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Cultura  |  02 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

CUENTO DEL DOMINGO: Cosas del amor

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Auria Plaza

La sala se encuentra iluminada escasamente por un par de lámparas, una ubicada en una mesita de madera noble bellamente tallada, encima de la cual también hay un radio Phillips holandés original de 1930, que por el sonido tan nítido que se expande por toda la habitación no corresponde a su antigüedad. La otra lámpara en la mesa lateral del sillón contemporáneo y en cuyo amplio chaise longue descansa una mujer.

Erina Fuentemayor se levanta y se dirige al bar que está al fondo de la habitación. Se ve que la conoce muy bien pues lo hace sin titubeos. Se sirve una copa de vino y, antes de volver al sitio donde estaba, se detiene en el radio y busca la estación en la que sabe pasarán música romántica. La sala amplia minimalista, decorada con una mezcla de deco y moderno, grita dinero y buen gusto.

Bebe la mitad del vino y deja la copa en la mesa. La mujer, con un vestido de lana gris de corte impecable, se ve como una flor hermosa que languidece. Le da vueltas al anillo de matrimonio con gesto desmayado, pensando qué estará haciendo Alberto, su marido, en ese momento. El aro de platino, con pequeños diamantes incrustados alrededor, baila en su dedo anular. Empieza a susurrar acompañando la voz de la radio: “Amiga tengo el corazón herido/El hombre que yo quiero se me

va”. La letra de la canción es su historia en este momento, pero a diferencia de Ana Gabriel ella no tiene a quién contársela. Sigue cantando bajito “Su indiferencia/La siento por las noches/Rechaza mi presencia”. La expresión de su rostro es de tristeza.

Cuando se conocieron era un hombre muy entusiasta, a los seis meses le propuso matrimonio. Llevan diez años de casados y, si bien sospechó de sus aventuras casuales, nunca le hizo reclamos. Sabía que no tenían ningún significado. «Ahora es distinto, nada es como antes. Ya no salimos a bailar, al cine, y desde hace dos meses ni siquiera escapadas de fin de semana. Ha dejado de ser el marido amoroso y detallista. Llega tarde en las noches; yo me hago la dormida para ahorrarle las

excusas y acepto a la hora del desayuno sus explicaciones. Cada día el distanciamiento aumenta. Ahora en las mañanas está de prisa, casi nunca hablamos» Interrumpe sus pensamientos para prestarle atención a Vicky Carr: “Amiga mientras queda una esperanza/Tú tienes que luchar por ese amor/Si él es el hombre de tu vida/No te des nunca por vencida/Que vale todo si se lucha por

amor” «Por eso estoy esperando que llegue. Mi nerviosismo aumenta por momentos, sin embargo, estoy dispuesta a enfrentarlo. Me aterroriza el descubrimiento que seguramente haré y que, por cobardía, he postergado durante mucho tiempo» Vuelve al bar, se llena la copa, el anillo se escurre y queda arriba de la pulida superficie, pasea nerviosa y sus pies descalzos se hunden en la mullida alfombra «¿Será que encuentra mi piel envejecida y ya no le dice nada? Recuerdo que cuando le mencioné la diferencia de edades el único comentario fue que ni siquiera se había dado cuenta».

Alberto entra procurando no hacer ruido. Es muy tarde y está muy cansado. Camina con lentitud desatándose la corbata al mismo tiempo. Escucha la música y va hasta el radio para apagarlo, de pronto se da cuenta de la presencia de su mujer:

–¿Querida –le pregunta acercándose– qué haces levantada a estas horas? –le da un beso en la mejilla y se queda un momento aspirando el suave olor de mandarina y jazmines de su cuello.

–Te esperaba, necesitamos hablar. ¿Te sirvo un vino, o prefieres whisky? –le dijo mientras regresaba al bar, él la sigue.

–Humm… Vamos a tener una noche larga. Te propongo que me dejes ir a dar un baño y ponerme cómodo. Siento que llevo esta ropa hace tres días. Mientras tanto, por favor, prepara algo de picar.

En el gran espejo que hay en la pared, iluminado por la luz tenue empotrada en el techo, puede verse a sí misma. Es alta, esbelta y hacen buena pareja. Se sorprende del reflejo que le devuelve de su marido. Cuán distintos son su porte y la expresión de su rostro comparados con los de hace unos meses. Busca sus ojos, están apagados. Perdió la sonrisa amplia y contagiosa. El aire despreocupado de cuando lo conoció.

–Sí. Me parece buena idea.

Al cabo de diez minutos, duchado y con un pijama de algodón azul, que lo hace muy varonil, Alberto se pasea con un vaso de whisky en la mano. «Mi querida Erina –piensa–. ¡Hemos sido tan felices! No sé cómo vas a reaccionar. ¡No quiero perderte!». En ese instante entra ella haciendo malabares; trae una tabla de quesos y una bandeja con platicos varios. Él corre a ayudarla.

–Espero que sea suficiente –dice ella, dejando todo en la mesa de centro. Se sientan y empiezan a comer.

La atmósfera se hace cada vez más extraña, ambos sumidos en un enigmático mutismo. Alberto se dice que lo mejor es esperar a que Erina empiece la conversación. Ella es la que había pedido hablar.

