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Cultura  |  18 febrero de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Libaniel, militante de la cultura y la bohemia

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Por Juan Felipe Gómez

A la par de su ejercicio musical, Libaniel Marulanda (Calarcá, 1947) ha desarrollado una obra literaria enfocada en el cuento, género en el que se ha destacado con piezas merecedoras de diferentes reconocimientos a nivel nacional. Su narrativa breve ha sido recogida en los libros La luna ladra en Marcelia (1995) y Al son que me canten cuento (2007). En los últimos años, Libaniel también ha incursionado en la crónica y el comentario musical, con textos que dan cuenta del devenir de la música popular en el Eje Cafetero, y visibilizando el trabajo de hombres y mujeres de la región dedicados a los diferentes oficios del quehacer musical. En 2016 apareció en la colección de la Biblioteca de Autores la compilación Momentos memorables de militancia musical, libro que puede leerse como la antología de aficiones, camaraderías, amores, nostalgias y críticas −diatribas− de un militante, no solo de la música, sino de la vida cultural y la bohemia.

 

Conversamos con Libaniel sobre las diferentes facetas de su oficio creativo y cultural: 

 

- ¿Qué ha significado en su vida la militancia musical?

Comencé a tocar el acordeón justo al cumplir 15 años porque fue un anhelado regalo. Recorrí el camino habitual de los músicos de Armenia en aquel entonces: tocar sin mirar más allá de la repetición de aquello que sonaba en la radio.

Cuando saqué la cédula, en Bogotá, de manera coincidente me vinculé a un grupo de teatro que, a su vez, era un apéndice cultural de un naciente movimiento de izquierda: el MOIR. Eran los años setenta, los años del tropel universitario, de la revolución. Conviene agregar que ahora soy independiente.

 Fue mediante esa vinculación al teatro que comencé a sentir la necesidad de crear, al tiempo que me hice un trabajador del arte. Desde entonces abracé el arte popular y la cultura del compromiso social.

Ahora, cuando estoy en la antesala del final de eso que llamamos el tránsito vital, más que nunca, pienso que, si en algo he cumplido con mi gente, si lo realizado sirve un poco, todo lo hice en virtud de esa interacción artística, esa militancia musical que me permitió ganarme el derecho a ocupar un lugar bajo el sol.

- ¿Cuál ha sido el momento de militancia musical más memorable?

Hacer música, ser músico, vivir ese mundo que comienza con la puesta del sol, es una cantera inagotable de material para el Arte y la Literatura. Cada noche para un músico trae su anécdota bajo el brazo y por eso mi eterno rollo narrativo es la música y los habitantes de la noctámbula bohemia.

Sin embargo, creo que uno de los momentos en que me he sentido más músico, más militante, fue el mediodía de un primero de mayo en los años setenta, cuando las centrales obreras y los partidos de izquierda hicieron una tregua en su rutina caníbal y pusieron en el horizonte una efímera y hermosa unidad de lucha social.

Fue una manifestación de euforia y esperanza que se agrupó en la Plaza de Santamaría en Bogotá. Toda la dirigencia sindical y los líderes políticos ocuparon una altísima tarima, armada con andamios de albañilería, y ahí, con ellos, estábamos el guitarrista Gustavo Martínez Arias (fundador de El Son del Pueblo); Alejandro Gómez, un ícono musical del Partido Comunista, acordeonista, famoso por la canción ¡Cuba Sí, Yankis No! ; y yo.

Con miles de manifestantes tocamos y cantamos entonces “La Internacional”, entre mal reprimidas lágrimas de un fervor que sabemos vivir en toda su magnitud quienes amamos la música y sabemos que al tocar, y cantar, estamos tendiendo puentes, avivando sueños.

 

- ¿Cómo ve el panorama de la crítica y la crónica musical en Colombia, y en particular en el Eje Cafetero?

El panorama de la crítica, si es que existe algo que merezca llamarse así, no la veo. Además, hay un agravante y es que los medios impresos y virtuales sólo hacen reseñas que tienen más de payola y publinotas que de reflexiones serias.

