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Cultura  |  08 marzo de 2021  |  12:32 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Feminismos y ciertos órganos

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Un texto de Nancy Ayala Tamayo.

Leí unos artículos de la escritora Úrsula K. LeGuin que hacen referencia a las mujeres (y a los hombres también). Uno de ellos, el uso de tacones altos. Esto a propósito de un programa de televisión de baile, en el cual la pareja mujer realizaba su danza encaramada en unos tacones altísimos, dando golpes firmes, cargando su peso una y otra vez sobre la planta del pie. “Al ver esto me estremecí, como la sirenita al caminar sobre cuchillos”. De manera similar ocurre con las zapatillas de punta de las bailarinas de ballet, quienes así pueden recargar todo el peso de su cuerpo sobre la punta de sus pies.

Enseguida K. LeGuin se traslada a la práctica China, donde las mujeres rompían los huesos de los pies de sus hijas y les vendaban los dedos contra la planta para crear una pequeña bola inútil y dolorosa de carne, que apestaba al pus y el sudor atrapados en las vendas y los pliegues de la piel: el pie de loto, algo que era, se dice, sexualmente atractivo para los hombres pues aumentaba la apariencia de estar en edad de casarse y por tanto el valor social de la mujer. Pero, se pregunta, ¿por qué ha de ser sexualmente atractivo un pie así deformado? ¿Acaso a las mujeres les sucede con respecto a los hombres?

Ahora quien se estremece soy yo al recordar que estas prácticas sociales –no artísticas en el caso del baile pues son exigidas solo a las mujeres- aplicables a las mujeres en general, deforman sus pies, fracturan sus dedos, dañan sus articulaciones, generan dolores crónicos. Claro que mujeres y hombres asisten a los espectáculos de baile, pero es la “sensualidad” del movimiento con tacones y la “delicadeza” de movimiento de los pies deformados de la bailarina lo que convoca a los varones; aunque las mujeres que los acompañan tal vez piensan igual.

Para el caso de los pies de loto en China, según una perspectiva sado-masoquista, el placer sexual también se alcanza con la crueldad y el dolor. Puede ser cierto que ese muñón putrefacto, al ser acariciado por un hombre le genere una erección. En este punto K. LeGuin se pregunta si despertar placer sexual con el dolor y la crueldad es mejor que no sentir placer alguno. Y con ella me pregunto: ¿Mejor para quien? ¿Qué es lo erótico? ¿Es acaso lo erótico la totalidad de nuestro ser? Pienso en tantas prácticas de crueldad asociadas a lo que ya me parece el eufemismo “La Violencia” en nuestro país y me pregunto de nuevo: ¿cuántas erecciones alcanzarán los hombres que incurren en estas prácticas por acción u omisión? ¿Cuántas, aquellos que las buscan y las encuentran en una pantalla de televisión, del computador o del celular? En medio de estas acciones, de estas omisiones, de estos encuentros, ¿acaso no han encontrado un espacio para piedad?

Otra de las referencias que hace LeGuin tiene que ver con que, desde hace algún tiempo y coincidente con el movimiento feminista, las mujeres hemos elevado la voz, hemos armado líos, hemos chillado, dado alaridos…en la literatura, en la música, en las artes escénicas, en la ciencia, en la política, en el espacio público; en fin, hemos cogido el micrófono y hemos gritado. Sí. Es nuestra voz; es nuestro tono de voz. Lo que me llevó a otras lecturas.

Por ejemplo esta de la BBC de Londres 2018, con el siguiente titular:”Las asombrosas razones por las que la voz de las mujeres es cada vez más grave”

Según este artículo, “las mujeres han ido ganando poder frente a los hombres y, una de las estrategias, ha sido conseguir un tono de voz cada vez más parecido al de ellos. Incluso desde la ciencia –que se manipula para lo bueno y para lo malo- se han alcanzado a evidenciar disminuciones promedio de 23 herzios durante cinco décadas en la ‘frecuencia fundamental’ de la voz de las mujeres que fueron objeto de la investigación”. Como quien dice, para ganar espacios de igualdad frente a los hombres, las mujeres han tenido que parecerse a ellos, buscando un tono de voz más grave, más profundo, porque un tono así genera la impresión de mayor autoridad y dominio en el lugar de trabajo. Y como los grandes ejemplos no faltan, señalan que Margaret Thatcher contrató un modulador de voz para ayudarla a sonar más autoritaria, bajando su tono de voz en 60 herzios.

El artículo también señala las ‘desventajas’: "Si bien los tonos de voces más graves y bajos -y otras conductas asertivas en general- reafirman el poder y la autoridad en las mujeres, como en los hombres, también podrían tener un efecto involuntario ya que estas mujeres tienden a no caer bien", apuntando a investigaciones que muestran que una voz más profunda se considera sexualmente menos atractiva y menos agradable, por ejemplo.

Vuelvo a la ciencia. “La laringe es el órgano sexual más importante del ser humano”, dice Emma Rodero, investigadora de la voz y profesora de la Universidad Pompeu Fabra. “La razón es que la voz de cada persona es única e insustituible. La voz es imposible de cambiar porque tiene que ver con el grosor y la longitud de las cuerdas vocales”. Así, cuanto más finas y cortas sean las cuerdas vocales, más femenina será la voz. Y cuanto más gruesas y largas más grave y masculina sonará.

Ah, quienes hablan en nombre de la ciencia, digo yo. Al fin qué: ¿se puede o no cambiar la voz? Entre tanto, regreso a Úrsula K. Leguin: “Lo nuestro es “hacer ruidos femeninos, chillar y dar alaridos y ser estridente, todas esas cosas que le molestan a la gente con cuerdas vocales más largas. Otro caso en que la longitud del órgano parece importar tanto a los hombres”.

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