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Cultura  |  27 junio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Obediencia y disciplina

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Josué Carrillo

Contaba yo en el artículo sobre la educación que de niño conocí una escuela diferente cada año. La razón de este peregrinar de escuela en escuela era, según mis maestros, mi indisciplina, algo que nunca entendí. En bachillerato, los profesores, más comprensivos, me soportaron sin obligarme a cambiar de colegio, pero siempre tuve matrícula condicional, es decir, podía permanecer en el colegio siempre y cuando yo mejorara en disciplina. En esa penalidad que fueron para mí los procesos de matrícula tuve en el vicerrector un aliado que me hacía sufrir, sin dejar que me ahogara, pero un día tuve la mala suerte de que ese profesor muriera en un accidente y me quedé sin quien abogara por mí y fue así como, al año siguiente de su muerte, se rebosó la copa de la paciencia de mis profesores y tuve que irme con mi música para otro colegio. El padre rector me recibió, tal vez por ser un fraile franciscano, no obstante, la advertencia que le hicieron de que yo le acabaría el colegio en cosa de dos meses. Yo creo haber mejorado en disciplina, pues el colegio aún existe. Aunque a veces me pregunto si lo que cambió no fue mi disciplina sino la noción que se tiene de obediencia y disciplina.

Por mi experiencia, soy de la opinión que quienes tanto han hablado de disciplina o incluso han escrito sobre el tema tienen hijos de temperamento tranquilo o, por lo menos, hijos que no son traviesos y, si los tienen, han escrito cuando ellos dormían o estaban lejos de su presencia, de ahí que no sea rara la sobrevaloración del comportamiento y el concepto, para mí, equivocado de la disciplina. Veo en el sometimiento del niño a la dirección del maestro la contrapartida de la autoridad, sin desconocer que siempre se requiere un mínimo de orden -autoridad y obediencia- para dictar una clase.

Por lo general, en los colegios hay una inclinación a confundir las nociones de disciplina y temperamento, de ahí que llamen indisciplinado al muchacho necio por naturaleza, mientras dicen que otro es disciplinado porque es de temperamento calmado. No sé si para hacer esta distinción han considerado que, al primero le es difícil permanecer quieto unos minutos, mientras que el segundo puede permanecer imperturbable durante horas, ni si han tenido en cuenta otras causas no meramente fisiológicas sino familiares, ambientales, nutricionales y sicológicas. Visto así, la disciplina es solo una cuestión de comportamiento y lo que en uno es carencia en el otro es suficiencia; por eso, me parece que es un error estimular, quizás por facilidad, esa disciplina que no es más que el resultado de una naturaleza sosegada y no estimular lo suficiente la disciplina mental. Existe hoy una tendencia, que no sabría decir si es generalizada, de catalogar a los niños muy activos y traviesos como hiperactivos, como una justificación para darles una sustancia tranquilizante y aligerar así un poco el trabajo docente; pienso que el mismo resultado se lograría si se reducen el número de alumnos por clase y las excesivas horas de trabajo que tienen los maestros.

En la educación superior, en todas las carreras profesionales, bien sea medicina, ingeniería, derecho, economía, etcétera, abundan los exámenes y otras pruebas y para aprobarlos se requiere muchas horas de dedicación y estudio; solo quien tenga una alta dosis de disciplina para sentarse a leer, pensar, ejercitarse en la solución de problemas teóricos o técnicos podrá encararlos; es la disciplina que se requiere para emprender y terminar con éxito tareas que exigen un esfuerzo grande y tedioso, sin importar las dificultades, el desgano y la fatiga. Aquí la noción de disciplina ya no es la misma de la educación elemental, es una disciplina puramente mental.

Existe otro género de disciplina que nace en el individuo, de su voluntad sin que sea impuesta por nadie, es la que le permite perseguir objetivos que solo se alcanzan a largo plazo; esa es la disciplina necesaria y deseable, la que se debe fomentar en la casa y la escuela, porque la otra, la que es sinónimo de pasividad, llega necesariamente con los años. Cuando existen metas que no están al alcance de la mano, hay que incentivar el trabajo duro, constante y de largo aliento, sin perder el punto de mira, para algún día alcanzar la meta a donde se quiere llegar.

Hoy, cuando tengo el sol a mis espaldas, vuelvo la mirada atrás y recuerdo lo que fue ese trasegar de escuela en escuela, sufrir los frecuentes golpes de regla en la mano y la impaciencia, hasta la inquina, de profesores que, por mi mala conducta y mi falta de disciplina, bien pudieron echar al traste mis profundos deseos de estudiar, pienso que toda esta tragicomedia se hubiera obviado si en mis salones de clase hubieran sido menos alumnos; si las asignaturas no hubieran sido tantas, pero sí más interesantes y agradables, y si mis profesores no hubieran considerado la obediencia y la disciplina como unos fines en sí mismas. Recuerdo lo que me decía la profesora de uno de mis hijos en una de las muchas citas a las que acudí a oír quejas por su mal manejo: “en el colegio, los muchachos necios pasan muy bueno, los que pasan maluco son los padres”.

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