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Editorial  |  31 mayo de 2021  |  12:00 AM

Turismo de la pos pandemia

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En todo el mundo se está empezando a reactivar el turismo, arrancando por la promoción a los propios nacionales de las bellezas paisajísticas y las comodidades de hoteles y parques temáticos. Y Colombia no puede ser la excepción.

El Quindío debe prepararse para que lo que no ha podido ser aún: aprovechar las nuevas obras del túnel de La Línea, como un atractivo especial. Y para ello, debería de promocionar el Alto de La Línea, como el sitio de La Nieve del Almirante, la maravillosa obra del escritor colombiano Álvaro Mutis.

No nos queda la menor duda que Álvaro Mutis tuvo en su mente clavada las estribaciones de la cordillera Central y específicamente aquellos parajes de la jurisdicción del Departamento del Quindío cuando narró las aventuras de Magroll el Gaviero en su novela La Nieve del Almirante.

Sentado en un banco en la placita de la catedral del mítico Barrio Gótico de Barcelona, con el rumor del Mediterráneo a sus espaldas, Mutis nos cuenta las peripecias de su nostálgico personaje en tierras de Sudamérica, la travesía de un gran río para llegar a un aserradero, pero teniendo como referencia una tienda ubicada en el páramo que tiene por nombre La Nieve del Almirante y donde vive la entrañable amiga del Gaviero, Flor Estévez.

Esa tienda, según toda la descripción, es la misma que está ubicada en el Alto de La Línea, por donde seguramente pasó muchas veces Mutis en sus viajes entre Manizales y la finca de Coello, fundada por su abuelo materno y dedicada a cultivos de café y caña. Sobre este rincón del Tolima, Coello, mutis dijo: “Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis temores y mis dichas”. Como García Márquez con Aracataca.

Los siguientes párrafos recortados denuncian claramente el lugar de La Línea: “...la niebla cruzaba la carretera, humedecía el asfalto que brillaba como un metal imprevisto, e iba a perderse entre los grandes árboles de tronco liso y gris...”. “...los conductores de los grandes camiones se detenían allí a tomar una taza de café o un trago de aguardiente para contrarrestar el frío del páramo...” “...viajamos toda la noche. Al madrugar, en medio de una niebla tan espesa que casi imposibilita la marcha...”. “...el camión empezó el descenso. Un olor a asbesto quemado denunciaba el trabajo incesante de los frenos...”.

Además, Mutis describe en el libro la mina abandonada de Cocora, que tiene una similitud con la de Salento. Esa mina aparece, además, en la mayoría de los textos antiguos sobre el Camino Nacional, Paso del Quindío.

Así como Gabriel García Márquez se ocupa en sus “Doce Cuentos Peregrinos” de una mujer que se alquila para soñar y que nació en el municipio de Circasia, en los “riscos del Quindío”, Mutis evoca los hermosos parajes del páramo en el cruce de La Línea, al que tan acostumbrado estamos los quindianos que viajamos por esta hermosa ruta.

Pero, de nada sirve tener esa referencia ahí en el libro. Lo que intentamos decir es que aquí, en esta novela de Mutis, hay otro motivo turístico para el Quindío, y en este caso específico para Calarcá. Subir por la carretera hasta el Alto de La Línea y ofrecer allí una rica vianda y una pequeña caminata es un atractivo turístico para cualquier visitante anhelante de montaña. Y se puede hacer, a través de La Nieve del Almirante, que deber ser el nombre que, en adelante, y en homenaje a Mutis, debe llevar esa tienda de La Línea.

El turismo también se hace de pequeñas cosas que navegan en las páginas de nuestra literatura, pero que necesitan un doliente, que debería de ser Invías, a través de su propio director Juan Esteban Gil, un enamorado de esa ruta y del Quindío. Invías debería de acoger una idea de esta naturaleza, como parte del proyecto Cruce de la Cordillera Central, como también incentivar el uso del antiguo nombre de esa cordillera: Los Andes del Quindío.

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