Al día siguiente, Alirio se levantó y como de costumbre, barrió el andén enfrente de su casa. Esta vez había mucho polvo y escombros. Barrió despacio, con movimientos enérgicos y acompasados.
El vecindario había sido muy afectado por el terremoto. En las calles habían escombros, palos, destrozos. Cables de energía colgaban amenazantes de los techos desvencijados.
Pero, Alirio parecía no inmutarse. Aunque la ciudad estaba en ruinas, él continuaba barriendo la acera con dedicación y esmero. Después, repartía tazas de café endulzado con panela a las gentes que pasaban por allí como zombies, sin rumbo.
Alirio, con su escoba y su café, enviaba un mensaje de esperanza a la ciudad devastada por el terremoto de 1999. Al año siguiente, al fallecer una anciana del vecindario, le dejó en herencia, la casa donde vivía y tenía su floristería.
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