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Cultura  |  07 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

El mejor premio

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Auria Plaza

Fue un retornar a mi viejo amor. Las horas pasadas en la cocina con mi abuela eran el mejor recuerdo de la niñez. Las mermeladas de naranja, limón, pera y ruibarbo con sus aromas, sumados a la canela y el clavo que llenaban todos los resquicios de la casa, me persiguieron. Solo que siempre estuve muy ocupada para volver. Buscando esa fragancia y el cuidado de un anciano trabajador, me salvaron.

Sin más compañía que la bebida y los recuerdos me encerré. Los días me parecían noches y noches en las que veía la luz del día. Toqué fondo. El encargado de la finca, ese viejo que me conocía desde niña, una mañana entró con balde y escoba, recogió las botellas vacías. Limpió un poco y me obligó a salir al patio. Me pidió que le ayudara a recoger unas hortalizas. Desde entonces me dedico a arañar la tierra y esa vida simple es lo más parecido a la felicidad. Enjaulé el monstruo de la depresión y el alcohol. Me cuido muy bien que ninguno de los dos me vuelva a destruir.

Empecé a vender mermeladas y antipastos caseros en el Allure Mocawa Resort. Los huéspedes elogiaban su frescura y sabor, querían comprarlos. Luego el gerente del Allure Aroma de Armenia, los comercializó en un espacio de artesanías de la región. Viendo el potencial, hice un llamado a las mujeres de la vereda. Formamos una cooperativa y estamos exportando los productos. Es un emprendimiento con mucho potencial.

Ahora, sentada en el bar reluciente, bajo las luces artificiales, me pregunto qué diablos estoy haciendo aquí. No debía haberme dejado tentar por el estúpido premio. Estaría mejor en mi sala, rodeada de libros polvorientos, del desvencijado sofá y el crujir de las tablas de los pisos de la casa. Cuando regresé a la finca me dije que arreglaría aquello. El tiempo ha ido pasando entre sembrar, recolectar y limpiar maleza. Cocinar fruta y envasarla, desde que sale el sol hasta que no queda luz.

–¿Qué va a tomar? –Una chica muy rubia, de sonrisa fingida, me pregunta en forma automática.

–Una hamburguesa con papas y ensalada.

–Yo sólo tomo la orden de las bebidas.

¿Cómo decirle que hace cinco años que no toco el alcohol? Creo que lo del bar ha sido una equivocación, pero tengo hambre y me quiero ir al cuarto lo antes posible.

–Una limonada por favor.

Es temprano, el lugar está casi vacío. De pronto me asalta esta sensación molesta de que alguien me observa. Nerviosa trato de distraerme con el celular. Me tomo la limonada con lentitud. Cuando llega la comida levanto la vista y me encuentro con la mirada de un hombre. Todo en él habla de soledad, sin embargo, no baja los ojos y con sonrisa tímida levanta la mano saludando, como si me conociera. Le respondo la sonrisa, fue un acto involuntario del que me arrepentí en el mismo instante. Ya no puedo hacer nada… él ya viene para la mesa:

–Emilia, no esperaba volver a verte.

–Usted me confunde, me llamo Sofía.

–Discúlpeme, creí que era una vieja amiga.

El desencanto que transformó su cara hizo que sintiera pena.

–No importa, ya sabe lo que dicen, tenemos un doble en cualquier parte.

–¿Me permite acompañarla? Necesito hablar con alguien. Después de esta confusión, no puedo estar solo, terminaría borracho y mañana tengo una entrevista importante.

Al observar su rostro sombrío recordé los motivos por los que vivo en el campo. Tuve la sensación de que venía de una relación amorosa conflictiva. De sólo pensar que alguien pudiera perder una oportunidad por culpa del alcohol me da escalofrío. Me veía en la oficina, con una resaca que no me dejaba pensar con claridad. La ejecutiva que necesitaba ser asertiva para resolver problemas, no podía solucionar situaciones creadas por su irresponsabilidad.

Con un ademán le indiqué que se sentara.

–Es extraño, desde mi mesa era Emilia. El parecido es increíble excepto por los ojos. Los de ella eran color ámbar muy expresivos, siempre chispeantes y alegres. En cambio, los suyos son avellanas y un pozo profundo…

–…debió ser alguien importante para usted –le interrumpo molesta por el comentario.

