrió fue venderlos. Cuando se los ofrecí a un viejo conocido me dijo que no valían nada y me sugirió que aprendiera a tocarlos y bregara a ganarme la vida con eso, que a lo mejor hasta conseguiría fama y dinero para comer y tomar whiskey todos los días. Después de que pude escuchar los discos y como entendía algo de las letras, me di a la tarea de sacarle sonidos agradables al par de instrumentos para hacer mis propias versiones.

Era extraño ver al diablo contar su historia como una persona común. El misterio no estaba más que en su apariencia y en su voz al cantar esa música propia de negros.

Me quedé sin saber qué decir. Podía sentirme decepcionado, pero no tenía caso. El diablo me miraba como esperando que le pidiera más detalles de su vida. No, no tenía caso.

Habíamos llegado justo al frente del local. Un súbito sentimiento de compromiso y remordimiento me hizo pensar en lo grande que sería el diablo si pudiera tocar en un lugar diferente al pasillo de un bus. Sí, sería la estrella del local, al menos una noche.

Le dije que lo esperaba la noche siguiente con su guitarra y su armónica para que tocara en el bar que yo administraba. No hubo sorpresa, asintió levantando el sombrero. Me despedí de él con una reverencia y me alejé dando pasos cortos. Tenía que llegar al apartamento.

Carmen me esperaba despierta. Me di cuenta que estaba de buen genio porque no sentí sus dientes rechinar y la mirada de puñal al cruzar la puerta. Quería sexo. En esos momentos aceptaría todo lo que le propusiera, así que le conté entusiasmado la historia del diablo.

Abrimos a las 6:30. Empecé a sentir algo de nervios; una ansiedad por que llegara primero el diablo que algún cliente. Ya Carmen me lo había advertido, los gastos correrían por mi cuenta. En realidad lo del whisky y la comida se lo había dicho a Carmen para darle al diablo el estatus de músico de blues que merecía.

Llegó pasadas las 7:30. Llevaba el vestido impecable y se veía radiante, la noche lo favorecía, tenía aún más aire de blues. Los primeros clientes que lo vieron instalado en la silla afinando su guitarra no lo reconocieron a pesar de que seguramente los había importunado más de una vez con su voz carrasposa en alguna ruta urbana.

Empezó a cantar a las 9:00, la hora indicada. Esa noche sería la estrella, tomaría whisky y comería.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net