Existe además una estrechez de conceptos y, en últimas, una clara y osada ignorancia. En cuanto a crónica musical… Mejor, ¡deje así, deje así!

Veamos esto de la siguiente manera: Si usted es crítico culinario o de lo que sea, creo que la condición mínima para fungir de crítico es tener conocimiento de cómo se hace lo que se critica: hay que saber cocinar, por lo menos… ¿o no?

Si se es crítico literario hay que saber cómo se escribe y cómo no se escribe. Pero en esto de la música sucede que a los pobres músicos nos juzgan personas que no saben qué carajos es una escala cromática, una tonalidad, un acorde, por ejemplo. Y para rematar, en nuestro ordenamiento económico, la música está preconcebida en términos de mercadeo. Mire no más algo tan humillante y despersonalizador como el aplaudido “Yo me llamo” de la televisión.

La crítica musical hace mucha falta en los medios y la deben hacer quienes tienen conocimiento, pero, ¿qué pasa si usted es músico y critica? Hombre, ahí mismo le cuelgan el cartelito de envidioso, disociador, enemigo del arte regional, y del progreso o la tradición o el folclor.

 

- ¿Qué influencias y referentes han nutrido su quehacer como cronista musical?

Aquellos que me conocen están enterados de mi pobre o nula formación académica. Y ahí podría señalar dos cosas: Que soy un bobo con suerte y que la virgen sólo se les aparece a los bobos.

El ser autodidacta tiene la salvedad de que nadie puede cargar con el peso de haber sido maestro y, en consecuencia, forjador de las estupideces que hace su alumno.

Concibo la militancia artística como la posibilidad de obtener de la práctica social las herramientas que me atrevo a calificar de teóricas, para percibir, analizar y ejercer la crítica de una creación, en este caso de la música.

Por último, creo que he recibido en lo musical la influencia de colectivos históricos como la Sonora Matancera, los poetas del tango y la época de oro de los tríos y, desde luego, la música vallenata, pese a que es tan vilipendiada por los intelectuales, a menos que se cite a García Márquez o Daniel Samper Pizano.

 

- ¿Cómo ve el presente y el futuro de los ritmos tradicionales de la música colombiana? ¿Estarán condenados a la “ineditez” o a “perder la virginidad solo de festival en festival”, como menciona en una de sus crónicas?

Creo tener una buena memoria para afirmar que el último bambuco que tuvo una aceptación nacional fue “A quién engañas abuelo” de Arnulfo Briceño, aunque ese lugar lo puede disputar “Ricardo Semillas”, de nuestro paisano Nelson Osorio Marín. Los dos entraron a la historia en los convulsos años setenta, de la mano de las ideas que sabemos (y anhelamos).

Qué quiero decir con esto: que cada día que pasa reafirma mi convicción de que los bambucos seguirán en la “ineditez” o una desfloración efímera, que nace y muere de festival en festival, entre cosas, además, porque a la radio y a esta ubérrima patria le importan un culo las músicas que no sean prepagas o impuestas por la economía de mercado. Dicho de ñapa: la música de aquí no sonará mientras no se someta a un proceso de “malumanización”.

 

 -A propósito de festivales y eventos musicales, ¿qué apreciación tiene de los que se realizan en la región?

Para uno, que pasea por la orilla del frente, el arte significa, ante todo, avance. Y no puede haber avance sin ruptura. Ya lo escribí antes: El arte debe fluir con el ímpetu de río en invierno y no debe empozarse como laguna.

Nuestros festivales reflejan exacto lo contrario a lo expresado. Son conservadores en extremo y, además, tienden a pauperizarse. Que me perdone el venerable compositor de la canción que ganó el premio en la categoría de inédita, en el último Concurso Nacional de duetos Hermanos Moncada. Lo invito a que lea su letra. Y me pregunto: ¿Si esa fue la mejor…?