–La amaba, pero mi oficio me absorbía por completo. Ella quejándose de mi falta de ternura e indiferencia, quería vida social: bailar, salir a cenar, viajar. Yo no podía. Estaba dedicado por completo a mi novela. La editorial me exigía, tenía un plazo límite. Cuando el libro fue publicado le pedí que me acompañara al lanzamiento. Estuvimos viajando por distintas ciudades. Al principio se veía feliz, le encantaba el ambiente artístico, las salidas por la noche. Se fue cansando y yo, cada día más enamorado, no me daba cuenta. Empezamos a pelear por todo y por nada, hasta que un buen día se fue. Así nada más. Dejó un vacío enorme en mi vida. La busqué. No se puede encontrar a quien quiere estar desaparecido –Sacó la billetera y, de ella, la foto de una mujer.

–Sí, tiene un parecido. Es muy bella, yo nunca lo he sido.

Él sigue desgranando su historia, como quien se confiesa. Me limito a escucharlo. El bar se ha ido atiborrando. El silencio de antes ha sido reemplazado por voces de distintos matices. La mesera rubia se ha marchado, la releva un chico muy guapo que nos mira de vez en cuando, esperando ser llamado. Nos interrumpen personas que pasan y saludan al escritor; éste contesta con educación mezclada con indiferencia. Sigue su relato. El tono ha cambiado, como si de repente la historia perteneciera a otro. Su tristeza se ha esfumado, se nota que se ha puesto la máscara. Deja de revivir el abandono, decide darle otro rumbo a la conversación.

–Es curioso, nunca le había contado todo esto a nadie. Debo estar aburriéndola.

–No es eso, lo único molesto es que usted llama mucho la atención, debe ser alguien famoso o en realidad este pueblo es muy chico.

–¿De verdad, no sabe quién soy?

–No soy de aquí.

–En fin, no importa, quizás es mejor –suspira aliviado–. Hablemos de usted ¿De dónde viene, a qué se dedica? ¿Se hospeda en el Mokawa?

–¿No le parece que son muchas preguntas?

El novelista se queda callado, se gana la vida con palabras, no obstante, esta vez no sabe qué decir. Me mira, está desconcertado.

–Vine por un compromiso. Lo que me recuerda que me tengo que levantar temprano –Con un ademán llama al mesero.

–¡Yo invito! Es lo menos que puedo hacer después de darle tanta lata. ¿Nos podemos volver a ver?

–Imposible. Ya le dije, no soy de aquí. Buenas noches –poniéndome de pie le extendí la mano–. Gracias por la invitación y la plática, también alguna vez estuve enamorada.

Me alejé despacio. Hice un esfuerzo para lucir calmada. La confidencia del escritor me hizo recordar mi infierno.

«Fue un amor desmesurado que me cambió la vida. Era un hombre seductor, complejo e irresponsable. Todavía no entiendo cómo me dejé atrapar por esa telaraña tóxica de tormenta y fuego. Me he preguntado tantas veces ¿cuál fue el embrujo que ejerció sobre mi alma? Cuando me abandonó, el dolor era como si me arrancaran la piel a latigazos, mi corazón igual a la espalda de un esclavo azotado sin misericordia. Tomaba todas las noches para olvidar y descuidé por completo el trabajo. Nada me importaba. Perdí el empleo y me refugié en el campo. La finca la había heredado de mis abuelos. Podía haberla vendido, sin embargo, a pesar de que nunca iba, un sentimiento de apego me hizo conservarla. Le pagaba a un hombre que siempre estuvo allí para cuidarla. Esa fue mi salvación. Pensaba enterrar mi vida allí»

No puedo dormir, no estoy segura si hice bien en venir; mañana mismo, después de recibir el premio, me regreso. Cuando me llamaron para decirme que, por mi proyecto con las mujeres de la vereda, me habían nominado para la mujer Comfenalco del año, me sentí obligada con el gerente del hotel que me apoyó para que mis mermeladas y antipastos fueran un éxito y el compromiso con las mujeres en cuyo nombre recibiré el homenaje. La ciudad no es lo mío, estoy feliz en el campo.

El universo de lo absurdo hizo que lo cotidiano me salvara y, encontrarme en un lugar, a donde pensaba no volvería, con una historia que me hizo recordar la mía, enterrada en el socavón del olvido, rescatada para descubrir que ya no me lastima y que puedo estar en un bar sin sentir el deseo apremiante de beber. Soy una mujer nueva: ese es el mejor premio.

El Caimo, marzo 2021

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