En mi niñez y juventud, época de los años 1948 a 1965, vivía en las veredas La Granja, Finca La Granja del municipio de Génova y en la vereda Santo Domingo, Finca La Esperanza del municipio de Calarcá, en el Quindío. En ese tiempo, como en las veredas no existía el servicio de energía eléctrica, en las horas de la noche utilizábamos linternas con pilas ¨eveready¨ o la luz de la luna.

Los vecinos anunciaban visita para después del trabajo, preferentemente en las noches de luna llena. Nosotros nos preparábamos con ayuda de nuestros padres tanto para limpiar los caminos, como para armar los juegos: escondite, la lleva, la sortijita, brinca la cuerda, el balero, columpios en los árboles y algunas veces jugábamos la deslizadora utilizando cartones. También había una pequeña sesión de cuentos donde compartíamos una deliciosa merienda.

El juego preferido era “brinca la cuerda”; nos divertíamos mucho, porque en éste tiempo no se conocía el blue-jean, las niñas, señoritas y señoras usaban bata o falda que al brincar la cuerda, dejaban ver los ¨cucos¨… fascinante atractivo para nosotros los muchachos.

Cuando nos trasladábamos de una finca a otra nos equipábamos de linternas, lazos, cuerdas y un pequeño botiquín, donde no faltaba el merthiolate, esparadrapo y algodón, porque casi siempre alguien resultaba lesionado. Por suerte contábamos con un sobandero, porque no había centros de salud ni hospitales cercanos y el transporte para ir al pueblo era nulo. Nos teníamos que transportar a caballo o bicicletas tipo caja agraria.

Los juegos se extendían hasta más o menos las 10:00 p.m. esto dependía de la cercanía de una finca a otra, pues al día siguiente había que madrugar a las labores del campo. El día favorito para los encuentros era el sábado.

Para terminar mi historia, estos encuentros generalmente originaban noviazgos o historias de amor cuyo final no siempre fue el mejor.