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Cultura  |  31 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Recuerdos sonoros

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Este texto fue escrito por Enrique Álvaro González y hace parte del libro antológico La radio en el Quindío.

Durante más de cuatro meses, en un ambiente fraterno, como el de nuestra tertulia literaria, nos sumergimos en la historia de algo significativo para la humanidad: La Radio. La radio en el mundo, en Colombia y en especial en el Quindío con su anecdotario. La idea fue reunir, como en efecto se hizo, relatos en los que cada autor legara parte de su memoria a las futuras generaciones, al contar qué significó para los jóvenes de entonces, la época dorada de la radio.

Para lograrlo, en “café&letras renata” echamos mano de la añoranza, ese paliativo que alimenta el espíritu con el regocijo de revivir momentos gratos. Sí. La añoranza fue la materia prima con que se abonó esa búsqueda, para, gracias al mecenazgo que nos brinda el apoyo institucional, escribir y dar a conocer nuestros textos.

En nuestra generación las radionovelas, los programas de humor, los deportivos, los sociales, e incluso las cuñas radiales, fueron la puerta de entrada al futuro. Recordemos, para empezar, que aquellas voces, cuyo rostro en su mayoría no conocimos, fueron voces amigas, voces acompañantes, voces críticas y para qué negarlo, voces consejeras.

Para conducir mejor por el camino de los recuerdos, en ocho sesiones el grupo contó con la presencia de algunas de esas voces reconocidas de la radio quindiana y nacional, como Alberto Salcedo Ramos, Carlos Enrique Rincón, Judith Sarmiento, James Padilla Motoa, Alejandro Herrera, Miguel Ángel Rojas, Julio César Gallego y Hugo Cardona, profesionales del micrófono que durante décadas vivieron la fantasía de las ondas radiales y con cortesía nos contaron sus vivencias, sus logros, sus luchas y contribuyeron con su presencia a eternizar nuestros escritos.

Dos caminos tomamos entonces. Uno, el de las crónicas escritas y el otro el que nos dejó como herencia la radio, que pasados tantos años, seguirá la narración de la historia los Pod Cast. Siguiendo una de estas vías, cada autor contó de manera oral o escrita, su propia anécdota.

Sin embargo, la sensibilidad despertada en los cronistas, llevó los recuerdos a los mismos programas, las mismas voces e incluso las mismas emisoras, lo cual nos llevó a creer que la vía estaba equivocada. “No puede ser, que todos escribamos sobre lo mismo”, llegamos a decir, pero la razón se hizo presente cuando entendimos que no podíamos esperar algo distinto. Era obvio que todos recordaran a los mismos con las mismas, porque nuestra generación fue educada por ellos, por las mismas voces que llegaban a la ciudad, a la aldea, al pueblo, a la finca, al surco… al lugar que fuera, rural o urbano, pero siempre para inquietar al espíritu con sus mensajes. He ahí la importancia sublime de estas añoranzas tan… “comunes” como nuestra “misma historia”.

La corrección de los textos resultó todo un desafío por esa circunstancia, pero al momento de leer las crónicas, descubrimos que a pesar de referirse a los mismos programas, las mismas personas y otros “mismos”, cada historia relata un recuerdo diferente, aunque inevitable, a la misma hora. Unas anécdotas traen el aire puro de la finca, el aroma del café en el momento del almuerzo o la ilusión ante la letra de una canción nuevaolera, de cuya propagación la radio también fue responsable.

En lo referente al humor, reímos con los mismos cómicos y los mismos chistes que hoy podrían sonar sosos. En lo deportivo, vitoreamos con pequeñas variaciones a los mismos que escalaron primero nuestras montañas y después las extranjeras, los vimos hacer goles históricos que nos llevaron al delirio o romper el mundo con sus puños cuando pocos creían en ellos, y juntos vivimos el mismo país contado por la radio a través de sus noticias políticas, sociales y sus crónicas rojas, en las que aprendimos que la maldad no siempre viene hermanada con la miseria.