 

- Ha asimilado usted muy bien la diatriba como una forma de expresión, ¿cómo la concibe y qué tan importante ha sido en su oficio de escritor?

Vivo la escritura de las diatribas como una verdadera catarsis, donde, además, puedo gozarme la ironía, el humor a lo quindiano. En mi “vanidoteca” tienen asiento VIP algunas diatribas como la que escribí contra la música del despecho, contra la minificción o contra el público. Estoy en deuda conmigo mismo, porque quiero escribir una autodiatriba, y debe ser antes de que le devuelva mi cédula a la Registraduría.

 

- ¿Qué balance hace en este momento de la trayectoria de Los muchachos de antes?

Si miro con objetividad los cuarenta y dos años del grupo que fundamos en Bogotá, y luego en el 92 trajimos para el Quindío, podría confesar que ha sido la muchacha gorda y fea que la sociedad del espectáculo nunca quiso sacar a bailar. En un delirio de vanidad y autocomplacencia, me atrevo a asegurarle que hemos sido tan buenos como tantos y mejores que muchos. Pero, igual que la muchacha del baile, a los pobres y a los feos todo se nos va en deseos.

Es tan notoria la invisibilidad nuestra que un álbum con 20 canciones de mi autoría nunca ha merecido la solidaridad de los oídos quindianos. Pero, mejor dejemos los santos quietos.

 

-El tango, Gardel y las “Gardeliadas”, ¿podría darnos una breve apreciación de lo que cada una ha significado en su vida?

El tango es a mi juicio el mejor sitio que pudo conseguir la poesía para escamparse del mal tiempo. Al posicionarse en el mundo a partir de los años veinte, los poetas comenzaron a escribir en función de ese género que en 2010 ganó el reconocimiento de la ONU como patrimonio de la humanidad.

Y en el tango Gardel, para simplificar su historia, fue el creador de su canto. Y 1917 es la fecha de nacimiento.

Por los años sesenta vivía y trabajaba en Bogotá, y el tango era apenas un lejano recuerdo de Armenia y sus bares. Unos años antes el tango tuvo una de sus peores crisis, ante la llegada de la música de La Nueva Ola. Todos bebimos en esa nueva fuente. Sin embargo, un cantante llamado Julio Sosa emergió en el panorama con tal fuerza interpretativa que, igual que muchos, terminé por enamorarme de la poesía en el tango. Y, también como muchos, comencé a transitar el tango de adelante hacia atrás. Y, claro, llegamos a Gardel. Y al ahondar en el conocimiento de su vida y canciones, terminamos refrendando la admiración por ese Cervantes del tango.

Y en cuanto a las “Gardeliadas”, tengo que anotar que surgieron por la necesidad vital de orear la música que amo, y Calarcá ha tenido una benévola receptividad hacia la cultura. Ahí tenemos otro elemento indispensable en la propagación del espectáculo en la cultura: es la existencia de su teatro, que tiene unas envidiables condiciones acústicas.

En Calarcá, mi pueblo, siempre me han dado la mano en esto de las “Gardeliadas”, que son eventos que comenzamos a realizar en la fecha que coincide con el aniversario de la fundación de Calarcá y la muerte de Gardel, un 24 de junio de 1935.

Cuando comenzó la pandemia debíamos realizar la octava, pero entonces el alcalde fue acusado de corrupción y corrió tanto tiempo para que recuperara su estatus de funcionario honesto que ahí se quebró el evento institucional. El alcalde sufre ahora de pánico presupuestal, y el encargado de la cultura sabe bien qué significa procrastinar. En suma, apenas al final del año logramos hacer la octava “Gardeliada” con un público de 20 personas que lograron escamparse de una tempestad. Como dice la picaresca montañera: “Cagaos y con el agua lejos”.

 

*Contenido realizado como parte del proyecto “Lecturas y miradas a la Biblioteca de Autores Quindianos, una década de historias y voces recuperadas”, ganador de la Beca para el Fortalecimiento a la Creación y Circulación de Contenidos de Crítica Cultural y Creativa del Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura 2021.  

 

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