Por James Padilla Mottoa

No termina de entenderse cómo un gobierno con un mínimo de favorabilidad, con un aviso tan contundente como el de las jornadas de noviembre de 2019, haya originado este caos que hoy sacude gravemente los cimientos del país.

O ha existido un menosprecio absoluto del pueblo y sus intereses, o estamos ante unos actos de suma torpeza, algo inconcebible para un régimen presidido por el hombre que llegó como el elegido por Álvaro Uribe Vélez en su afán de mantener controlados los hilos del poder.

El detonante ha sido ahora el proyecto perverso de la reforma tributaria, pero hay mucho más: varios despropósitos que han originado este estallido de una ira contenida por mucho tiempo.

La manera como se ha abusado del poder para menguar los derechos individuales, el menoscabo de la justicia con un fiscal de bolsillo, llevado a tan elevado cargo para favorecer descaradamente los negocios de los integrantes y la amigos del gobierno; la manera como se ha manipulado la elección de los titulares en la procuraduría, la contraloría y demás ías, amén de la reforma a la salud que está en trámite en un Congreso, carente de toda la confianza por las dádivas que reciben sus miembro para la aprobación de los proyectos del ejecutivo, han sido el combustible para encender esta situación que parece habérsele salido de las manos a los organizadores del gran paro nacional.

La protesta masiva es un paso que se tenía que dar para mitigar momentáneamente tanta ignominia contra un pueblo cada vez más pobre y sin oportunidades; pero infortunadamente la protesta degeneró en violencia y desmanes que van en contra del mismo pueblo.

¿Cómo se podrá explicar que quienes protestan por los atropellos que diariamente sufren las clases menos favorecidas, promuevan los actos que más daño y dolor están causando a esas mismas gentes que están al borde de la desesperación?

Bloqueos de vías para impedir el abastecimiento de los bienes más esenciales y el paso libre de insumos médicos y personal de la salud, son manifestaciones de los que desean lesionar más aún las ya deterioradas estructuras de la sociedad colombiana. Esto nos está indicando que hay otras fuerzas oscuras, empeñadas en desvirtuar la protesta ciudadana.

Tienen los dirigentes del paro la obligación inmediata de descubrir los ejércitos de bandidos que nos están llenando de angustia y desolación, denunciar claramente a quienes son sus patrocinadores con el único propósito de enfrentar al pueblo que se halla en la justa manifestación de la rabia acumulada en años y años de oprobios por parte del régimen que ha gobernado en favor de las minorías de la élite.

Lo más preocupante es que sabemos cuándo empezó el incendio, pero no sabemos cuándo podremos sofocarlo. El supuesto retiro del proyecto de reforma tributaria y la renuncia de su autor Alberto Carrasquilla, no son suficientes. Mientras en las calles pasa lo que pasa, en el Congreso, los llamados padres de la patria, andan afanados por aprobarle al gobierno el proyecto de Ley 010, o reforman de la salud, tanto o más perverso que el fracasado intento del exministro de Hacienda.

Ahora las exigencias son todas; cambio del actual sistema políticos que le permita al pueblo el verdadero ejercicio del poder, como tiene que ser dentro de una auténtica democracia.

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