Un delicioso olor a jamón serrano, queso azul y manchego; la mezcla de aceite de oliva con vinagre balsámico invade el ambiente. Los platicos contienen champiñones, aceitunas, nueces, tomates cherry. También en la bandeja hay distintas clases de galletas.

–No pensé que estuviera tan hambriento. ¡Gracias! Está muy rico. En cambio, tú no has probado bocado. ¡Mira! –Dijo Alberto mostrando en la palma de su mano el anillo de Erina– Lo encontré en el bar ¿qué hacía allí?

–Se me debió caer. Me queda grande.

–Bueno, hay que llevarlo al joyero para que lo arregle.

–No creo que eso importe mucho ahora ¿No? El matrimonio también me quedó grande.

–¿De qué estás hablando? ¡No entiendo!

–Me rehúyes. Sé que teníamos un acuerdo de que, si alguno de los dos quería tener una aventura, mientras nos amáramos, no nos lo reprocharíamos ni haríamos preguntas. Sin embargo, esto es distinto. Te siento alejado y no soporto la idea de que pases todas las noches con otra mujer.

–¡¿De qué hablas!? ¿De dónde sacas esas ideas?

–Tus llegadas tarde y tus prisas en la mañana para evitarme.

–¡Perdóname! No te quería preocupar. ¡Por Dios! No existe otra mujer. Si alguien dudaba en este matrimonio eras tú. Tan independiente, con una vida sexual activa y sin compromisos. Defendías tu libertad y pensabas que el matrimonio te podía enjaular. Te amé en aquel tiempo y te amaré siempre.

–Entonces… ¿Por qué tus ausencias? Llamas o lo hace tu secretaria para avisar que no vendrás a cenar. Llegas tarde en la noche. Llevamos dos meses sin hablarnos, casi sin vernos.

–Creo que necesitamos otra copa –dice Alberto levantándose–, y de paso apagar ese radio. Tenemos que hablar de algo muy serio y que nos afectará terriblemente. Pero antes déjame ponerte el anillo –Le toma la mano casi con reverencia–, por ahora en el dedo del corazón hasta que lo ajusten.

Erina sintió tal alivio que pensó «lo que me tenga que contar, no importa. Estoy preparada para lo peor, siempre y cuando estemos juntos»

Alberto regresando al lado de su esposa le dice:

–Hace un año el gobierno estableció unas medidas económicas que han afectado la compañía seriamente. Traté de sortear el temporal y lo único que conseguí fue hundirme más. Como gerente general de la empresa y socio principal es mi responsabilidad buscar salida a este descalabro financiero en el que estamos abocados. Los últimos meses me los he pasado de reunión en reunión con los dirigentes del sindicato y los gerentes, tratando de evitar el despido masivo, el cierre de la fábrica y los almacenes. No hemos encontrado ningún recurso local. Los bancos están demandando el pago de las deudas…

–…¿Por qué no me lo contaste? –Interrumpió Erina, con tono dolido– No sé de finanzas, pero al menos te hubiera dado apoyo –Su corazón daba saltos y el pulso se le aceleró con la alegría de saber que la seguía amando–. «Todo lo que me había imaginado era eso, producto de mi mente febril, del miedo a perderlo. ¿Por qué no había confiado en él? ¿Por qué no había confiado él en mí? Lo mío era ese bicho inmundo de los celos, lo sé, pero…» Alberto le respondió con voz cálida:

–…No quería que te preocuparas. –Esto va a afectarte directamente, estamos arruinados. Ya no podré ayudar a la Fundación a tu cargo. Sin el apoyo de la compañía volverán a depender de los aportes ciudadanos. Además, en nuestra vida particular, tendremos que reducir gastos. Vender algunos bienes, tal vez este apartamento.

–Todo lo que me dices es grave, en especial los despidos, un montón de gente que se va a ver de la noche a la mañana sin trabajo. Por mí no te preocupes, lo importante es que estemos unidos.

–Me alegra que digas eso. Tenemos una oferta de compra por parte de una corporación multinacional que se haría cargo de las obligaciones con los bancos y los proveedores; se está estudiando la legalidad de la operación y que no sea una liquidadora. Mi principal interés es que los obreros no salgan afectados. Pero yo tendré que empezar de cero…

–¡Nada de eso importa! –hay tanta calma en la voz de ella–. Somos luchadores y nos recuperaremos. Podría decirse que es una aventura a emprender juntos –dice acariciando amorosamente las manos de su marido.

Alberto la mira, sus ojos han recobrado el brillo, le toma el rostro en sus manos y la besa largamente. No dicen nada, abrazados disfrutan de la calma después de la terrible prueba por la que ambos han atravesado. Luego las palabras se atropellan llenas de un fuego renacido de la pasión, diríase que hablan una cosa y piensan otra.

–Te amo y te amaré hasta el fin de los tiempos –dice Erina–. La garganta se cierra de angustia con solo recordar que, hace apenas media hora, sentía que estaba perdiendo a su marido.

–¡Y yo a ti! –Exclama Alberto– Me enamoré desde el primer día en que te vi y te sigo amando igual. No existe ni existirá otra mujer…

–Ven, vamos a descansar –le interrumpe Erina–. Pero antes, tienes que prometerme que nunca habrá más secretos entre los dos. Sé que lo que ha ocurrido son cosas del amor. Tú no querías preocuparme y yo no quería preguntar por miedo a la respuesta, eso significa que nos amamos.

El Caimo. Abril 2021

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