Así las cosas, una historia contó que su nombre había sido heredado del personaje central de la radio novela “El Derecho de Nacer”, oída por su madre mientras acompañaba la audición con el constante pedalear de su máquina de coser, y otra menciona la misma obra, pero esta vez el que acompaña y “parece llorar” es el perro dálmata que vigila a la abuela del narrador.

Igualmente, las menciones de Kalimán reunieron a muchos trabajadores en las páginas de nuestro libro, a las cinco de la tarde, hora de la comida en las fincas, de trabajo en el taller o de conversación en la tienda. ¿Recuerdan que aquello duraba una hora porque seguía Arandú, otra radionovela imperdible?

Una narración recuerda cómo la búsqueda de la independencia departamental tuvo su gran aliado en la radio, donde locutores y oyentes se hermanaron para lograr el objetivo, animado a diario por célebres frases que ya son, como nosotros, mayores de cincuenta. Otro narrador más joven, o digamos menos maduro, dice que sus recuerdos radiales lo llevan a la guerra y desde ella nos cuenta cómo las ondas sonoras militares, salvaron la vida de sus compañeros.

Superado el inconveniente de que nuestros relatores usaran las mismas referencias, nos encontramos con otro obstáculo. La tendencia de contar la historia oficial de la radio en los relatos, quizás motivados por las anécdotas de los invitados especiales.

Fue necesario mediante diálogo y razonamiento, encauzar los temas a la historia personal y una vez comprendida la meta del proyecto, la calidad en las crónicas se potenció de inmediato, al aflorar historias particulares.

Aquellas en que la bonanza cafetera facilitó la llegada del radio a los surcos, en la espalda o cintura de los trabajadores, o la que nos comenta cómo alguien de su familia estudió en las clases de radio Sutatenza e incluso una dama recuerda lo que significó para el país rural de los primeros años sesenta, el célebre 4 a 4 con Rusia.

Un relato nos llevó a la gruta del polo norte, donde Superman guarda parte de su natal Kriptón entre una botella, muy parecido al interior de un aparato de radio, según su autor, y otro nos comentó el misterio en que se convirtió para él, la piolita blanca, que dañaba cuando exageraba su búsqueda de emisoras.

Un gratísimo viaje al pasado esta compilación de relatos de la generación que oyó a las cinco y treinta de la tarde, los coros campesinos siguiendo las rancheras que venían del radio de pilas, o entendió por qué fue menester cambiar el transistor por un radio más grande y más sonoro para atender mejor a los clientes del hotel que regentaba su familia.

Entendimos por qué un hombre rudo, campesino de hacha y machete decidió un día escuchar “Natasha”, radionovela de los años setenta y a lo mejor nos preguntamos por qué el hermano no pudo arreglar el radio dañado por la autora de su relato; lo que sí estoy seguro, es que todos recordamos la melodía de Caracol que nos invita a ser felices en la navidad. Como dice la dama que lo cuenta, siempre ha sido la misma.

¿Por qué este proyecto? Tomando como bandera la recuperación de la Memoria Histórica de nuestra región, “café&letras renata”, luego de abordar temas como el juego, la incidencia de la literatura en la historia, la difícil convivencia en algunas zonas urbanas y otros, consideró que uno de los pilares en que se fundamentó el progreso departamental, fue la radio, y propuso a sus contertulios compartir cómo vivieron ellos este proceso y al mismo tiempo rendir un homenaje a los pioneros radiales del Quindío.

A ellos, un enorme agradecimiento por traer de nuevo aquellos tiempos dorados de la radio en Colombia, cuando la nueva ola “obligaba” al pantalón bota campana, el tacón cubano y las botas beatle. Gracias a café&letras renata”, por ser el camino mediante el cual nuestros escritos pueden ser publicados. Gracias al equipo humano, sociólogos, técnica sonora y publicista, a todos los que hicieron realidad este proyecto y a los profesionales del micrófono que en estos días nos visitaron, nos contaron y en tiempos idos nos educaron a través de las ondas sonoras.

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