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Editorial  |  01 junio de 2022  |  08:50 AM

¡Qué dolor y qué pena!

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En una institución educativa de Armenia, un maestro vivió, hace unas semanas, una mañana terrible. En el celular de una niña de escasos 12 años, apareció una amenaza de muerte, con frases que contenían un lenguaje soez, palabras de ‘grueso calibre’. Asustada, la niña le mostró el mensaje al maestro. El maestro se puso en la tarea de investigar el origen de las amenazas, y lo logró en menos de media hora. Descubrió, por ejemplo, que la amenaza provenía de un celular cuyo dueño no era el amenazador. Sin apoyo de las directivas, ni siquiera de sus colegas maestros, este profesor convocó a los implicados, llamó a los padres de familia, y también a la Policía, porque allí se estaba tipificando un delito: amenaza de muerte. La última en llegar fue la Policía, porque a los agentes del CAI les parecía un tema menor. Los directivos de la institución hicieron oídos sordos al problema.

El recursivo maestro logró que los muchachos ‘cantaran’ la verdad, desnudaran sus conflictos, frente a padres y Policía. Todo el conflicto pasa por uno de los adolescentes, reconocido como expendedor de drogas, que un adulto, desde la calle, le suministra. Como en nuestra sociedad colombiana, los grandes conflictos de hoy, que permea todos los sectores, están pasados por el narcotráfico. Es el multi-crimen que hay que derrotar. Estudiantes y padres de familia hicieron un acuerdo de paz y armonía, de vigilancia a los niños y de trabajo alrededor de la convivencia y el amor. Además, de denunciar el grave problema de expendio de drogas. Todo se ha cumplido, menos lo último, porque existen temores, como en la sociedad en general.

Los conflictos en la escuela tienen, además, otros orígenes, que rápidamente permean también a toda la sociedad. Hace un par de años visitamos una escuela urbana en Armenia y encontramos un cuadro desgarrador, que es el mismo de ahora en la institución donde el corajudo maestro pudo superar el problema de las amenazas. En un salón de clases había unos 25 niños de 10 y 11 años que estaban cursando el grado quinto de la básica primaria, con un agravante: ninguno sabía leer ni escribir. Una contradicción académica sin precedentes. En antaño, los niños ingresaban a la escuela y se graduaban con honores en tercer grado, recitando de memoria cada una de las glosas de la ortografía y las raíces latinas de las palabras del idioma español. Esos viejos, con tercero de primaria, nos corregían la ortografía, trayendo a su memoria las enseñanzas de Caro y Cuervo. Y nos daban a diario ejemplo de las buenas maneras en el trato con el otro, que son el principio de la convivencia y la paz.

¿Qué nos pasó? Hubo un momento en la historia moderna de Colombia donde los líderes del gobierno decidieron frenar el proceso educativo superior, poniéndoles una trampa a los hijos de los pobres y las clases medias bajas colombianas: la promoción automática. Con este sistema, la repitencia de grados escolares se suprimía, pues sólo el 5% del total de los niños podían repetir. El gobierno dejó contentos a los padres y a los estudiantes porque pasaban el año. Y los maestros, para no ser castigados, se veían en la obligación de pasar a los niños a un grado más, sin saber leer ni escribir, ni sumar, ni restar.  ¿Qué hay en el fondo de este perverso sistema? Una ideología dominante que cercena, desde la escuela, las oportunidades del pueblo.

Los muchachos de los colegios públicos que logran coronar el bachillerato tienen pésimas calificaciones en las pruebas Saber e Icfes y, por tanto, se les cierra la Universidad. La educación superior es un privilegio de los ricos. El costo de las matrículas es tan alto que los muchachos del sector público que obtienen buenos puntajes no tienen el dinero para ingresar a la U. Y el 50%, entre los pocos que llegan, no termina. ¿Por qué? Según el estudio denominado: La deserción estudiantil en la universidad del Quindío, diagnóstico y estrategias de intervención, lo que más provoca esa deserción es la mediocridad en las pruebas del Estado de la básica secundaria y la baja calidad académica en los primeros semestres.

A la universidad también llegan muchos iletrados. No es culpa de los maestros, señores, la responsabilidad es del sistema. Hace unos 20 años el gobierno recortó las transferencias de educación y salud para las regiones, en un proyecto del por entonces ministro de hacienda Juan Manuel Santos, para hacer mucho más efectiva la ideología dominante que cercena las oportunidades del pueblo.

Hemos mirado los planes de desarrollo del departamento del Quindío y del municipio de Armenia en los últimos 20 años, con relación a la educación, y da pena. No hay, en estos años, inversión de una sola moneda de a centavo para educación con recursos propios. Los gobiernos se limitan a ‘gastarse’ el dinero de las transferencias en educación, que es pago de maestros y funcionamiento, sin hacer ningún esfuerzo de inversión por mejorar la calidad. Incluso, cada año regresan al presupuesto nacional dineros que no invierten en las regiones, o los dejan en las vigencias expiradas, por la pura incapacidad para convertirlos en soluciones sociales. Han sido veinte años perdidos para la educación local y regional.

En tanto, mientras no invertimos en educación, mientras mantenemos una educación para la ideología dominante, tratamos de solucionar los problemas de afuera, externos a la escuela, en la sociedad real, a punta de leyes. Leyes insulsas. ¿Para qué aumentar los castigos al bebedor de licor que conduce un vehículo, si se mantiene la corrupción en los guardias y los funcionarios del tránsito? Leyes contra el aborto, las violaciones a mujeres, la violencia intrafamiliar, el abandono de niños, el engaño, la mentira, el consumo de drogas, en fin, leyes para todo. Nos acostumbramos a legislar para las particularidades, cuando la ley debe ser general. Todas esas leyes se pudieran ahorrar, con el consiguiente ahorro de dinero, si invirtiéramos más en educación de calidad y educación en valores. Pero esa ideología de cercenar las oportunidades del pueblo que nos viene desde el Capitolio no sólo sigue vigente, sino que se repite en los palacios departamental y municipal.

¡Qué dolor y qué pena!, pero tenemos qué decirlo, esta radiografía de la escuela pública en nuestro medio se parece al parloteo grotesco y mediocre del candidato presidencial Rodolfo Hernández, cuando dice: ‘…le pego su tiro hp…”, o cuando se regodea en alegrías recordando “…la vaca de leche que representa un hombrecito pagándome intereses de usura… eso es una delicia…”.

¡Qué dolor y qué pena! de país.

 

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