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Columnistas  |  06 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Crónica sobre El Caballero del Recuerdo

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por Álvaro Mejía Mejía

El pasado viernes, cuando transitaba por la plaza de Bolívar de Armenia escuche, a lo lejos, un tango de Gardel y Lepera, interpretado por un cantante que no lograba identificar.

Cuál sería mi sorpresa al ver que el artista era un hombre algo mayor, pero de un vigor especial. Observe que portaba sombrero negro, camisa blanca, chaleco y pantalón oscuros.

Su figura me hizo recordar a los agregados de finca que, en otros tiempos, eran personas respetadas y apreciadas en estas tierras. El bigote tupido, sus manos grandes y una voz poderosa, aguardientera, me permitían concluir que se trataba de un hombre del campo.

Nuestra música colombiana nació y tuvo como escenario natural las haciendas y fincas. En las noches estrelladas, alrededor de una hoguera, los campesinos sacaban sus tiples y guitarras. Al son de pasillos, bambucos y valses se estremecían los luceros y brotaban nostalgias por la mujer amada.

Después de escuchar tres canciones en esa voz con dejo de antaño, me acerqué y le pedí una tarjeta. Amablemente me la dio, mientras buscaba en su pequeño computador, que tenía conectado a un bafle, la próxima pista que acompañaría la canción que ya tenia en su mente. Le dije que lo llamaría para una presentación en una finca.

Llegó el domingo. Lo recogí a las cinco de la tarde en la plaza de Bolívar, para llevarlo a la finca donde debía presentarse. En el camino me dijo que se llamaba Gustavo Varón Gallego. Mi nombre artístico, manifestó, es El Caballero del Recuerdo.

 

Mi percepción resulto ser cierta. Don Gustavo había sido cultivador de papa en Salento, su tierra natal, y en otros municipios de eje cafetero. Afirma que la papa de esa tierra es salentuna, pero que él es salentino. Cuando le pregunté por su reportorio, me dijo algo que me tranquilizo. No canto, señaló, canciones interpretadas por Jessi Uribe, Jhonny Rivera, Luis Alberto Posada, Paola Jara, Yeison Jiménez, Jhon Alex Castaño, El Charrito Negro, Alzate y, mucho menos, por Pipe Bueno. Pensé, entonces, que este cantante había empezado con el pie derecho.

 

Me comentó que su afición por la música había nacido, precisamente, en las labores agrícolas. Las personas notaron que tenía una voz especial y me motivaron para que me dedicara al canto, agregó.

 

Gustavo hizo caso y, un día, dejó tirado el azadón para conformar un grupo musical. Después seguiría como solista. Participó en varios festivales de música campesina en Calarcá, donde obtuvo, en dos ocasiones, el primer puesto. Después todo ha sido un peregrinar por pueblos y caseríos, donde no siempre recibe un trato digno.

Cuenta con tristeza que estaba radicado en Filandia. Allí obtuvo el permiso para cantar, al igual que otros artistas callejeros, en la plaza de ese municipio. No puede olvidar que el actual alcalde, el día de las elecciones para los cargos municipales, le dijo que votara con él, porque le iba a mantener al Caballero del Recuerdo y a los otros músicos, el permiso que les había otorgado el alcalde José Roberto. En ese momento, el hoy burgomaestre, le expresó su admiración y respeto. Sin embargo, antes de la posesión, quien iba a ser el Secretario de Gobierno, le dijo que los músicos no tendrían permiso para realizar su trabajo. Gustavo se defendió con el que ya tenía, pero, una vez este expiró, tuvo que salir de Filandia, porque allí habían decidido aplicarles el destierro a los artistas, a pesar de ser un municipio turístico. Ese político, si así puede llamársele, no solo no cumplió su promesa, sino que mostró su estirpe de bárbaro.

De Filandia se fue a vivir a la capital del Quindío, e hizo de la plaza mayor su proscenio. En ese lugar no le piden permisos. Los duetos y tríos del antiguo ADECOL, desde hace años, se ubican cerca al monumento al Esfuerzo, donde soportan con estoicismo el frio de las noches y la displicencia de muchos transeúntes. Al remolino, como lo llamaba Nodier Botero, de vez en cuando, para un coche, de donde se bajan algunos borrachitos que los contratan para llevarle una serenata a una bella mujer, todas lo son, que seguramente esta en manos de Orfeo, pero que, al escuchar los primeros acordes de un bolero inmortal, entreabre discretamente la cortina o, en el mejor de los casos, la ventana. Si se trata de pedir perdón, no hay mejor alternativa.            

Finalmente, llegamos a la finca CASATEJA en Puerto Espejo. Los anfitriones y sus invitados pudieron realizar un viaje por la música del ayer. Tangos que inmortalizaron Gardel, Magaldi, Del Carril, Garcés, Moreno, Godoy, sonaron con gracia y esplendor. Volvieron las canciones de Julio Jaramillo, Alcibíades Acosta, Oscar Agudelo, Tito Cortés, El Caballero Gaucho. No faltaron boleros y algunas canciones colombianas de antaño.

No es fácil, hoy día, encontrarse con artistas que cultiven la música popular de comienzos y mediados del siglo XX. Fue muy grato escuchar una voz limpia y vigorosa como la del Caballero del Recuerdo, que mantiene ese sonido salido de la vitrola y los acetatos.

A las 9 de la noche, lo llevé hasta una casa cerca al puente de La Florida, donde paga el alquiler de un cuarto. Aun, en mi oído, resuenan esos tangos y canciones, que traen a la mente recuerdos de un ayer florido.     

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