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Cultura  |  21 febrero de 2021  |  12:01 AM |  Escrito por: Edición web

XXXII. Notas de la peste: los extranjeros desvalidos

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Enrique Barros Vélez

Ya empezaba a anochecer cuando llegaron. Con sucesivos gritos un desamparado hombre pedía ser socorrido. Su vestimenta evidenciaba su necesidad. Vestía un pantalón corto, una camiseta deportiva y con la visera de su gorra quedaba oculto su rostro para quienes lo mirábamos desde arriba. Estaba sentado en el sardinel del frente, acompañado por una silenciosa mujer que tan solo abrazaba sus piernas ocultas bajo una enteriza bata hindú. Mientras él gritaba ella lo respaldaba con su silenciosa presencia. “Necesitamos plata, mi gente, para que nosotros y nuestros pequeños hijos no tengan que dormir en la calle esta noche, porque nosotros somos personas, como ustedes, somos humanos, mi gente, y necesitamos que ustedes nos ayuden con algo de comida que les haya sobrado porque sinceramente hoy no hemos comido nada, mi gente”. Aunque su acento lo delataba, enseguida hizo la revelación: “Y aunque somos venezolanos, no le hemos hecho nada malo a nadie, cosas malas, pero tampoco hemos podido conseguir trabajo. Y tenemos las mismas necesidades que ustedes, mi gente, y como padres de familia no queremos que nuestros hijos tengan que dormir en las calles”. La relajada actitud corporal con que solicitaba esas ayudas ―sentado y mirando hacia el frente, no hacia arriba― no contribuía a enfatizar su apremiante necesidad. Se asemejaba más a la de quien espera a que las cosas les lleguen directamente a sus manos. Algo muy distinto a quien de pie intenta convencer a los que le podrían ayudar en su urgente pedido. Sentado, su petición se escuchaba como un discurso desmotivado, aprendido de memoria, sobre algo que ocurre a diario. “No tenemos dinero para pañales, ni leche, ni una cobijita o una ropita que a ustedes les puede estar sobrando, porque no hemos podido conseguir trabajo, ni tenemos plata, mi gente, pero nos duele mucho que nuestros hijos estén aguantando hambre, que no tengan nada para comer”. La oscuridad nocturna ya era parte del entorno. “Estamos aquí porque vinimos huyendo de unas carencias muy grandes, buscando un nuevo futuro, mi gente. Pero la pandemia se nos atravesó y estamos peor que antes. Por eso necesitamos su ayuda, mi gente, lo que es poquito para ustedes es mucho para nosotros. Ayúdenos, mi gente, apóyennos con lo que puedan”.

A estos desplazados el coronavirus los hace más vulnerables, pues las medidas de confinamiento les dificulta la consecución de trabajos para garantizar su subsistencia, entre múltiples recelos, pues la crisis económica incrementó la xenofobia. La mayoría, al sentir la crisis económica y su contexto de pobreza y desempleo, piden ayudas para sobrevivir. Salieron de su país empujados por la inflación, la inseguridad o la escasez de alimentos y medicinas y por eso el gobierno nacional ha mantenido su política de acogida y flexibilidad migratoria. Pero al no poderles garantizar una renta básica se ha aliado con la cooperación internacional y, en ocasiones, los ha apoyado en especie, con alimentos. Su condición de migrantes acentúa sus vulnerabilidades, como también el nivel de ingresos y la necesidad de completarlos. Además, las restricciones que tienen para acceder al sistema de salud incrementan su desprotección. Aunque esta población no es distinta a la del conjunto de desplazados y pobres de nuestro país.

Tras un largo silencio de espera, esta pareja de desplazados recibió muy pocas ayudas. Dos o tres cosas nada más. Al parecer la cómoda actitud corporal que adoptaron mientras hacían la petición los perjudicó. O tal vez su nacionalidad. Lo cierto es que fueron muy escasas las ayudas solidarias para tan apremiante necesidad…

Diciembre 10 de 2020

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